Robert H. Benson

La invisible luz


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que alejar el zorzal de aquel lugar donde había sido objeto de burla, y que debía dejarlo en la pradera llena de aire limpio. Cuando alcancé el centro de la pradera me acerqué a una poza de las que nunca se secan incluso con los calores más intensos del verano. Dejé el zorzal en la orilla y con todas mis fuerzas arrojé la pistola en el agua, vacié mis bolsillos de cartuchos y los tiré también.«Después me volví de nuevo al pequeño y mísero pajarillo, sintiendo que, al menos, yo había intentado enmendarme. Había una vieja madriguera de conejos, la hierba casi tapaba la entrada junto a unas telarañas y hojas secas. Hice un hueco entre las hojas y dejé allí al zorzal; tomé un puñado de tierra arenosa y cubrí su cuerpo, diciendo, lo recuerdo, medio inconsciente: “Tierra a la tierra, cenizas a las cenizas, en segura y veraz esperanza”. Entonces me detuve, temiendo haber hecho algo irreverente, aunque no lo creo así ahora. Volví a casa.«Cuando me vestía para la cena, mirando hacia la oscura pradera donde el zorzal reposaba, recuerdo sentir con agrado que ninguna cosa maligna podría mofarse de los indefensos muertos allí fuera en la limpia pradera donde sopla el viento y las estrellas vigilan.En nuestro ir y venir por el sendero entre los tejos alcanzamos un pequeño banco dando la espalda al camino. Frente a él colgaba un crucifijo, con un techado sobre él que el anciano había colocado hacía años. Como no decía nada me volví hacia él, vi que tenía la mirada fija en la Cruz; pensé cómo Aquel que cargó con nuestras penas y soportó nuestros sufrimientos era uno con el Padre celestial, y no cae ni un gorrión a tierra sin que él lo sepa.

      3 El águila de sangreEsto es lo que sé: si la única Luz Verdadera prende para Amar o para Odiar, bastante me obsesiona,una sola mirada Suya desde el Tabernáculo atrapa más que estar completamente perdido en el Templo.Omar KhayyamUna noche, cuando iba a mi habitación, encontré un libro en un pequeño estante junto a la ventana, su título no lo recuerdo, que describía los lejanos días en los que la religión de Cristo y los dioses del norte pugnaban entre sí en Inglaterra. Estuve leyendo una hora o dos hasta irme a dormir y continué al despertarme. Lo comenté en el desayuno.–Sí –dijo el anciano–, era uno de los libros de mi padre. Recuerdo haberlo leído siendo un muchacho. Creo que se decía en aquellos tiempos que era un libro poco científico y mal documentado. Mis padres solían pensar que todas las religiones excepto el cristianismo venían del diablo. Sin embargo, creo que san Pablo nos enseña a verlas con una mayor esperanza.No dijo más por el momento; pero en el transcurso de la mañana, mientras yo paseaba arriba y abajo por el terreno elevado que corre bajo los pinos junto al paseo, vi al sacerdote venir hacia mí con un cuaderno en sus manos. Estaba algo polvoriento y azorado.–Fui a buscar algo que pensé que podría interesarle después de lo que comentó en el desayuno –comenzó– y finalmente lo encontré en el desván.Comenzamos a pasear juntos arriba y abajo.–Me ocurrió algo muy curioso –me dijo– cuando era un chaval. Recuerdo contárselo a mi padre al regresar a casa y aún permanece en mi cabeza. Pocos años después, un viejo profesor estaba con nosotros y una noche, después de la cena, después de hablar de lo mismo que comentábamos esta mañana, mi padre me pidió que lo volviera a contar. Al terminar, el profesor me pidió que lo escribiera para él. Así que lo escribí en este cuaderno, luego hice una copia para él y se lo mandé. Este cuaderno realmente es una especie de diario irregular en el que solía escribir algunas veces. ¿Quiere escucharlo?Le dije que me encantaría escuchar esa historia, así que prosiguió.–Primero debo contarle las circunstancias del hecho. Tenía unos dieciséis años, mis padres estaban fuera por vacaciones y me marché a casa de un amigo del colegio, no lejos de Ascot. Era el periodo alrededor de Navidad y solíamos llevarnos la comida, especialmente los días soleados, estábamos todo el día fuera sobre el brezo. Debo recordarle que yo era solo un chaval en aquellos tiempos, por lo que apuesto que exageré o elaboré alguno de los detalles un poquito, pero los hechos fundamentales de la historia son de plena confianza. ¿Nos sentamos mientras le leo lo que pasó?Sentados en un banco que se alzaba al final de la explanada, con la vieja casa ante nosotros recibiendo los cálidos rayos del sol, comenzó a leer:«Sobre las seis de la tarde de un día al final de enero, Jack y yo recorríamos errantes los altos campos de brezo cerca de Ascot. Habíamos caminado todo el día y nos habíamos perdido, pero seguíamos avanzando tan en línea recta como podíamos, sabiendo que tarde o temprano nos cruzaríamos con la carretera. Estábamos bastante cansados y silenciosos, de pronto Jack profirió una exclamación y señaló una luz a través de la vegetación. Esperamos un momento a ver si se movía, pero permaneció inmóvil.“¿Qué es eso?”, pregunté. “No debería haber ninguna casa por aquí.”“Es una choza de tejedores de brezo, supongo”, dijo Jack.Le pregunté qué quería decir con eso.“¡Oh! No sé exactamente”, dijo Jack. “Son una especie de gitanos”.Había aparecido en medio del brezal, la luz crecía constantemente al acercarnos. La luna estaba empezando a levantarse y era una noche clara, una de esas heladoras noches sin viento que algunas veces vienen después de un otoño húmedo. Jack se escurrió por un hueco hasta una oculta acequia, y pude escuchar el hielo quebrarse cuando salía gateando.“Patinaremos mañana, por Júpiter”, le escuché decir.Cuando nos acercamos, empecé a ver que nos aproximábamos a un grupo de abetos; el brezo empezó a ser más bajo. Al mirar a la luz, vi el contorno de una choza en la que brillaba. La ventana aparentemente era de forma irregular, y la cabaña parecía estar apoyada contra un alto abeto en el extremo de la arboleda. Al acercarnos pisando silenciosos el suave brezo, vi que la choza estaba construida completamente alrededor del abeto, que servía de pilar central. Estaba hecha de ramas colgantes y sujetas fuertemente con brezo.Sentí más y más curiosidad porque nunca había oído nada de los ‘tejedores de brezo’, y a la vez, debo confesarlo, algo de miedo, porque era un lugar solitario y nosotros solo dos niños. Yo iba delante, llegué a la ventana y me asomé.Los muros interiores estaban cubiertos de mantas y ropas para mantener el viento afuera, había un viejo y largo banco en una esquina, aparentemente el suelo estaba alfombrado con ramas y mantas y había una salida al otro lado, parcialmente cerrada por un parapeto colgante apoyado contra el hueco. Medio sentada y medio tumbada en el banco había una anciana con la cara oculta. Una lámpara de aceite colgaba de una de las ramas de abeto que formaban el techo. No había signo de ningún otro ser viviente en aquel lugar. Entonces Jack se asomó tras de mí y habló sobre mi hombro.“¿Puede indicarnos el camino a la carretera más cercana?”, preguntó.La anciana se sentó de pronto, con una mirada de pánico en su cara. Estaba extraordinariamente sucia y parecía enferma. Pude ver a la tenue luz de la lámpara que tenía un rostro avejentado lleno de arrugas, con profundos ojos negros, blancas cejas y pelo totalmente canoso. Su boca empezó a balbucear cuando nos vio. De repente hizo un gesto violento para que nos fuéramos de la ventana.Jack repitió la pregunta y la vieja se levantó, caminó cojeando despacio y dificultosamente hasta la puerta y en un momento había rodeado la cabaña y la teníamos a nuestro lado. Entonces me di cuenta de lo pequeña que era. No podía tener más de un metro y medio y estaba muy jorobada. Debo decir que me sentía muy incómodo y asustado con esa terrorífica criatura cerca de mí y mirándome a la cara. Me cogió del abrigo y con su otra mano apuntaba rápidamente alrededor hacia todas las direcciones. Parecía querer advertirnos de algo fuera de la arboleda, pero no pronunció palabra alguna.Jack se impacientó.“¡Vieja sorda loca!”, dijo en un tono bajo, y luego elevando la voz y lentamente: “¿Puede decirnos por dónde llegar a la carretera más cercana?”Entonces ella pareció entender y apuntó vigorosamente en la dirección en la que habíamos llegado.“¡No tiene sentido!”, dijo Jack, “Hemos venido por allí. Vayamos en la otra dirección”, continuó, “no podemos perder aquí toda la noche”. Y rodeando la cabaña desapareció en la arboleda.La anciana soltó mi abrigo al instante y empezó a correr tras Jack. Rodeé la cabaña por el otro lado y vi a Jack alejarse delante de mí por los abetos que se dispersaban al extremo de la arboleda dejando que la luz de la luna iluminara entre ellos. Al volver mi mirada hacia el bosquecillo, vi que la anciana se había detenido al comprobar que no podría alcanzarnos. Estaba con sus manos extendidas y emitiendo un extraño sonido, mitad llanto mitad gemido. Yo me sentía incómodo porque no la habíamos tratado con cortesía y me detuve, pero en ese momento Jack me llamó.“Vamos”, me dijo, “seguro que encontramos la carretera al final de esto”.Así que le seguí.Me volví otra vez y vi entre los árboles a la pequeña anciana como la habíamos dejado, se llevó una mano a la boca y lanzó un curioso silbido lastimero hacia nosotros que me sobrecogió. Parecía demasiado potente para alguien tan pequeño.Según avanzábamos por el bosque