Sergey Baksheev

El craneo de Tamerlan


Скачать книгу

de trenes de Tashkent esa tarde del 5 de noviembre de 1979.

      – Hola Tikhon. Yo soy Tamara Kushnir. – Con viveza se presentó la muchacha, casi sin ponerle atención al acompañante Alexander Evtushenko.

      – Buenas tardes. Como me reconoció? —

      – Yo soy periodista. Le hice las preguntas apropiadas a mi hermano Dmitri y tengo tu retrato en mi cabeza como si lo tuviera en un álbum. —

      – La envidio. Yo necesito ver los rasgos del rostro para recordar bien a una persona. —

      – Te dedicas a eso ahora? – La muchacha se sonrió y, coquetamente, se recogió un mechón de cabellos.

      – Usted es una chica que no pasa desapercibida. – Tímidamente, Tikhon paseó la mirada desde la punta de la nariz y la barbilla ligeramente alargada hasta el busto redondo y la cintura delgada y bajó los ojos a los jeans apretados y, de acuerdo con la moda, desteñidos. La elegante figura de la muchacha le gustó.

      – Tikhon Zakolov ya está bueno de llamarme de usted. Nosotros somos casi de la misma edad. A partir de este momento solo “tú”, ok? —

      – Objeciones no hay. —

      – Entonces ven conmigo. —

      – No estoy solo. —

      – Yo sé. Tu compañero de curso se llama Alexander Evtushenko. Ustedes son amigos desde los pupitres escolares. —

      – Y hasta eso sabes! —

      – Nos enseñaron a recoger información antes de un encuentro importante. – Tamara respondió y sin voltearse tomó la plataforma hacia la salida a la ciudad. – Ahorita nos vamos para mi casa. Para su excursión turística faltan cerca de 24 horas. Ese tiempo hay que utilizarlo con eficiencia. —

      Tikhon se maravilló de la manera decidida de la elegante muchacha. Ninguna frase insípida: “como estuvo el viaje?, ya han estado en Tashkent?, que les parece el clima?”, no, de una vez agarra el toro por los cuernos. En la plaza externa de la estación ella se detuvo frente a un kiosko de vidrio de “Prensa Nacional”. Y por una mirada lateral de Tamara, Tikhon se dio cuenta que ella no estaba interesada en las revistas del kiosko. Kushnir utilizaba la superficie de vidrio como un espejo.

      – Acaso temes que te sigan? —

      – Me siento en peligro, pero me estoy acostumbrando. —

      – Después del artículo? —

      – Exacto. Yo solo quiero saber si me siguen observando. —

      – Y ya habías notado algo así? —

      – Claro! – La muchacha se dirigió a la parada del autobús.

      – Y ahora? —

      – Quizás son más inteligentes ahora. —

      – Quienes? —

      – Esa es una pregunta infantil, Zakolov. Mi hermano estaba extasiado con tu intelecto. – Tamara sonrió. – O solo te sirve para jugar ajedrez? —

      Tikhon se detuvo abruptamente. Sasha Evtushenko chocó contra el morral de Zakolov y solo tuvo tiempo de evitar la caída de sus anteojos. Él siempre seguía a su amigo a pasos cortos.

      – Me quieres decir que somos libres? – Tikhon preguntó con frialdad.

      Tamara volteó. En el severo rostro apareció una sonrisa pícara. Con una mano tomó la mano de Tikhon y con la otra le rozó la punta de la nariz.

      – No te enfurruñes, tontín. – le dijo afectuosamente.

      Tikhon se sonrojó y sacudió el brazo.

      – Yo no soy un bebé. —

      – Yo cuento con eso. —

      Zakolov no sabía cómo comportarse con la muchacha descarada, la cual lo hizo dudar de su confianza en sí mismo. Y Tamara con malicia inclinó la cabeza arrugando la frente juguetonamente.

      – Puede ser que representemos un encuentro entre enamorados? No es mala idea. – La muchacha abrazó por el cuello a Tikhon y entonces le dio un beso al asustado joven en los labios. – Así está mejor. Que nos vean. —

      – Yo creo que nadie nos sigue. – Dijo Zakolov todo confundido y tratando de zafarse del abrazo.

      – Por qué te detienes? Lo hice para darme la oportunidad de ver si había alguien. —

      – Yo no creo que fuera eso. —

      – Mira! Viene nuestro autobús. Corramos! —

      Ágilmente, Tamara corrió hacia la parada. Zakolov y Evtushenko, con sus morrales pesados, tuvieron que recorrer los cincuenta metros detrás de la muchacha. Pero justo ante la puerta del autobús, Tamara se quejó y se sentó.

      – Una piedra me entró en el zapato. Me puya. —

      – Después resolvemos. Vamos! —

      – No. Espera. – Tamara lo agarró por la manga.

      El autobús cerró su puerta y se fue. La parada quedó vacía. Tikhon continuó amable, pero se veía tenso. Ya tenía una idea de la muchacha.

      – Tamara? Será que yo no entendí bien? No fue teatro lo que estudiaste? —

      – No. Pero en el liceo yo iba mucho a las lecciones de drama. —

      – El maestro de eso era malo. —

      – Yo no creo. Pero está bien, no te disgustes. – La muchacha se transformó otra vez. – Por lo menos me di cuenta que no me seguían. Nos vamos en el próximo. —

      – Sinceramente, ya este jueguito de espías me fastidió. —

      – Ok. Prometo ser una buena chica. No más teatricos baratos.-

      Ya en el autobús la muchacha se tranquilizó y con pocas palabras comentaba sobre los sitios de interés de la ciudad. La ciudad, a pesar de haber sido fundada en la antigüedad, parecía joven y contemporánea. Una buena razón de esto fue el extraordinario terremoto que hubo en el año de 1966, después del cual, a una gran velocidad y participando todo el país, fue reconstruida la capital de Uzbekistan.

      – En ese entonces, el sesenta y seis, llegamos nosotros. – Explicó Tamara. – Nuestros padres eran médicos. Llegaron para fortalecer el personal del nuevo hospital. Pensaron que era por poco tiempo, pero nos quedamos. Aquí es templado, casi no hay invierno, es como en la tierra de nuestros antepasados. —

      Tikhon la miró interrogativamente. Con una entonación extraña Tamara dijo:

      – Soy judía. —

      El resto del camino la muchacha calló. Cuando llegaron a la parada donde se quedarían, ella la anunció en el último momento y los muchachos salieron a tropezones y golpeando las puertas que se cerraban. Caminaron por una ancha avenida y después doblaron por una estrecha callejuela de edificios de dos pisos de color amarillo-grisoso construídos después de la guerra y los cuales se unían con arcos de ladrillos. Entraron por uno de los arcos y cayeron en un patiecito oscuro y cuya parte trasera estaba cubierta con toldos acogedores.

      – Aquí vivimos mi hermano y yo. – Informó Tamara abriendo la puerta de un apartamento en la planta baja. – Pasen. —

      – Y tus padres? —amablemente preguntó Tikhon.

      – Con ellos todo está en orden. – la muchacha pronunció en tono bajo, pero enseguida empezó a farfullar desordenadamente: – Pueden dejar sus cosas aquí. Van a dormir en la habitación de Dmitri que está allá. Sepan que soy una ama de casa muy mala, así que menús variados no habrá. Prometo té y sanduchitos corrientes. Pasarán hambre? —

      – No estamos acostumbrados. – Respondió Evtushenko. – Puede ser que yo le eche un vistazo a la cocina? —

      – Dale.