Jane Austen

Novelas completas


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      A Elinor la pregunta sí le pareció bastante fuera de lugar, y así lo reveló su semblante al contestar que nunca había visto a la señora Ferrars.

      —¡Vaya! —replicó Lucy—. Qué extraño, pensaba que la debía haber visto alguna vez en Norland. Entonces quizá no pueda informarme sobre qué clase de mujer es.

      —No —contestó Elinor, guardándose de dar su verdadera opinión de la madre de Edward, y sin grandes deseos de satisfacer lo que parecía una curiosidad impertinente—, no sé nada de ella.

      —Con toda seguridad pensará que soy muy rara, por preguntar así por ella —dijo Lucy, observando atentamente a Elinor mientras hablaba—; pero quizá haya motivos... Ojalá me atreviera; pero, así y todo, confío en que me hará la justicia de creer que no es mi intención ser inoportuna.

      Elinor le dio una respuesta amable, y caminaron durante algunos minutos en silencio. Lo rompió Lucy, que retomó el tema diciendo de modo algo vacilante:

      —No soporto que me crea empecinadamente curiosa; daría cualquier cosa en el mundo antes que parecerle así a una persona como usted, cuya opinión me es tan valiosa. Y por cierto no tendría el menor temor de confiar en usted; en verdad apreciaría mucho su consejo en una situación tan incómoda como esta en que me encuentro; no se trata, sin embargo, de preocuparla a usted. Lamento que no conozca a la señora Ferrars.

      —También yo lo lamentaría —dijo Elinor, perpleja—, si hubiera sido de alguna utilidad para usted conocer mi opinión sobre ella. Pero, en verdad, nunca pensé que tuviera usted relación alguna con esa familia y, por tanto, confieso que me sorprende algo que quiera saber tanto sobre el carácter de la señora Ferrars.

      —Supongo que sí le extraña, y debo decir que no me admira que así sea. Pero si osara explicarle, no estaría tan perpleja. La señora Ferrars no es en realidad nada para mí en la actualidad..., pero puede que llegue el momento..., cuán pronto llegue, por fuerza depende de ella..., en que nuestra relación sea muy estrecha.

      Bajó los ojos al decir esto, tiernamente miedosa, con solo una mirada de reojo a su compañera para observar el efecto que tenía sobre ella.

      —¡Dios mío! —exclamó Elinor—, ¿qué es lo que insinúa? ¿Conoce usted al señor Robert Ferrars? ¿Lo conoce? —y no se sintió demasiado complacida con la idea de tal cuñada.

      —No —replicó Lucy—, no al señor Robert Ferrars..., no lo he visto en mi vida; pero sí agregó fijando su mirada en Elinor— a su hermano mayor.

      ¿Qué sintió Elinor en ese momento? Asombro, que habría sido tan doloroso como agudo era, si no hubiese estado acompañado de una inmediata duda respecto de la declaración que lo originaba. Se volvió hacia Lucy en un silencioso estupor, incapaz de adivinar el motivo o finalidad de tal afirmación; y aunque cambió el color de su rostro, se mantuvo firme en la incredulidad, fuera de todo peligro de un ataque histérico o un desmayo.

      —Es natural que se sienta perpleja —continuó Lucy—, pues con toda seguridad no podría haberlo sabido antes; apostaría a que él nunca les dio la menor prueba de ello, ni a usted ni a su familia, ya que se suponía era un gran secreto, y puedo asegurar que de mí no ha salido ni una sola palabra hasta este instante. Ni una sola persona de mi familia lo sabe, salvo Anne, y jamás se lo habría mencionado a usted si no tuviera la mayor confianza del mundo en su reserva; pensaba que mi conducta al hacer tantas preguntas sobre la señora Ferrars debe haber parecido tan extraña que necesitaba una explicación. Y no creo que el señor Ferrars se sienta tan molesto cuando sepa que he confiado en usted, porque me consta que tiene la mejor opinión del mundo respecto de toda su familia, y las considera a usted y a la otra señorita Dashwood como si fueran auténticas hermanas —hizo un descanso.

      Elinor estuvo en silencio durante algunos instantes. Su perplejidad ante lo que oía fue en principio demasiado extraordinaria para ser puesto en palabras; pero después de un rato, obligándose a hablar, y a hablar con cautela, dijo con un modo sosegado que ocultaba de manera casi normal su sorpresa y ansiedad:

      —¿Puedo preguntarle si hace mucho de su compromiso?

      —Hemos estado comprometidos desde hace cuatro años.

      —¡Cuatro años!

      —Sí.

      Aunque tales palabras la golpearon fortísimamente, Elinor seguía sin poder creerlas.

      —Hasta el otro día —dijo— ni siquiera tenía idea de que se conocieran.

      —Sin embargo, nos conocemos desde antiguo. Él estuvo bajo la tutela de mi tío, sabe usted, bastante tiempo.

      —¡Su tío!

      —Sí, el señor Pratt. ¿Nunca le habló del señor Pratt?

      —Creo que sí —respondió Elinor, haciendo un esfuerzo cuya intensidad aumentaba a la par de la intensidad de su agitación.

      —Estuvo cuatro años con mi tío, que vive en Longstaple, cerca de Plymouth. Fue allí donde nos conocimos, porque mi hermana y yo frecuentemente nos quedábamos con mi tío, y fue allí que nos comprometimos, aunque no hasta un año después de que él había dejado de ser pupilo; pero después estaba casi siempre con nosotros. Como podrá imaginar, yo era bastante renuente a iniciar tal relación sin que lo supiera y aprobara su madre; pero también era demasiado joven y lo amaba demasiado para haber actuado con la prudencia que debí hacerlo... Aunque usted no lo conoce tan bien como yo, señorita Dashwood, debe haberlo visto bastante para darse cuenta de que es muy capaz de despertar en una mujer un muy firme cariño.

      —Por cierto —respondió Elinor, sin saber lo que decía; pero tras un instante de reflexión, agregó con una renovada seguridad en el honor y amor de Edward, y en la falsedad de su compañera—: ¡Comprometida con el señor Ferrars! Me confieso tan totalmente pasmada frente a lo que dice, que en verdad... le ruego me disculpe; pero con toda seguridad debe haber algún equívoco en cuanto a la persona o el nombre. No podemos referirnos al mismo señor Ferrars.

      —No podemos referirnos a ningún otro —exclamó Lucy sonriendo—. El señor Edward Ferrars, el hijo mayor de la señora Ferrars de Park Street, y hermano de su cuñada, la señora de John Dashwood, es la persona de la cual hablo; debe concederme que es bastante poco probable que yo me equivoque respecto del nombre del hombre de quien depende toda mi felicidad.

      —Es extraño —replicó Elinor, sumida en un terrible asombro— que nunca le haya escuchado ni siquiera mencionar su nombre.

      —No; teniendo en cuenta nuestra situación, no es extraño. Nuestro principal cuidado ha sido mantener este sentimiento en secreto... Usted no sabía nada de mí o de mi familia, y por ello en ningún instante podía darse la ocasión de mencionarle mi nombre; y como siempre él estaba tan temeroso de que su hermana sospechara algo, tenía bastantes motivos para no hacerlo.

      Guardó silencio. Zozobró el espíritu de Elinor, pero el dominio sobre sí misma no se fue a pique con ella.

      —Cuatro años han estado comprometidos —dijo con voz serena.

      —Sí; y sabe Dios cuánto tiempo más deberemos esperar. ¡Pobre Edward! Se siente bastante apesadumbrado —y sacando una pequeña miniatura de su bolsillo, agrega—: Para evitar la posibilidad de error, tenga la bondad de mirar este retrato. Por cierto no es buena pintura, pero aun así pienso que no puede equivocarse respecto de la persona allí representada. Estos tres años lo he llevado conmigo.

      Mientras decía lo anterior, puso la miniatura en manos de Elinor; y cuando esta vio la pintura, si había podido seguir aferrándose a cualesquiera otras dudas por temor a una decisión demasiado rápida o su deseo de detectar una falsedad, ahora no podía tener ninguna respecto de que era el rostro de Edward. Devolvió la miniatura casi enseguida, reconociendo el parecido.

      —Nunca he podido —continuó Lucy— darle a cambio mi retrato, lo que me apena extraordinariamente; ¡él siempre ha querido tanto tenerlo! Pero estoy decidida a que me lo hagan en la primera ocasión que pueda.

      —Tiene