Jane Austen

Novelas completas


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agradablemente, cuando un ruido de caballos atrajo su atención y vieron a Darcy y a Bingley que, en sus cabalgaduras, venían calle abajo. Al distinguir a las jóvenes en el grupo, los dos caballeros fueron hacia ellas y se iniciaron los saludos de rigor. Bingley habló más que nadie y Jane era el objeto principal de su conversación. En ese instante, dijo, iban de camino a Longbourn para saber de su salud; Darcy lo corroboró con una inclinación; y estaba procurando no fijar su mirada en Elizabeth, cuando, de repente, se quedaron perplejos al ver al forastero. A Elizabeth, que vio el semblante de ambos al mirarse, le sorprendió mucho el efecto que les había producido el encuentro. Los dos cambiaron de color, uno se puso pálido y el otro rojo. Después de una pequeña vacilación, Wickham se llevó la mano al sombrero, a cuyo saludo se dignó contestar Darcy. ¿Qué podría significar aquello? Era imposible imaginarlo, pero era también imposible no sentir un gran cosquilleo por saberlo.

      Un instante después, Bingley, que pareció no haber reparado en lo sucedido, se despidió y continuó adelante con su amigo.

      Denny y Wickham continuaron paseando con las muchachas hasta llegar a la puerta de la casa del señor Philips, donde hicieron las correspondientes reverencias y se fueron a pesar de los continuos ruegos de Lydia para que entrasen y a pesar también de que la señora Philips abrió la ventana del vestíbulo y se asomó para secundar a grito pelado la invitación.

      La señora Philips siempre estaba contenta de ver a sus sobrinas. Las dos mayores fueron singularmente bien recibidas debido a su reciente ausencia. Les expresó su sorpresa por la rápida vuelta a casa, de la que nada habría sabido, puesto que no regresaron en su propio coche, de no haberse dado la casualidad de encontrarse con el criado del doctor Jones, quien le dijo que ya no tenía que enviar más medicinas a Netherfield porque las señoritas Bennet se habían marchado. Entonces Jane le presentó al señor Collins a quien dedicó toda su atención. Le acogió con la más exquisita amabilidad, a la que Collins correspondió con más miramiento todavía, disculpándose por haberse presentado en su casa sin que ella hubiese sabido con anterioridad, aunque él se sentía orgulloso de que fuese el parentesco con sus sobrinas lo que justificaba dicha intromisión. La señora Philips se quedó agobiada con tal derroche de buenos modales. Pero pronto tuvo que dejar de lado a este forastero, por las exclamaciones y preguntas concernientes al otro. La señora Philips no podía decir a sus sobrinas más de lo que ya conocían: que el señor Denny lo había traído de Londres y que iba a permanecer en la guarnición del condado con el grado de teniente. Añadió que lo había estado observando mientras paseaba por la calle; y si el señor Wickham hubiese aparecido entonces, también Kitty y Lydia se habrían llegado a la ventana para contemplarlo, pero por desgracia, en aquellos instantes no pasaban más que unos cuantos oficiales que, comparados con el forastero, resultaban “unos sujetos sin brío y desagradables”. Algunos de estos oficiales iban a cenar al día siguiente con los Philips, y la tía les prometió que le diría a su marido que visitase a Wickham para que lo invitase también a él, si la familia de Longbourn quería venir por la noche. Así lo acordaron, y la señora Philips les ofreció jugar a la lotería y tomar después una cena caliente. La perspectiva de semejantes delicias era colosal, y las chicas se fueron muy satisfechas. Collins volvió a pedir disculpas al salir, y se le aseguró que no eran necesarias.

      De camino a casa, Elizabeth le contó a Jane lo ocurrido entre los dos caballeros, y aunque Jane los habría defendido de haber notado algo extraño, en este caso, al igual que su hermana, no podía explicarse tal conducta.

      Collins ensalzó a la señora Bennet insistiendo en los modales y la educación de la señora Philips. Aseguró que aparte de lady Catherine y su hija, jamás había visto una mujer con más prestancia, pues no solo le recibió con la más extremada amabilidad, sino que, además, le incluyó en la invitación para la próxima velada, a pesar de ser totalmente desconocido. Claro que ya sabía que debía atribuirlo a su parentesco con ellos, sin embargo, en su vida había sido tratado con tanta deferencia.

      Capítulo XVI

      Como no se puso ningún obstáculo al compromiso de las jóvenes con su tía y los reparos del señor Collins por no dejar a los señores Bennet ni una sola velada durante su visita fueron firmemente rechazados, a la hora prevista el coche marchó con él y sus cinco primas hacia Meryton. Al entrar en el salón de los Philips, las chicas tuvieron la alegría de enterarse de que Wickham había aceptado la invitación de su tío y de que estaba en la casa.

      Después de conocer esta información, y cuando todos habían tomado asiento, Collins pudo analizar todo sin obstáculos; las dimensiones y el mobiliario de la pieza le causaron tal impresión, que confesó haber creído encontrarse en el comedorcito de verano de Rosings. Esta comparación no despertó ningún entusiasmo primero; pero cuando la señora Philips oyó de labios de Collins lo que era Rosings y quién era su propietaria, cuando escuchó la descripción de uno de los salones de lady Catherine y supo que solo la chimenea había costado ochocientas libras, apreció todo el valor de aquel cumplido y casi no le habría molestado que hubiese comparado su salón con la habitación del ama de llaves de los Bourgh.

      Collins se entretuvo en describirle a la señora Philips todas las finezas de lady Catherine y de su mansión, haciendo mención de vez en cuando de su humilde casa y de las mejoras que estaba realizando en ella, hasta que llegaron los caballeros. Collins encontró en la señora Philips una oyente fiel cuya buena opinión del rector crecía por momentos con lo que él le iba explicando, y ya estaba pensando en contárselo todo a sus vecinas cuanto antes. A las muchachas, que no podían soportar a su primo, y que no tenían otra cosa que hacer que desear tener a mano un instrumento de música y examinar las imitaciones de china de la repisa de la chimenea, se les estaba haciendo demasiado larga la espera. Pero por fin aparecieron los caballeros. Cuando Wickham entró en la estancia, Elizabeth notó que ni antes se había fijado en él ni después lo había recordado con la admiración necesaria. Los oficiales de la guarnición del condado gozaban en general de un prestigio extraordinario; eran muy gentiles y los mejores se encontraban entonces en la presente reunión. Pero Wickham, por su prestancia, por su soltura y por su airoso andar era tan superior a ellos, como ellos lo eran al rechoncho tío Philips, que entró el último en el salón oliendo a oporto.

      El señor Wickham era el hombre afortunado al que se tornaban casi todos los ojos femeninos; y Elizabeth fue la mujer afortunada a cuyo lado decidió él tomar asiento. Wickham inició la conversación de una forma tan amable, a pesar de que se limitó a decir que la noche era húmeda y que quizá llovería mucho durante toda la estación, que Elizabeth se dio cuenta de que los tópicos más comunes, más triviales y más manidos, pueden resultar interesantes si se dicen con gracia.

      Con unos rivales como Wickham y los demás oficiales en acaparar la atención de las damas, Collins parecía naufragar en su menudencia. Para las muchachas él no significaba nada. Pero la señora Philips todavía le hacía caso de vez en cuando y se cuidaba de que no le faltase ni café ni pastas.

      Cuando se montaron las mesas de juego, Collins vio una oportunidad para devolverle sus deferencias, y se sentó a jugar con ella al whist.

      —Conozco poco este juego, ahora —le manifestó—, pero me gustaría aprenderlo mejor, debido a mi responsabilidad en la vida.

      La señora Philips le agradeció su amabilidad, pero no pudo entender aquellas razones.

      Wickham no jugaba al whist y fue recibido con auténtico alborozo en la otra mesa, entre Elizabeth y Lydia. Al principio pareció que había peligro de que Lydia lo absorbiese por entero, porque le gustaba hablar por los codos, pero como también era muy aficionada a la lotería, no tardó en centrar todo su interés en el juego y estaba demasiado ocupada en apostar y lanzar exclamaciones cuando tocaban los premios, para que pudiera desviar su atención en cualquier otra cosa. Como todo el mundo estaba concentrado en el juego, Wickham podía dedicar el tiempo a hablar con Elizabeth, y ella ardía en deseos de escucharle, aunque no tenía ninguna esperanza de que le descubriese lo que a ella más le gustaba saber, la historia de su relación con Darcy. Ni siquiera se atrevió a mencionar su nombre. Sin embargo, su curiosidad quedó satisfecha de un modo inesperado. Fue el propio señor Wickham el que inició el tema. Preguntó qué distancia había de Meryton a Netherfield, y después de oír la respuesta de Elizabeth