Ricardo Forster

Desafío


Скачать книгу

no despreciable de la sociedad global bajo el canto de sirena de la economía de mercado, el emprendedurismo y la competencia privada. Todavía estamos a tiempo, atravesando días y semanas de inquietud, miedo, dolor y sufrimiento, de reconstruir nuestro tejido social, pero con la condición de romper la brutal mentira del capitalismo neoliberal hurgando sin complacencia en nuestra intimidad, en los valores que nos dominaron y que contribuyeron a multiplicar el desastre bajo la forma de un mundo de fantasía cuya arquitectura se parecía a un gigantesco shopping center.

      Creímos que podíamos vivir, si éramos parte del contingente de privilegiados, en un invernadero. Protegidos de la intemperie climática, del calentamiento global, de la miseria creciente, de la violencia y de las pestes que diezmaban a los pobres y hambrientos del mundo. El invernadero se rompió en mil pedazos no por la fuerza de una humanidad en estado de rebeldía sino por la llegada de organismos infinitesimales e invisibles capaces de penetrar por todos los intersticios de una sociedad desarmada y desarticulada que hace un tiempo decidió vivir bajo el signo de «sálvese quien pueda». El virus nos recordó de modo brutal que esa es, también, una quimera insolente, otra fantasía de un sistema aniquilador.

      Porque el neoliberalismo, y no nos cansaremos de decirlo, es mucho más que la financiarización del capitalismo, su momento zombi en el que ha puesto el piloto automático que nos lleva directamente hacia la consumación de la catástrofe; el neoliberalismo se ha sostenido y expandido gracias a una profunda y colosal captura de las subjetividades. Valores, formas de la sensibilidad, prácticas sociales, costumbres, sentido común han sido atravesados y reescritos por la economización de todas las esferas de la vida. Y es en el interior de una sociedad fragmentada y desocializada por donde se cuela, a una velocidad vertiginosa que nos deja impávidos, la potencia del virus y su capacidad para infectar nuestras vidas. Enfrentados a un retorno de lo real monstruoso, cuando las certezas colapsan y los imaginarios dominantes ya no sirven para apaciguar nuestra angustia, es cuando nos vemos impelidos a construir viejas y nuevas prácticas que habían sido desplazadas por un sistema de la hipertrofia competitiva e individualista: reconstruir lo común, el ámbito de la sociabilidad solidaria y del reconocimiento. Revitalizar la dimensión de lo público y del Estado como garantes de un principio genuino de igualdad democrática, y expropiarle a la insaciabilidad del capitalismo neoliberal el derecho a la salud pública, gratuita y de calidad. Aprender, a su vez, de esta pandemia que nos muestra los límites de un orden económico y tecnológico que no sólo profundiza las desigualdades, sino que también ha generado las condiciones para la degradación cada día más inexorable de nuestra casa que es la Tierra. Un virus que nos pone a prueba como sociedad y como seres humanos que necesitamos reaprender a cuidarnos y cuidar la vida que nos rodea y que nos permita seguir soñando un futuro.

      Pastora Filigrana García

      En Huelva, la crisis sanitaria del COVID-19 ha coincidido con la campaña de recolección del fruto rojo, la famosa «fresa de Huelva». Durante los meses de marzo a junio, la comarca fresera onubense produce en torno a 300 mil toneladas de fresas gracias al cultivo de invernadero, lo que aquí conocemos como los «plásticos». Esta ingente cantidad representa el 95 por 100 de la producción española, destinada en un 70 por 100 a la exportación a Europa. La mata de la fresa no es un olivo que puede zarandearse con una máquina para recoger el fruto; la fresa requiere manos. Se calcula que durante los meses de recolección se necesitan más de 80 mil trabajadores agrícolas. Las manos las ponen la población autóctona de Huelva y miles de trabajadores y trabajadoras inmigrantes. Una parte de esta mano de obra está constituida por las mujeres marroquíes contratadas en origen, que se desplazan hasta Huelva para la recolección. El año pasado llegaron 14.500 jornaleras marroquíes, pero este 2020, debido al cierre de fronteras decretado por la crisis sanitaria, casi 10.000 mujeres han dejado de venir. Sin duda, esta falta de mano de obra conllevará nuevos equilibrios entre los intereses de la patronal y los trabajadores. La primera se ve abocada a contar con el ejército «de reserva», conformado principalmente por trabajadores africanos, subsaharianos y magrebíes que habitan los asentamientos chabolistas que proliferan en los pueblos freseros de Huelva. Se calcula que en estos asentamientos sobreviven durante la campaña de recolección entre 4000 y 5000 jornaleros inmigrantes, sin agua ni suministros básicos, a la espera diaria del jornal. Este año, como faltan manos, puede que haya más jornales, al menos para los que tienen permiso de trabajo. El resto, los «sin papeles», seguirán levantando la voz por una regulación extraordinaria por la emergencia del COVID-19 y por acceso al agua en los campamentos de chabolas donde se han visto confinados a estar durante la crisis sanitaria. Sin agua, sin trabajo estable y sin libertad de movimiento.