Cambria Brockman

Cuéntamelo todo


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a su lado, con las piernas bajo el trasero, fijando su cabello en un gran moño sobre la parte más alta de su cabeza.

      —Hola —dije, mientras me acercaba. Dejé caer mi mochila en el suelo y me desplomé en el sofá junto a Shannon.

      —Buenos días, Malin —canturreó Shannon, radiante y alegre. Odiaba cuando la gente era demasiado ruidosa por la mañana.

      —Bonito suéter —dijo Amanda con una sonrisa. Mi suéter era viejo, gris, aburrido, como la biblioteca.

      —Gracias —contesté—. Deberíamos...

      Amanda me interrumpió con la mano extendida frente a mi rostro.

      —Antes de que comencemos... —dijo, arrastrando las palabras para crear más suspense—, anoche escuché un rumor escandaloso sobre nuestro asistente.

      —¿Qué? —preguntó Shannon.

      —¿Sabes que está saliendo con esa otra estudiante de posgrado? ¿La que siempre lleva faldas largas, un poco hippy?

      —¿Sí? —respondió Shannon.

      Sabía de quién hablaba. Había visto a Hale con una chica en el comedor la noche anterior, separando su mano de las de ella mientras se dirigían a la barra caliente.

      —Al parecer —dijo Amanda—, ella fue sorprendida tonteando con un profesor.

      —¿En serio? —preguntó Shannon.

      Por eso odiaba los trabajos en equipo. La ineficiencia era frustrante y fastidiosa.

      —La atraparon con uno de los profesores de inglés —continuó Amanda.

      Pronunció el final de la oración a toda prisa, como si su cuerpo ya no tolerara mantener la información dentro.

      —Qué mal —dijo Shannon—. Muy, muy mal.

      —Lo sé. Estaba terminando un trabajo en el Invernadero anoche y escuché a algunos de los otros profesores hablar sobre el asunto. Y... —e hizo una pausa para aumentar la tensión del momento; bajó la voz hasta convertirla en un murmullo—: el profesor está casado.

      El “Invernadero” era uno de los edificios académicos nuevos, financiado por exalumnos ricos. Centrado en un diseño de distribución abierto de sofás y chimeneas, proporcionaba un cómodo respiro a la biblioteca. Era común que los profesores y los estudiantes se sentaran en el mismo espacio, lo que supuestamente facilitaba un ambiente abierto para discusiones académicas.

      —Oh —dijo Shannon, con los ojos muy abiertos—, pobre Hale.

      —¿Verdad? ¿Quién puede engañar a alguien así? Quiero decir, obviamente es un cerebrito, pero parece buena persona. Aunque demasiado bueno para mí. Tan... íntegro. Estoy segura de que eso demerita en una cita.

      —¿Así que te gustan los idiotas cretinos? —bromeó Shannon. Amanda puso los ojos en blanco.

      —Calla, sabes a qué me refiero.

      —¿Y van a expulsarla? —pregunté, tratando de sonar interesada.

      —Oh, no lo sé. ¿A quién le importa? Semejante escándalo... Además, no creo que te echen por algo así. Siento que el programa de posgrado es diferente al de licenciatura. En todo caso, el profesor podría ser despedido. La gente puede acostarse con quien sea, quiero decir, siempre y cuando esté consensuado, obviamente —dijo Amanda.

      Apoyé la frente en la palma de mi mano. Las tres nos quedamos en silencio un momento.

      —¿Sabes? —dijo Amanda, mirándome fijamente—. Parece que tú le gustas a Hale, Malin.

      No respondí.

      —¿Qué fue lo que te dijo después de clase? —insistió.

      Estaba celosa de que no se hubiera acercado a ella. Yo habría preferido que hubiera sido así. Mejor para mí si prestaba atención a otros estudiantes. Entonces podría pasar desapercibida.

      —Quería hablar de mi especialidad —dije.

      —Bueno —se burló Amanda—. Puedes decir que lo impresionaste, o lo que sea. Tal vez le gustan las del tipo peculiar y tranquilo.

      Ignoré el descarado insulto contra mi carácter, aunque no estaba equivocada en su evaluación.

      —Y ahora que está soltero... —continuó con una ceja levantada hacia mí. La insinuación era clara.

      Los ojos de Shannon se abrieron ampliamente.

      —Pero es nuestro asesor.

      —Como si esa mierda importara... —dijo Amanda, esperando todavía mi respuesta—. Además, apenas se graduó el año pasado. No es una diferencia de edad considerable.

      —Igual siguen siendo cinco años —protestó Shannon. Enseguida me miró, tanteando mi interés. Las dos deseaban que me permitiera disfrutar la fantasía.

      Permití que el momento llegara hasta un territorio incómodo, y lo abandoné allí, molesto y apestoso.

      Amanda se espabiló, como si de pronto hubiera pensado en algo más interesante.

      —¿O tienes tu corazón puesto en John Wright, como todas las de nuestra promoción?

      —Sabes que está saliendo con Ruby, ¿verdad? —pregunté, sacando mis libros de la mochila y apilándolos sobre la mesa.

      Abrí mi portátil y la pantalla se iluminó en la temprana luz de la mañana.

      Amanda puso los ojos en blanco.

      —Ella no se lo merece.

      Como antes, en el comedor, estuve segura de que deseaba continuar la conversación por ese cauce. Pero no lo hice. Disfrutaba al molestarla con mi indiferencia, y me hacía sentir más cerca de Ruby. Shannon nos miró a ambas, un gato persiguiendo la luz.

      —Entonces —dije, después de regodearme en lo incómodo del momento—. ¿Podemos...? —cogí el libro esperando a que siguieran mi ejemplo, pero ambas me miraron como si hubiera perdido la razón.

      Suspiré. Trabajo en equipo, lo peor.

      CAPÍTULO DIEZ

      Día de los Graduados

      Soy un fraude, una impostora. Si conocieran mis secretos, no querrían ser mis amigos.

      Para empezar, odio embriagarme: emborracharme, alcoholizarme, aturdirme, embrutecerme. Lo disimulo, y soy bastante buena para ello. Mantenerme sobria durante la universidad significaría quedarme sin amigos. Cero. Todo el mundo habría pensado que era un bicho raro. En Hawthorne, ir a fiestas y beber es lo único que hacemos los fines de semana. Incluso los chicos más tranquilos de la residencia se embriagan de vez en cuando. Y cuando lo hacen, es entretenido verlos perder el control.

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