Michele Gesualdi

Don Lorenzo Milani


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      DON LORENZO

      MILANI

      EL EXILIO DE BARBIANA

      Michele Gesualdi

      Prefacio de Andrea Riccardi

      CÁTEDRA SAN JOSÉ DE CALASANZ

      Facultad de Pedagogía

      Universidad Pontificia de Salamanca

      A Carla

      PREFACIO

      Mucho es lo que se ha escrito sobre Don Lorenzo Milani. Su figura ha estremecido hondamente muchas conciencias desde los años sesenta. Mucha es también la discusión y la actividad literaria que ha suscitado. Su escuela fue un modelo para muchas otras, aunque no pueda decirse que hayan existido réplicas de la experiencia de Barbiana. Pero sigue en pie la gran pregunta: ¿quién fue realmente Don Milani? Este libro de Michele Gesualdi responde con sobria y documentada franqueza a esa pregunta mientras nos relata su historia. Lo hace sirviéndose de un lenguaje no académico, pero con gran conciencia histórica sobre Don Milani y su tiempo. No es solamente un libro de recuerdos escrito por el que fuera uno de los «chicos» que estuvieron cerca de Don Lorenzo y un testigo privilegiado de su historia, en especial de los últimos años. Su condición de partícipe añade algo profundo y vivo a la sobria y rigurosa narración histórica. Según mi parecer, el autor escribe en el lenguaje de Barbiana. El resultado es un ensayo importante, único en la vasta bibliografía sobre Milani, que introduce al conocimiento de Don Milani hoy, pero que conduce también –incluso a quien haya leído mucho sobre él– a una comprensión profunda de su figura.

      Barbiana es un pequeño mundo ya desaparecido, una montaña en la que sobrevivía una Italia marginal y pobre todavía en los años cincuenta y sesenta. En ese entonces bastaba con trepar a los Apeninos para encontrarse con tales realidades. Hoy Barbiana está ligada para siempre a la memoria de Don Lorenzo, evocada también sobre su tumba, donde, aparte del nombre y apellido, la fecha de nacimiento y de muerte, se lee la inscripción: «Priore 1 di Barbiana». Dice Gesualdi al final de este libro: «Priore de la nada de Barbiana». En el tiempo en que Milani fue enviado allá, Barbiana no era nada: un lugar de montaña perdido y despoblado. Hoy es aún menos.

      No obstante –observa el autor– es «esa nada la que él hizo florecer y fructificar dedicándose al cuidado de los demás». Hoy, y a pesar de su pequeñez, Barbiana sigue siendo un hecho de nuestra historia. Pero también un símbolo: un símbolo sobre el que convendría interrogarse más; la demostración de todo lo que, incluso en situaciones imposibles, pueden hacer un hombre o una mujer que ama y trabaja por los demás. Vuelve a la mente lo que escribiera Milani a su madre: «La grandeza de una vida no se mide por la grandeza del lugar en que se ha desarrollado, sino por cosas muy distintas. Y tampoco las posibilidades de hacer el bien se miden por el número de los parroquianos».

      Durante muchos años la figura del párroco de Barbiana, con su escuela, atrajo la atención de mucha gente. Milani apareció sobre todo como maestro o como un protagonista de batallas civiles. Y efectivamente lo fue. Con su Carta a una maestra [Lettera a una professoressa] se han medido cuantos se ocupaban de la escuela y de la educación –preguntándose cómo llenar el vacío de futuro de las generaciones jóvenes y cómo eliminar las discriminaciones presentes en el sistema educativo–, pero también muchos que estaban comprometidos en la sociedad civil y en las periferias. Ese texto, fruto del trabajo colectivo de la escuela de Barbiana, bajo la dirección de Don Lorenzo, ya gravemente enfermo, es, tal vez, su documento más conocido. La carta hizo de él una figura de renombre como educador, pero también como impulsor de una pedagogía revolucionaria y de una acción social en la promoción de los últimos.

      Su figura atrajo la mirada de muchos, cristianos y no cristianos, que, desde finales de los años sesenta, optaron por la periferia y por quienes viven en ella. Fue un gran activista social, calificado durante su vida también como subversivo o comunista. A ello contribuyeron asimismo sus posiciones sobre la objeción de conciencia, la guerra, el antifranquismo y el antifascismo. Y también su falta de «prudencia» eclesiástica, que en aquel entonces caracterizaba también a no pocos sacerdotes iluminados de Florencia. La Carta a una maestra tuvo una función importante en el año 1968, su mensaje llamó la atención en las más diversas perspectivas. Fue un texto de denuncia de las desigualdades en la escuela. Fue muy leído y popular en la impugnación de las instituciones educativas, que constituye un capítulo de la historia de la recepción y del éxito del opúsculo.

      Aun así, no existe solamente el Don Milani de la Carta a una maestra 2. O, mejor dicho, la Carta es el punto de llegada de una historia. A muchas representaciones de la figura del cura de Barbiana se les escapa el corazón de su personalidad. Este es también el motivo de su angustia personal en los últimos tiempos de su vida, cuando pidió a la Iglesia que heredara su obra. Pidió que su persona fuese reconocida con algún gesto por parte de la comunidad eclesial. No era la petición de un viático que le tranquilizara, ni menos aún la expresión de un afán de carrera, sino de un sentir profundo que aparece en todas las páginas de Michele Gesualdi. No era el de Milani un compromiso privado: como declaraba un sacerdote que lo conocía, Milani «temía que ese clima hiciese vana su elección de servir a la Iglesia a través de los pobres, con el riesgo de que, a los ojos de la gente de Barbiana, su apostolado apareciese como un hecho privado».

      Pero la Iglesia de su tiempo no quiso recibir su herencia, que solo fue recogida por quienes quedaron impactados o fascinados por ella. Más tarde, sin embargo, la Iglesia de Florencia se dio cuenta del error cometido con Don Milani y de la poca humanidad que había tenido para con él. Pero Milani ya había muerto. Como nos relata en estas páginas, Gesualdi fue testigo de la última conversación de Milani con su obispo, que había venido a verlo cuando, estando enfermo, vivía en una Barbiana ya vacía en la que solo habían quedado cuatro familias y los chicos de su escuela. Estamos en 1966, y el mundo montañés de Barbiana está en las últimas. La conversación con el cardenal Florit fue dura, marcada por la incomprensión: «Egocéntrico, loco, tipo orgulloso y desequilibrado», escribe el cardenal en su diario. Verdadera incomprensión para con un sacerdote que era, por cierto, peculiar, pero que no quería alejarse de la Iglesia. Hay que decir también –recuerda Gesualdi– que Florit, una vez jubilado, fue a Barbiana en gesto de reconciliación a visitar la tumba de Milani después de haber leído sus Cartas (y es un testimonio personal del autor, que estaba casualmente presente en ese momento en el cementerio).

      Para hacerse comprender por la Iglesia, Don Milani no quería servirse de una política de mediadores o de una política eclesiástica, ni tampoco era la suya una contraposición en espíritu de ruptura: obedecía y hablaba. Había terminado en una parroquia de montaña a la que ningún sacerdote quería ir y donde no tuvo ningún sucesor. Un verdadero exilio. Pero Don Lorenzo no renunció a decirle a su obispo las cosas que vivía y pensaba. Declaró su lazo vital con la Iglesia en aquella tan esclarecedora conversación, publicada por la Fondazione Don Lorenzo Milani en 2011 con el título de L’obbedienza nella Chiesa [La obediencia en la Iglesia]: «Yo no renuncio a los sacramentos por mis ideas: ellas no me importan nada. Porque yo estoy en la Iglesia por los sacramentos, no por mis ideas». Con estas palabras desconcertaba a menudo a los laicos que iban a visitarlo.

      Don Milani hablaba de la Iglesia y de la fe con un lenguaje de Barbiana, no con un estilo eclesiástico: una claridad original que para nada quita las razones de fondo. Es la misma claridad de estas páginas de Gesualdi. El análisis del priore sobre la esclerosis de las estructuras eclesiásticas y del episcopado es impresionante y debería profundizarse. Todavía hoy lleva a la reflexión. La carta a Nicola Piselli sobre estos temas es del año 1959, mucho antes de la contestación posconciliar y también del 68. La «monarquía» episcopal lleva al hombre-obispo fuera de la realidad, le hace incapaz de escuchar y de interactuar. Así escribe Milani:

      Pasa por el mundo sin tocarlo. No está lo bastante alto para estar iluminado por el cielo ni lo bastante bajo para ensuciarse la ropa o para aprender algo. Comete errores pueriles, entiende de todo, juzga la historia, la política, la economía, las luchas sindicales, el pueblo, con la beatífica inconsciencia de un niño [...], un hombre al que nadie da clases. Un infeliz. Tanto