Martino De Carli

Dos amigas frente al misterio


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continúa siendo un misterio para el hombre, que sabe, sin embargo, que constituye su destino.

      La segunda parte del libro habla del recorrido de la fe y de la aventura del conocimiento científico. Para el autor de este libro, son dos dimensiones que le resultan connaturales en su vida y se comprende, por ello, que las exponga con mucha autoridad y sencillez. El método científico de las ciencias experimentales siempre ha reconocido sus limitaciones y sabe que no puede conocerlo todo. Es cierto que, de tanto en tanto, surgen ciertas ideologías cientificistas que le atribuyen a la ciencia una capacidad mayor que la que le otorga su método, pero pronto se revelan como pretensiones infundadas. Sabido es que, desde comienzos del siglo XX, el modelo de las ciencias naturales y también el de las sociales es probabilístico, de modo tal que sus certezas tienen márgenes de error y sus hipótesis pueden ser “falseadas”, al decir de Popper, antes que comprobadas o verificadas. Todo esto lo saben los científicos y lo aceptan de buena gana. La realidad es siempre más grande o más compleja de las teorías o modelos que intentan simplificarla. Como ocurre con los mapas, comprendemos la realidad, pero siempre a una escala diferente de la realidad misma. Por ello puede afirmar el autor, como se lee en el título, que la ciencia se encuentra también, al igual que la fe, de cara al misterio. La inteligencia humana es, por su naturaleza, inquisitiva y ninguna pregunta se dará por satisfecha con una respuesta que no vuelva a replantear nuevamente la pregunta de la que partió. Y, por cierto, los científicos son además seres humanos, de modo que en su inteligencia se pueden abrir, y de hecho, lo hacen, al sentido religioso que busca el significado último de todo. Ciertamente, la única posibilidad de diálogo entre la ciencia y la fe es aquella que pueda establecerse entre científicos que, en su propia disciplina, o en diálogo interdisciplinar con otros científicos, busquen con humildad y sencillez las preguntas que los abren al umbral del misterio.

      La tercera parte del libro analiza tres ejemplos luminosos en que es posible observar los límites de la relación entre ciencia y fe, al mismo tiempo que la apertura que ambas necesitan para comprender el fenómeno humano en su conjunto. Se trata de la creación, considerada desde el mito, la filosofía y la fe bíblica, del dolor, la salud y la salvación, como también del determinismo, las neurociencias y la libertad humana, tan actuales en la investigación científica contemporánea. La tensión que se presenta en considerar la realidad como sólo aquello que tiene magnitud, que es mensurable y divisible, y la experiencia del yo, de su inteligencia y libertad, que es inconmensurable e indivisible son las dos experiencias que necesitan reconciliarse para entender la totalidad del fenómeno humano. Ya Spinoza, en los albores de la filosofía moderna, planteaba que la libertad no es más que nuestra ignorancia de saber qué es lo que nos determina. Desde entonces, la tentación a un reduccionismo de la vida humana a la determinación de ciertos factores conocidos no ha abandonado al pensamiento y retorna una y otra vez bajo distintos pretextos y saberes, tanto en el ámbito de las ciencias naturales como también de las sociales. Pero la conciencia de la libertad del pensamiento y del juicio, y más profundamente, la libertad ontológica de querer ser aquello que se puede ser, no abandona la experiencia elemental del hombre constituyendo su “suidad”, para usar la magnífica expresión de Xavier Zubiri. La condición material del ser humano está fuera de duda, pero también lo está su condición espiritual, que abre su inteligencia a la luz que ilumina la totalidad de los factores que constituyen su realidad. Los tres ejemplos analizados ilustran muy bien la necesidad del diálogo entre las distintas dimensiones de la realidad que la razón exige para la comprensión del fenómeno humano en su conjunto.

      La cuarta parte del libro plantea ejemplos históricos de una amistad posible entre la razón y la fe con figuras de pensadores como Justino, Agustín y Tomás de Aquino, analizando también el caso de Galileo y las razones de Juan Pablo II para revisarlo. Pero en esta parte, el autor recurre sobre todo a Benedicto XVI y su constante llamado a “ensanchar” la razón para superar la autolimitación que parece haberse impuesto a sí misma desde hace siglos. Es por ello que el diálogo entre la fe y la razón debe realizarse de cara al misterio. Cualquiera otra medida resultaría infructuosa, porque el anhelo de infinito es constitutivo de la inteligencia humana. Pero el autor no usa sólo la palabra diálogo, sino que va más lejos usando la palabra amistad. Se trata de una apreciación justa, puesto que ambas se buscan, se necesitan y se purifican recíprocamente evitando caer en el determinismo una, y en el fideísmo, la otra. Lo que necesita esta amistad es la pasión por el conocimiento de lo real, por la naturaleza del ser humano y de su inteligencia, el amor a su destino.

      Estas páginas son un ejemplo muy clarificador de que esta amistad es posible. Escritas en estupendo lenguaje, de gran amenidad y sencillez, con una enorme cantidad de citas de pensadores famosos y un gran apoyo literario, este libro no sólo servirá a los alumnos que siguen sus cursos, sino que será un poderoso estímulo para los científicos, filósofos y teólogos, de esta universidad y de otras, para iniciar un diálogo fecundo que dé un sentido nuevo a su actividad universitaria y a su “diaconía de la verdad”.

      Pedro Morande Court

      Profesor Titular de Sociología

      Pontificia Universidad Católica de Chile

      Introducción

      ¿Qué es el hombre? ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Por qué sufrimos? ¿La fe tiene que ver con la razón? ¿Es posible ser científicos y creer en Dios? ¿Ha obstaculizado la Iglesia el desarrollo de la ciencia?

      Estas son algunas preguntas que han surgido durante las clases del curso “Fe y modelos de racionalidad científica”, que imparto a alumnos de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Este libro nace del deseo de dar a conocer el recorrido temático que he desarrollado en el curso, dialogando con los estudiantes e intentando responder a sus interrogantes.

      Los temas tratados expresan esta preocupación y también reflejan la participación en el curso de alumnos de diversas facultades. Por lo tanto, evidencian el intento de buscar un enfoque interdisciplinar, creando enlaces entre la reflexión teológica y aspectos de otras disciplinas del saber.

      Un diálogo entre la fe y la ciencia, que no quiera ser solamente escenario de contraposiciones estériles, no puede excluir la cuestión antropológica, es decir, la pregunta sobre lo específico del ser humano. Por lo tanto, en la primera parte del texto hablaré del hombre y de los caminos que utiliza para conocer la realidad y para conocerse a sí mismo. De esta forma, adquirirá una nueva luz el misterio de su existencia.

      En la segunda parte, en cambio, pretendo decir qué es la fe y qué es la ciencia, describiendo cuáles son sus características fundamentales y sus principales dinamismos. En la tercera sección, me detendré sobre tres ejemplos que ilustran, desde distintas perspectivas, la relación existente entre la fe y la ciencia. Finalmente, en la cuarta parte, después de haber descrito algunas articulaciones histórico-filosóficas de la relación entre fe y racionalidad, expondré una propuesta de diálogo entre la fe y la ciencia.

      He utilizado varias fuentes. Escribir estas páginas ha sido una ocasión provechosa para volver a descubrir el valor de ciertas lecturas que he hecho a lo largo de mis años de estudio, para entrever una correlación entre ellas y para colocarlas en un horizonte más unitario. Entre las fuentes, he recurrido especialmente a dos autores: Luigi Giussani, sacerdote italiano, teólogo y educador [1922- 2005] y Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) [1927]. Ellos me han ayudado a construir el entramado conceptual de mi argumentación.

      Luigi Giussani me ha enseñado, sobre todo, a volver a pensar de una forma nueva en las cuestiones de siempre, redescubriendo las palabras fundamentales del lenguaje cristiano y a mirar al hombre en acción, para conocerlo en sus dinamismos más profundos, en sus esperas más radicales.

      Joseph Ratzinger, en cambio, me ha acompañado en la comprensión de la relación entre la fe y la ciencia a lo largo de la historia. Además, le debo a él la propuesta final de colaboración recíproca entre las dos.

      Una palabra sobre el estudio y su significado. Impartiendo las clases, me he dado cuenta de que identificar el estudio con un simple acopio de conocimientos o con un puro bagaje de nociones, no respeta su verdadera naturaleza. Tampoco es satisfactoria la fragmentación actual del saber que encierra la razón del estudiante