La señora March, que estaba de muy buen humor, decidió llevar la lección al extremo y rematar el experimento con un final adecuado. Así pues, concedió el día libre a Hannah para que las chicas conocieran el resultado de un sistema de vida basado en el entretenimiento.
Cuando las muchachas se levantaron el sábado por la mañana, no había fuego encendido en la cocina, ni desayuno sobre la mesa del comedor, ni rastro de su madre.
—¡Válgame el cielo! ¿Qué habrá ocurrido? —exclamó Jo mirando alrededor con espanto.
Meg corrió escaleras arriba y bajó de nuevo enseguida, más tranquila pero también perpleja e incluso algo avergonzada.
—Mamá no está enferma, sino muy cansada. Dice que se va a quedar todo el día en su habitación, reposando y que hagamos lo que podamos. Todo esto es muy raro, esta actitud no es propia de mamá. Dice que ha tenido una semana muy difícil y me ha pedido que nos ocupemos de nosotras en lugar de quejarnos.
—Es fácil y me gusta la idea. Me muero de ganas de hacer algo… quiero decir, de buscar un nuevo entretenimiento… Ya me entendéis —se apresuró a añadir Jo.
De hecho, todas se sintieron muy aliviadas ante la perspectiva de poder ocuparse en algo útil y se pusieron manos a la obra llenas de buena voluntad. Sin embargo, no tardaron en comprobar que Hannah tenía razón cuando afirmaba que «las labores del hogar no son ninguna broma». La despensa estaba llena de comida y, mientras Beth y Amy ponían la mesa, Meg y Jo prepararon el desayuno, maravilladas de que las sirvientas considerasen duro el trabajo.
—Aunque mamá me ha dicho que no nos preocupemos por ella, le subiré algo de desayuno —dijo Meg, que se sentó presidiendo la mesa y se sentía muy maternal detrás de la tetera.
Prepararon una bandeja y se la subieron a su madre antes de empezar a desayunar, con los mejores deseos de la cocinera. El té estaba amargo, la tortilla francesa, quemada, y las galletas tenían grumos de bicarbonato, pero la señora March agradeció la comida y no rió con ganas hasta que Jo se hubo retirado.
¡Pobrecillas, mucho me temo que van a pasar un mal día! Pero no les hará ningún daño y les vendrá bien, se dijo, y se dispuso a comer unos manjares más apropiados que había preparado ella misma con antelación, después de vaciar los platos del horrendo desayuno. No quería herir los sentimientos de sus hijas mostrando su desaprobación.
En la planta de abajo se oyeron muchas quejas y se criticó con dureza a la cocinera.
—No importa, yo prepararé la comida y haré de criada. Tú puedes ser la señora de la casa, mantendrás tus manos cuidadas, vigilarás a los demás y darás instrucciones —dijo Jo, que sabía todavía menos que Meg de asuntos culinarios.
Meg aceptó agradecida la amable oferta y se retiró a la sala, que medio adecentó escondiendo los papeles bajo el sofá y cerrando las persianas para que no se viese el polvo. Jo, con una gran fe en sus capacidades, y deseosa de borrar los efectos de su discusión, dejó una nota en el buzón para invitar a Laurie a comer.
—Sería conveniente que miraras qué puedes preparar para comer antes de invitar a nadie —advirtió Meg al enterarse del amable pero impulsivo gesto de Jo.
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.
Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.