los elementos y en general todas las mutaciones de la tierra y el cielo.
Para entender esto debidamente es preciso partir de la base de que así como nosotros nacemos en un ambiente civilizado, en el que todos los patrones de pensamiento y comportamiento están dados, circunstancia que desde la infancia nos introduce en modos de vida altamente sofisticados que determinan nuestro estado de conciencia, en los tiempos remotos en que nuestra especie vivía identificada con el orden natural, el hombre nacía en un ambiente en que la cultura natural de su tribu era ese conjunto de conocimientos y prácticas que en ese contexto daban forma a la conciencia. Los hombres estaban dotados de un equilibrio psíquico y biológico que les permitía armonizarse con el entorno y, por así decirlo, hallar por sí mismos el “camino”; pues solo pierden el camino aquellos cuyo ser consciente se ha constituido en un núcleo autorreferente, del que procede un margen considerable de deliberación personal arbitraria, fuente de errores y conflictos.
Esa posibilidad acusa un desarrollo inarmónico de la función consciente. Con relación a esto cabe preguntarse, ¿qué es lo que desvió la función consciente desde su desarrollo natural y sensato hacia lo que carece de sentido y destruye la vida?
En su versión bíblica el mito del paraíso y la caída está claramente condicionado por la cosmovisión que caracteriza al monoteísmo hebreo. En la versión china en cambio no aparece la caída motivada por un “pecado” individualizado con precisión como en el Génesis de la Biblia. Se trata de un extenso relato dividido en diez edades en cuyo desarrollo hay hitos precisos que corresponden a dinastías de soberanos que, según el tenor del texto, habrían gobernado a los pueblos en épocas muy anteriores al imperio; pero eso es solo una ficción narrativa. Lo que en la Biblia es aquel mentado “pecado original”, en la versión china está subentendido en las actitudes de los hombres de las diferentes edades, y eso que se subentiende es que, en un momento imposible de precisar pero al cual se alude directamente en un comentario de los historiadores que pusieron por escrito la tradición oral, el cielo, que antes estaba armónicamente vinculado a la tierra, se desvinculó de ella, y los hombres recibieron la influencia de lo alto en forma más disminuida. Una de las razones de esta desvinculación es aludida como un aumento en la elaboración de la actividad mental. Según este comentario los hombres se volvieron extremadamente “esclarecidos” y por eso la naturaleza se retrajo ante su influencia y las bestias que antes les eran sumisas se apartaron de ellos y los atacaron.
Estos relatos son incluidos en los escritos de los historiadores clásicos chinos tales como Se Ma Tsien, Lo Pi, y otros, y proceden de escritos más antiguos, los que a su vez, se remiten a los escritos sagrados de la dinastía Tchou, cuyo guardián durante muchos años fue el propio Lao Tse. El conocimiento que los taoístas de renombre demuestran tener de ese pasado se debe a dicha circunstancia (Recherche sur les temps anterieurs au Chou King, par le pére de Prémare. Livres sacres de l’Orient, 1843)
En el desarrollo del relato aparecen todos los hitos que la historia y la antropología distinguen como puntos de referencia para determinar el avance gradual del hombre, a través de muchos milenios, hacia la civilización. Todo lo cual es descrito en términos ambiguos en lo referente al bien y al mal. Cada peldaño en la escala de este progreso es precedido por un hecho nefasto que causa gran daño a los hombres y al mundo mismo, al cual le sucede el advenimiento de un soberano sabio y santo que supera la crisis y restablece el orden, pero siempre en un nivel inferior al anterior. Así, el descubrimiento del fuego y el modo de encenderlo mediante dos maderos, el cocimiento de los alimentos, las técnicas para la pesca y la caza, las técnicas de construcción de viviendas e instrumentos, la curación de enfermedades, que gradualmente fueron apareciendo paralelamente a estos progresos; la práctica de la agricultura, la revelación del conocimiento que permite entender mediante símbolos y números el acontecer cósmico, la invención de la escritura, en fin, todo eso fue comprometiendo a los hombres con un orden de creciente complejidad, una extensa trama de procedimientos, reglas de comportamiento y organización política y administraciones. Esto ocurrió en forma paralela a la pérdida gradual de la virtud, la disminución de las fuerzas vitales y la pérdida de la longevidad, y, paradójicamente, el aumento de la ignorancia y la necesidad de saber.
A este respecto conviene citar el epigrama XVII del Tao Teh King en el que Lao Tse describe sucintamente esta decadencia de la sociedad desde los tiempos de la inocencia original a los tiempos de la supercivilización de la dinastía Tchou:
De los buenos soberanos apenas se supo que existieron.
Los sucesores de estos fueron amados y alabados.
Los sucesores de estos fueron temidos.
Los sucesores de estos fueron despreciados.
Los de la primera categoría, según los maestros taoístas, gobernaron mediante el “no-obrar”, es decir, sin alterar la armonía cósmica de la sociedad y el orden natural. Esos soberanos eran los guías de su pueblo solo por la influencia de su ser, no por el hacer ni el poder. Según Lao Tse, en aquellos tiempos las agrupaciones familiares tenían la sensación de vivir con arreglo a ellas mismas (Epigrama XVII). Los sucesores de estos, mencionados en el segundo verso como aquellos que el pueblo amó y alabó, son aquellos que vivieron en un mundo más inarmónico y peligroso, debiendo enfrentar grandes calamidades tales como sequías, hambrunas, inundaciones; emergencias que ellos supieron enfrentar con sabiduría y eficacia, por eso el pueblo los amó y alabó.
Los soberanos aludidos en el tercer verso, son aquellos que se hicieron cargo de un vasto y poderoso imperio, en el cual, por la complejidad de la vida de la nación, tuvieron que enfrentar hechos graves de conducta antisocial, reprimiendo el delito y la sedición con mano dura.
Los aludidos en el cuarto verso son los soberanos indolentes y corrompidos que aparecieron al término de las dinastías antiguas por la decadencia moral de las familias imperiales, en un mundo de opulencia y refinamiento para unos, y de humillación para otros.
Una lectura completa del clásico confuciano “Chou King”, esto es “Sagrado libro de la historia”, nos permite identificar con sus nombres a los soberanos aludidos indirectamente en el capítulo XVII del Tao Teh King.
Entre los primeros cabe mencionar a Fu-Hi, quien vivió en el cuarto milenio antes de Cristo. A él se atribuye la creación de los símbolos lineales que constituyen el sistema de las mutaciones del I Ching.
Entre los mencionados en el segundo verso destaca el emperador Yao, apodado el Grande, quien vivió al término del tercer milenio antes de Cristo, y a sus dos sucesores, Chun y Yü, quienes se hicieron cargo de evacuar las aguas del diluvio hacia el mar, salvando a la nación de perecer ahogada.
Los mencionados en el tercer verso son los héroes fundadores de las dinastías antiguas posteriores a Yao, tales como Tang “el perfecto” y “Wen Wang”, quienes construyeron el imperio antiguo y lo hicieron prosperar mediante una gigantesca máquina política.
Los mencionados en el cuarto verso son los soberanos disolutos y criminales con que terminaron las dinastías Hia y Yin, a los que podría agregarse también los impotentes e incapaces soberanos Tchou que gobernaron solo nominalmente sobre un imperio dividido en reinos combatientes durante los siglos terminales de la tercera dinastía.
Por el contexto de estos relatos se entiende que los sabios chinos que los han transcrito y comentado o se han referido a ellos indirectamente, como es el caso de Lao Tse, dan una versión de la caída del hombre ligada también a una cuestión de conocimiento. De ahí que osen decir que la desarticulación de la trama cósmica de la sociedad y el orden natural se debió a que los hombres se volvieron muy “esclarecidos” (intelectuales). A este respecto cabe observar que para Lao Tse el conocimiento del sentido o Ley Eterna solo puede obtenerse deshaciéndose de todo el saber acumulado por la alta cultura. En el epigrama XLVIII del Tao Teh King, se dice lo siguiente:
Quien se entrega al estudio, día a día acrecienta su saber.
Quien se entrega al Tao, día a día se deshace de su saber.
En esta cita subyace el supuesto de que el saber procede de la arbitrariedad humana para representarse el mundo movido por intereses que empañan el verdadero conocimiento. Por eso