Valentín o Víctor, mi papá o Valentina mi abuela. Capaz que lo escribió en alguno de los viajes. Seguro para mi abuela, miren está escrito debajo de la foto de una… Hostería, dice.
Valentín seguía mirando la letra escrita sobre el papel amarillo, la hoja era de la ciudad de Buenos Aires. No recordaba que su abuelo le hubiera contado de algún viaje a ese lugar. Su memoria le traía algunas historias ubicadas en París o Londres, aunque nunca estuvo seguro de que sus abuelos hubieran viajado tanto.
—Si es para vos o para tu papá no importa –dijo Oracio–, hay que tratar de entender qué quiere decir este mensaje. A ver, dejáme a mí –Oracio se acercó más al libro y volvió a leer: “V te espero afuera. No tengas miedo”.
Pensó un poco y dijo:
—“V”…, vos o quién sea, tu abuelo pensaba que alguien lo leería. “Te espero afuera”, pero ¿afuera de dónde?
—Afuera de esa hostería, lo escribió para tu abuela en alguno de los viajes –dijo Luciana.
—Sí, tal vez sea eso –contó Valentín.
Luciana miraba detenidamente la escritura. Valentín la codeó para que escondiera la guía. Entraban algunos vecinos que volvían de sus trabajos. Apenas los saludaron. Ya eran más de las seis. Una señora les dijo que era un poco tarde para estar afuera. Luciana le dijo que su mamá sabía, que no se preocupara, que gracias igual.
—¿Y si lo escribió en otro momento y no en un viaje? La guía parece vieja por el papel amarillento pero la escritura no está tan gastada, parece más nueva que el papel y las otras inscripciones. Bueno es una hipótesis —dijo Luciana cuando vio la cara de sorpresa de sus amigos.
—Entonces tiene que ser… ¿cuándo desapareció tu abuelo? –preguntó Oracio que al final terminaba reconociendo la capacidad de Luciana.
—Hace nueve años. Después de que mi mamá y la abuela murieron. Papá un tiempo creyó que volvería, ahora está seguro de que murió y nunca lo encontraron.
—Entonces no sabemos si se murió en serio.
—¿Qué querés decir? –le preguntaron sus amigos.
Oracio solía sorprenderlos con sus ideas locas.
—¿Y si se fue? ¿Si se escapó de la ciudad y dejó este mensaje para que vos o tu papá lo siguieran algún día?
—¡Imposible! No nos hubiera dejado así –exclamó Valentín.
Sonó el DCF de Luciana o “su tablet”; prefería llamar a sus dispositivos con nombres antiguos. Algo se le pegaba de la afición de Marga por los objetos viejos. Su madre la buscaba. Se había hecho tarde.
Se despidieron entusiasmados e inquietos. Los tres intuían que ese descubrimiento podría ser extraordinario.
5. Mensajes, pistas, ¿qué son?
Valentín entró corriendo a su casa. Su papá seguramente ya habría llegado. Desde la desaparición de su padre, Víctor quería que su hijo estuviera cuando regresaba del trabajo. El DCF de Víctor y su hijo estaban en conexión permanente. También lo tenía conectado con su padre y nunca pudieron localizarlo. Víctor sabía que la ciudad era segura y más allá de la zona cuatro en que vivían no podía circular sin los registros adecuados. Era obligatorio que la Red de Seguridad Ciudadana indicara el camino y monitoreara el viaje. De todos modos no podía evitar el miedo de perder a su hijo.
—Estaba con mis amigos en el edificio de Luciana.
—Sabía dónde estabas, pero la próxima vez avisame el retraso –le contestó sin sacar la vista de la película de acción que estaba viendo. Los soldados perseguían al protagonista que corría por todo el espacio de la sala de video. Víctor era fanático de las proyecciones virtuales, volvía del trabajo, se sentaba en la sala y por dos horas quedaba en medio de la acción que se desarrollaba a veces en el pasado, a veces en el futuro.
—Claro, perdón, me olvidé –dijo Valentín.
—Cuando termine la película cenamos –dijo Víctor.
Valentín, ansioso por seguir leyendo la guía turística, se encerró en su cuarto. Mientras daba vueltas las hojas gastadas, le llamó la atención una página con marcas diferentes. No se habían dado cuenta la primera vez. Con una cruz estaban señalados con rojo: una construcción en forma de cono que terminaba en una especie de linterna, Faro de Pigeon Point, arriba de una montaña cerca de una pequeña ciudad al lado del mar; un hombre volando en un aparato parecido a un pájaro; un hombre caminando por la playa.
¿Por qué el abuelo había marcado con otro color esas imágenes? ¿Tendrían relación con el mensaje escrito? Las preguntas se le amontonaban en la cabeza.
—¡VAMOS A COMER! –gritó Víctor desde la sala.
El menú estaba desplegado en la pantalla del CHC14.5.
—¿Querés algún gusto en especial? –le preguntó Víctor.
—Cualquier cosa –su mente estaba en la guía turística.
Víctor marcó, programó el sintetizador y en cinco segundos los alimentos, con las proteínas y los nutrientes necesarios para una buena cena después del trabajo y del estudio, aparecieron en los platos.
— ¿Tuviste un buen día? –le preguntó su padre.
—Como siempre. Estudié, jugué en la red y salí un rato a ver a mis amigos.
—¿Qué hicieron?
—Nada, nos sentamos en el jardín y hablamos.
Desde las desapariciones en su familia, había demasiado silencio entre ellos. Las preguntas de rigor y las respuestas esquivas. Víctor y Valentín no parecían estar en el mismo lugar. Esta vez Valentín no iba a aceptar esa situación. Necesitaba saber y su padre sabía.
—¿Los abuelos viajaban mucho? –preguntó Valentín abruptamente.
A Víctor no le gustaba hablar de sus padres, ni de su esposa. Permaneció en silencio. Cuando estaban levantando los platos de la mesa, dijo:
—¿ Para qué querés saber? Son historias viejas.
—¡OTRA VEZ! ¡VOS NUNCA QUERÉS HABLAR DE LOS ABUELOS NI DE MAMÁ!
—No me grites, Valentín. No es necesario. No me gusta hablar de eso. Ya sabés.
—Pero esta vez yo sí quiero hablar. Contame –dijo Valentín desafiante.
Víctor lo miró un rato con los ojos enrojecidos.
—Viajaron cuando eran jóvenes y recién casados. Yo no había nacido.
—¿Te contaron de sus viajes?
—Poco, la abuela se ponía mal. Le daba mucha tristeza. Vivieron tiempos difíciles, Valentín. Nosotros tuvimos suerte de nacer acá.
Lo que seguía, Valentín se lo sabía de memoria: hubo una época en que había mucho peligro por las catástrofes climáticas y la desertización. Además de la inseguridad en las grandes ciudades, la falta de alimentos, el hacinamiento. Habían logrado salvarse gracias a esta ciudad y al abuelo que formaba parte del grupo de ingenieros, arquitectos y científicos que la planificaron y construyeron. Cuando nació Víctor, unos años después, la ciudad estaba terminada y el Concejo de Regentes había organizado minuciosamente la vida. Por fin, un sistema perfecto para vivir seguros y en paz, proclamaban por la publicidad en las redes. Sin violencia, sin pobreza, sin crímenes, sin peligros climáticos. Las medidas de prevención se fueron haciendo cada vez más estrictas: no se podía salir de la ciudad y el crecimiento debía ser muy controlado. Todo ordenado y seguro.
Aunque Valentín era chico, se acordaba de algunas discusiones de su abuelo y su papá. Peleaban porque el abuelo se sentía encerrado y Víctor defendía el sistema de vida y el Concejo