Nerea Liebre

El club de la selva


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      El Club de la Selva

      Nerea Liebre

      Ilustraciones:

      Pablo Elías

      Índice de contenido

       El club de la selva

       Portada

       Cita

       Glorasio guaraní

       Capítulo 1: Malón

       Capítulo 2: Ojos imperceptibles

       Capítulo 3: El decapitado

       Capítulo 4: Bestia silbadora

       Capítulo 5: Las llamas del pantano

       Capítulo 6: Valor

       Capítulo 7: Delirante encubridor

       Capítulo 8: Los leñadores

       Capítulo 9: Los ingrávidos

       Capítulo 10: Gea

       Capítulo 11: Juguete de madera

       Capítulo 12: La misteriosa libreta

       Capítulo 13: Con las alas al viento

       Capítulo 14: Letras póstumas

       Epílogo

       Biografías

       Legales

       Sobre el trabajo editorial

       Contratapa

      “Me invitó a mascar de su hierba y a morder de la pura verdad

      me preguntó de qué se ocupaban allá en la capital

      y yo solo tuve palabras para definir la injusticia

      y que solo aspiraban al fruto de la propia codicia.”

      Lo frágil de la locura.

      La Renga.

      Glosario guaraní

      Jaguarete: tigre/jaguar.

      Kunumi nahasevéima: “El bebé ya no llora más”.

      Ñakurutü: búho.

      Omano: Muere

      Ropegua: vaina de semillas. Vocablo con profundidad filosófica: "familia".

      Tupã: dios supremo de los guaraníes. Deidad creadora de la luz y el universo.

      Yvy póra: alma de la tierra. Alma de la naturaleza. Fantasma de la tierra. Tierra fértil.

      Yvyrã: árbol. Vocablo con profundidad filosófica: “lo que será tierra”. No solo nombra, sino además es una toma de conciencia de la fragilidad de la vida.

       1. Malón

      Su abuela hizo sonar la bocina del Ford Taunus, modelo ochenta, dos veces. Mika se apresuró, cargó la mochila a su espalda y bajó raudamente la escalera. Le llamó la atención la nota que alguien había deslizado por debajo de la puerta de entrada a esas horas de la noche. La levantó y con la ayuda de su lapicera-linterna leyó los desprolijos garabatos:

      —¡Envidia! Ya quisieran ser ellos los representantes en la Comisión Disciplinaria.

      Abolló el papel. Hacía días que las amenazas anónimas no lo dejaban en paz, desde que sus compañeros le habían delegado dicho rol frente a la comisión que dictaminaba sanciones en casos de mal comportamiento, integrada por maestros y alumnos. Pero las notas, más que infundirle miedo, lo hacían sentir importante. Como una estrella de cine a la que todos acosan. Se apresuró, estaba retrasado y quería dar el ejemplo.

      En una de las últimas medianoches de noviembre, un ómnibus de doble altura estacionó frente a la sede del club Aventureros del Oeste, delegación Floresta, aguardando ser abordado por los cuarenta campistas que coronaban el año con tan ansiado viaje.

      El tradicional evento, interrumpido una década atrás, había despertado el interés del barrio, incluso algunos vecinos sin nadie a quién despedir se habían acercado. El bullicio se expandía a lo largo de la cuadra, los padres se apresuraban a repetir por vigésima vez las recomendaciones a sus hijos, les mostraban cuál era el frasco de repelente de insectos y cuál la crema para ronchas.

      El equipaje que subían al maletero del ómnibus era excesivo y debieron reordenarlo varias veces antes de cerrar la puerta, se contaban cuarenta y cuatro mochilas, faroles, estacas, toldos, picos y palas, mesas plegables, colchonetas, un carrito y diez carpas. Preparar la expedición había llevado seis meses y los responsables soportaban ahora las últimas directivas de los padres, más de uno había realizado el mismo viaje en su adolescencia.

      Por fin ocuparon sus lugares. Gaspar Lado, un joven instructor de karate, tomó lista para llevar un control de los “aventureros” (nombre otorgado por el club a los socios menores de edad). Noble y de buen corazón, tenía muy buena aceptación por parte de los chicos. Y también por parte de Miranda Pink, a cargo de los juegos y tiempo libre, a quien le gustaba admirar sus pectorales amplios y gemelos resistentes.

      Mika Dahúc llegó agitado, transpirando, con una gota de sudor que luego de recorrer la frente se depositó en la punta de su nariz. Subió tropezando con el último escalón y cayó encima de Roque Lado, quien arqueó los labios hacia abajo.

      —¿¡Estas son horas de llegar muchacho!? –Protestó de mal talante– ¿Acaso nadie le aclaró que los voceros deben dar el ejemplo? –agregó observando su uniforme caqui diferente al verde del resto de sus compañeros.

      Mika contuvo la maldición trepada a su garganta, apretó con fuerza el equipaje de mano y se dirigió directo al fondo. La semana anterior había cumplido catorce, edad que le hacía merecer el importante rol