el premio? –preguntó Manuel, reconocido como el bromista del club.
—El primer grupo que regrese al campamento con la consigna resuelta será condecorado con la insignia mayor de la supervivencia.
Mostró un distintivo rojo del cual colgaban dos cintas negras. Si bien llamó la atención de todos los aventureros, a Mika se le hizo agua la boca. Estaba seguro de que conseguiría la insignia, ¿quién más podía obtenerla sino un verdadero aventurero moderno? Sacó la guía para repasar las tácticas básicas de supervivencia. Haitiana puso los ojos en blanco y continuó pintando con esmalte unas diminutas flores en la uña del dedo pulgar.
—¿Cuándo colocarán las consignas?
—Mañana por la mañana, mientras todos ustedes cumplen con el propósito principal de este campamento: repartir el material informativo sobre reciclado de papel a los turistas que llegan a las cataratas –señaló las cajas de panfletos apiladas a un costado–. Ahora la señora Murano les comentará brevemente cuestiones importantes.
A diferencia de los adolescentes, que estaban en el suelo sentados como indios, Margarita Murano se sentaba de piernas cruzadas en una silla plegable. Se levantó, se acomodó un cinturón de piedras verdes y comenzó el discurso:
—Los recursos naturales son finitos y deben ser bien administrados por el ser humano –dijo como una maestra sabihonda entrelazando sus raquíticos dedos decorados con anillos–. El ecosistema ha sufrido grandes cambios y es compromiso de la asociación civil Papel Verde contribuir a mantener un equilibrio natural… El reciclado ayuda a combatir la tala indiscriminada de la selva, chicos como ustedes llegan cada semana para concientizar a los turistas del mundo entero.
Los bostezos se contagiaron, pocos pusieron atención pues ya tenían suficiente información al respecto, estaban cansados por el viaje y solo deseaban dormir, además el característico rocío nocturno de la región ya se hacía sentir. Cuando la señora Murano terminó, cada grupo marchó a su carpa.
—¡Arriba pequeños holgazanes! –tronó la voz del Mayor Lado a través de un megáfono– ¡Se escapan los turistas! ¡No debe quedar ni uno sin su folleto!
—¿¡Qué hora es!? –preguntó el Cascaciruelas restregándose los ojos.
—¿¡Las seis de la mañana!? –protestó Claudio al ver la hora en su reloj pulsera–. ¡Viejo sátrapa!
Aunque no eran los primeros. El promotor número uno de la Mesopotamia Argentina ya estaba en pie, vestía una estrafalaria bermuda a la rodilla tres tallas más grande (ajustada con un cinturón que formaba ridículos frunces), visera, chaleco multibolsillos, cámara fotográfica colgada al cuello y crema solar en la punta de la nariz.
—¡No lo puedo creer! –Claudio tapó sus ojos con ambas manos provocando un sonoro cachetazo– ¡Qué castigo!
—¡Vamos, vamos! –alentó Mika con la pinta de un cosmopolita que pisa por primera vez el pasto y bajó la voz–. ¡Pedí al Mayor Lado que nos despertara dos horas antes para terminar primeros!
El anciano los llevó en el coche de Murano y regresó al campamento a despertar al resto de los chicos. La mañana transcurrió más lenta que una tortuga renga, porque los turistas no llegaron hasta pasadas las nueve y tuvieron que esperarlos escuchando anécdotas de las últimas vacaciones de Mika en Mar del Plata. El acuario, el lobo marino y La Perla, donde según él había rescatado un bañista a punto de ahogarse. Ninguno dudó que había sido él el desafortunado protagonista de la historia y no el héroe.
Sin que Mika la viese, Haitiana botó los folletos en un contenedor de basura porque la tinta del papel le teñía los dedos y aprovechó a broncearse mientras los chicos terminaban la tarea. No encontraba sentido en ser una aventurera, de hecho le parecía una tarea absurda. Ya había decidido abandonarlos definitivamente, se anotaría en la academia de comedia musical.
Después del almuerzo, se reunieron en el campamento para dar inicio a la competencia de supervivencia. Algunos chicos se veían impacientes, el grupo de Celeste Borrajo lucía camisetas con el lema “Los intrépidos”.
Mika los miró con cierta envidia, le hubiese gustado lucir un eslogan grupal, pero sus compañeros jamás lo habrían aceptado.
El instructor juntó a los exploradores en una gran ronda y les dio instrucciones precisas de la competencia. Miranda entregó a los voceros de cada equipo un sobre cerrado con las coordenadas donde debían buscar y resolver una consigna. Mika abrió el sobre rápidamente como si tuviese un trozo de pan caliente en las manos. La nota decía:
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