Juan Moisés De La Serna

El Misterioso Tesoro De Roma


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      El

      Misterioso

      Tesoro

      de

      Roma

      Juan Moisés de la Serna

      Editorial Tektime

      2019

      “El Misterioso Tesoro de Roma”

      Escrito por Juan Moisés de la Serna

      1ª edición: diciembre 2019

      © Juan Moisés de la Serna, 2019

      © Ediciones Tektime, 2019

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      Distribuido por Tektime

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      Prólogo

      Si me lo hubiesen contado no lo habría creído, ¿quién me lo iba a decir, que un viaje de carrera se podría convertir en mi mayor aventura y que gracias a ello pude salvar la vida de la persona que luego sería mi esposa por treinta felices años?, mi memoria a veces me juega malas pasadas y me es difícil recordar lugares o fechas, para eso voy a relatar los hechos lo más fidedignos posible de forma que este texto me sirva de diario.

      En la vida, como supongo que en la de todos, he tenido muchos momentos buenos y felices y también difíciles y tristes, pero ninguno tan destacado como lo que me aconteció aquella semana que tanto me marcó mi forma de pensar y mi futuro.

      Dedicado a mis padres

      CAPÍTULO 1. EL DESEADO VIAJE

      Si me lo hubiesen contado no lo habría creído, ¿quién me lo iba a decir, que un viaje de carrera se podría convertir en mi mayor aventura y que gracias a ello pude salvar la vida de la persona que luego sería mi esposa por treinta felices años?, mi memoria a veces me juega malas pasadas y me es difícil recordar lugares o fechas, para eso voy a relatar los hechos lo más fidedignos posible de forma que este texto me sirva de diario.

      En la vida, como supongo que en la de todos, he tenido muchos momentos buenos y felices y también difíciles y tristes, pero ninguno tan destacado como lo que me aconteció aquella semana que tanto me marcó mi forma de pensar y mi futuro.

      Un amigo hace tiempo me convenció de dejar mis memorias por escrito, pero no es hasta estos últimos días en que me he decidido a ello, quizás no lo hay hecho antes por pereza o porque creía que todavía me quedaban muchos años por delante, pero ahora es diferente…

      Nadie me ha dicho cómo hacerlo y no estoy seguro de que todo salga bien, quizás omita muchos detalles, puede que hasta confunda los nombres, pero mi mente está clara en cuanto a los acontecimientos que me ocurrieron.

      Con mis ochenta años recién cumplidos me doy cuenta de que mucha de la emoción vivida en esa fecha fue fruto más de mi inexperiencia y desconocimiento en mucho, que poco a poco he ido aprendiendo y comprendiendo en mis posteriores averiguaciones y viajes.

      Mi habitación llena de fotos y recuerdos como estatuas y monumentos en miniatura, alfombras bordadas con temáticas locales, me devuelve a alguno de mis muchos lugares donde he vivido.

      Si me preguntasen de dónde soy, no podría responder con rotundidad, sé el lugar y el día en que vi la luz por primera vez tal y como se recoge en mi pasaporte, pero luego… he vivido en tantos lugares y continentes, a veces con estancias de tres meses, otros de años y en todas he tratado de ayudar y colaborar en lo que he podido.

      Por ello a lo largo del tiempo he sido merecedor de algunas medallas y otros reconocimientos, aunque para mí el mejor agradecimiento a mi labor lo veía día a día en la cara de mis alumnos, en la felicidad de sus rostros que reflejaban por igual ilusión, deseo y esperanza.

      ¡Mis queridos alumnos…!, han sido siempre mi gran fuente de inspiración, aunque en varias ocasiones se lo he comentado creo que nunca me han llegado a creer del todo, pero he aprendido más de ellos de lo que hayan podido sacar de mí.

      Bueno que me pierdo, cada cosa a su tiempo, pues no pretendo contar mi vida entera, sino únicamente dejar constancia, casi a modo de manifiesto, sobre lo que fue sin duda la época más intensa e importante de todos mis años vividos.

      Era de madrugada, de un día de verano…, ¡no, de primavera!, ahora recuerdo que alguno de mis compañeros de viaje todavía estaba afectado por no decir intoxicados por la recién celebración que sería ahora denominada la fiesta de la primavera que congregó en el campus a tantos jóvenes.

      Aunque no todos éramos estudiantes, sí sabíamos disfrutar de la fiesta por igual, con música y bailes, compartiendo y conviviendo con los amigos, un momento de esparcimiento alejado de la presión de los estudios y de las restrictivas clases.

      Incluso hubo quien se había traído algo para picar, que le había preparado su madre, ¡afortunado él!, que todavía podía disfrutar de los manjares de la cocina familiar y no como la mayoría recluidos en el campus comiendo aquellos insípidos platos que sabían a comida de hospital.

      Ésta a pesar de estar bien cocinada o guisada, era insípida y todos los días sabía igual, aunque nos cambiaban el menú para que nos alimentásemos bien, con un equilibrio nutricional adecuado a nuestra constante actividad física e intelectual, pero por mucha variedad que hubiese, estaba hecho sin esa pizca de amor y cariño que añaden nuestras madres, cual condimentos secretos de los grandes cocineros.

      Pero no todos se divirtieron igual, los más insensatos vaciaron las cervezas, como si fuese agua de la fuente, que habían traído en aquellos barriles, aun a sabiendas que estaban prohibidos.

      El resto que éramos un poco más conscientes de que teníamos clases por la tarde nos limitamos a disfrutar del momento, sin buscar los excesos.

      Al final me tocó llevar a uno de esos compañeros que bebió a su cuarto, con un intenso olor a cerveza que tiraba de espaldas, ya que por él era incapaz de llegar pues sus piernas no aguantaban ni su propio peso.

      Y cuando intentaban andar solos, lo hacían tambaleando durante unos breves pasos hasta que se caían de repente, sentándose en el suelo, como si de bebés aprendiendo a andar se tratasen, sin apenas haber avanzado más de dos metros.

      Mientras balbuceaban repitiendo una y otra vez que tenían que regresar a su cuarto, como si la culpa se hubiese apoderado de su mente y no viesen que no podían llegar más allá, siendo imposible hacerles razonar para qué permaneciesen quietos y sentados en el lugar hasta que se le hubiese pasado el mareo y con ello poder emprender aquella estoica misión casi imposible de realizar como era volver a sus aposentos.

      Una visión deplorable de unos grandes deportistas como era alguno de ellos y ahora en cambio eran incapaces de mantenerse en pie más de unos minutos.

      Alguno de nosotros tuvimos que intervenir llevándolos a sus dormitorios a que descansasen lo que restaba de noche, sabiendo que al día siguiente se iban a encontrar indispuestos y con grandes dolores de cabeza, pero era lo que les correspondía por sus excesos.

      La mañana había amanecido radiante, no recuerdo una tan soleada y eso que apenas eran las seis, pero estaba tan emocionado que necesitaba levantarme y ponerme a hacer algo, pero ya lo tenía todo preparado.

      Los muchos años de disciplina en esta academia me habían convertido en un hombre de provecho, recto en sus pensamientos, ordenado y previsor, tanto que hacía