Marino Restrepo

Meditaciones, Tomo 1


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y ante los hombres. No podía escaparme de esto por mucho que lo tratara.

      El día continuó ardiendo a las mas altas temperaturas emocionales y espirituales, unas pocas horas después de saber que no podía salir bajo fianza me trasladaron al edificio federal de la Corte del centro de Los Ángeles y me leyeron la acusación del Departamento de Estado contra mí, sobre el intento de falsificar un documento de identidad. El juez federal me explicó que mi cargo era menor pero que le habían presentado acusaciones muy sensibles las cuales lo obligaban a mantenerme bajo las rejas y sin fianza hasta aclarar todo lo que aparecía en mi contra fuera del cargo original. Mi vida misionera me había retirado completamente del mundo de las finanzas y yo no tenía dinero para pagar un abogado. Muchas personas que respaldaban la misión de diferentes países, me ofrecieron pagar un abogado privado, pero yo decidí que si era verdad que yo trabajaba para el Señor Jesús, entonces dejaría que El mismo me defendiera con los medios proveídos gratuitamente por la Corte. La Corte inmediatamente ofreció un abogado para aquel que no puede pagar, y esa mañana me asignaron un abogado (que atendía 22 casos más, y por lo tanto no tenía suficiente tiempo para enterarse de mi proceso) y quien me explicó las circunstancias de mi caso y la presencia de mi ex socio como informante del Departamento de Estado, quienes me querían procesar como narcoterrorista con las acusaciones presentadas. La situación no podía ser más complicada y peligrosa, pues según él, el Departamento de Estado me podía mantener bajo rejas investigando las acusaciones de mi ex socio por un buen tiempo, por lo que las acusaciones de terrorismo eran en un país extranjero y todas se debían hacer por la vía diplomática.

      Podría extenderme por páginas y páginas para contarles todas las cosas que sucedieron en el campo legal, pero no es en esto donde quiero sustentar este libro. Quiero presentar la transición entre una circunstancia donde todo parecía haber llegado a un callejón sin salida y el plan de Dios para mi nueva vida. Era la mano del Señor que permitía todo esto para utilizarlo a mi favor, si yo llegaba a pasar la prueba de la misma manera que había estado enseñándoles a todos los demás por intermedio de mis charlas tales como “El Silencio de la Cruz”.

      Pero para que yo pudiera comprender lo que estaba sucediendo, pasaron casi quince días. En principio estaba convencido que el Señor Jesús no estaba contento conmigo como misionero, es más, creí que el haber sido arrestado y asaltado a la salida de la iglesia, era una señal clara de que había tomado un camino del que no era digno y estaba cometiendo un grave error al predicar en las iglesias de tantos países en los dos últimos años.

      Veía toda mi vida espiritual en grave crisis. En medio de todo esto, en estos momentos yo no había perdido absolutamente una gota de mi fe en Dios y aunque parezca extraño, no había perdido mi paz interior. Todo lo que estaba sucediendo, era un enfrentamiento entre mi hombre viejo y mi nueva vida y ésta lucha era a vida o muerte, porque dependiendo de que, si yo pasaba esta prueba, mi vida entera tomaría un curso definitivo en una dirección especifica.

      Después de aparecer las noticias de mi encarcelamiento en la prensa colombiana, muchísima gente de mi pasado me acusaba de ser un impostor en la Iglesia, de ser un diablo que ahora utilizaba la vida religiosa para mis manipulaciones personales, fui llamado por muchos un falso profeta.

      Mi vida en la cárcel comenzó a desarrollarse en medio de una lucha interna que buscaba el discernimiento sobre mi vida como misionero, o simplemente entrar en una vida anónima y desprendida de todo aprovechando que ese “todo” parecía estar en cenizas.

      Pasaron unos quince días durante los cuales no recibía ninguna luz del Señor, todo parecía estar en absoluto silencio en el espíritu, en medio del más horrible bullicio de una celda donde permanecíamos 60 presos en camarotes de tres camas. Esta era una cárcel estatal. El caso mío era Federal, pero debido al atentado del 11 de Septiembre, el gobierno Federal tenía tanta gente presa en investigación, que había recurrido a alquilar espacio en las cárceles estatales, las cuales no tienen nada que envidiarle a una cárcel en cualquier país del tercer mundo, algo que poca gente creería. La celda estaba habitada por pandillas de hispanos, asiáticos, negros y blancos, cada uno tenía su territorio dentro de ese pequeño espacio. Los dos televisores estaban sintonizados uno en español y el otro en inglés y prendidos a todo volumen durante las veinticuatro horas del día. No había un solo momento del día en que no hubiese escándalo en esa celda, ni la más mínima privacidad. Los inodoros no tenían puerta ni tampoco las duchas. Para bañarse había que oprimir un botón con una mano y lavarse con la otra, porque si no, se apagaba y el agua era tan caliente que podía dejar ampollas en la piel.

      Cada día en esa celda era una verdadera prueba de fe. Un día en la mañana muy temprano, y digo temprano, porque parte de la tortura psicológica es servirle el desayuno al preso a las 4:00 de la mañana, recibí una iluminación de conciencia sobre mi situación personal con relación a mi vida de misionero y pude sentir la presencia de mi Ángel Guardián por primera vez en 15 días. Mi alegría fue tal que comencé a llorar. La presencia del Ángel no venía sola; pude observar que me decía que Satanás había pedido permiso para probarme y había escogido a mi ex socio y sus asociados como instrumentos para ejecutar esa prueba. Yo estaba en los ojos de toda una legión que venía a desvirtuar todo mi trabajo espiritual ante Dios mismo y ante los hombres. En ese momento recibí un inmenso alivio sobre todo el sufrimiento que había estado recibiendo de mis enemigos, que hicieron el escándalo y me avergonzaron ante toda la gente que me apoyaba y pasé a otro plano de conciencia mucho mas alto, donde me llené de compasión por mi ex socio y por las personas que lo respaldaron, al darme cuenta en qué aguas turbias se habían metido y a qué espíritus estaban sirviendo. Algo que me había dejado mi Ángel en su manifestación, era que todo es Voluntad de Dios y eso me dio mucho consuelo porque si El había permitido esa prueba, era porque yo estaba preparado para pasarla. Como pude, busqué una forma de arrodillarme para que no fuera muy obvio para no atraer innecesariamente violencia contra mí y le dí gracias al Señor por mostrarme donde estaba realmente y qué estaba pasando. Podía comprender con tanta claridad las palabras de San Pablo cuando dice “nuestra lucha no es tan solo con la carne y la sangre, sino contra los Principados y Potestades, contra los espíritus del mal, que moran en el aire” (Efesios 6,12).

      En medio de la angustia que permanentemente vivía en esa celda, podría decir que a partir de ese momento comencé a vivir dos dimensiones que no se separaron hasta que salí en libertad. Por un lado estaba la angustia humana en condiciones tan inhumanas y antihigiénicas, de estar perseguido allá afuera por una turba de calumniadores de los cuales no me podía defender, de saber lo mucho que estaban sufriendo las personas que creían en mi misión y no podían hacer nada para lograr mi libertad y por otro lado vivía una batalla con unos Ángeles caídos que me tenían rodeado y que yo no sabía hasta cuando duraría ese permiso o prueba. Lo único que sabía era que tenía que pasarla como fuera, porque yo no iba a flaquear en mi fe, ni en mi determinación de obedecer al Señor en todo lo que me había revelado en la nueva vida que me había dado, así me costara vivir mucho tiempo en prisión y sufrir los escándalos mas horrendos de parte de los instrumentos que el diablo había escogido.

      Tomar esa posición de valor por encima de todas las contradicciones que vivía en el mundo material, no era cosa fácil porque el demonio me estaba presentado un cuadro tan gris sobre mi situación legal, que parecía como si fuese a lograr hacerme un gran daño con mi libertad y a lograr dejarme por largo tiempo bajo las rejas, pero yo seguía ofreciendo todos esos miedos y malos presentimientos con la seguridad que pasara lo que pasara, el Señor me iba a dar la fortaleza de afrontar mi nueva vida, cualquiera que ella fuera, y yo la iba a vivir para la gloria de Dios sin importar en donde me tocara vivirla. Esto era lo que me daba fortaleza. Cada uno de los pasos legales y de mi situación personal afuera en el mundo, no podían ser más espantosos, todo estaba en una progresiva demolición, era como si todo lo que yo era y había sido estuviera siendo picado en pedacitos infinitamente pequeños y lanzados a mis pies en medio de una desenfrenada carcajada. No me sentí lejos de una pesadilla sin salida. Pero algo me había preparado ya para ese momento y eso fue mi secuestro. Cuando yo miraba hacia esa experiencia y me acordaba cómo el Señor me había dado fortaleza en una situación en la que ni siquiera sabia si iba sobrevivir, por estar sentenciado a muerte, entonces recogía de esa experiencia valor y me vestía de esperanza, pero esa lucha era en segundos,