Dawn Brower

Todas Las Damas Aman A Coventry


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de invitar a los nuevos miembros. Me gustaría que tu fueras el primer director del club, si lo deseas.

      Quería que George tuviera la responsabilidad de sentirse incluido, y eso le daría pie para centrarse más allá del terror hacia el padre.

      –¿Yo?– preguntó George sorprendido.

      –¿No quieres llevar tu propio club?

      –Estoy seguro que al principio me encantaría. Pero un día dejaría de lado mis obligaciones. Tu eres un hombre de mayor categoría que yo. Creo que el primer director del club tendría que ser el único que pueda casarse. No quiero un puñado de maridos chistosos que traigan a sus amantes al club.

      –Por lo tanto, ¿una vez que se casen deberían abandonar el club? —preguntó George.

      –No es mala idea. ¿No lo dejarás hasta que encuentres esposa? Eso será mucho tiempo, ¿no es así?

      Charles sonrió.

      –Sé que un día me casaré con alguien, pero tienes razón, no tengo planeado encontrar una dama con la que casarme en los próximos años. Contaré contigo para que todo fluya a la perfección hasta entonces. Pero no hay ningún requisito para casarse y mantener el cargo. Si crees que es demasiado duro, lo dejaré. Si antes me caso… también lo dejaré.

      –Sí —dijo George con tono decidido— tiene sentido —asintió mirando a Charles—. Muy bien, llevaré tu club.

      Sus labios se inclinaron hacia arriba como otra muestra de sonrisa.

      –No puedo esperar para empezar.

      Charles tomó su vaso y señaló con él a su amigo.

      –Ya lo he echo. Ahora bebamos por tu hijo.

      –Es una idea fabulosa —contestó George. Tomó su vaso y lo hizo chocar con el de Charles—. Y para tu futuro club. Será un éxito tal como lo has imaginado.

      Cuando ambos terminaron sus copas, Charles las rellenó otra vez con brandy. Tomaron varios vasos antes de que George se marchara. Tenían decidas ya todas las normas del club y el futuro de su Coventry Club sería una realidad después de mucho tiempo. Charles le encantaba cuando un buen plan daba sus frutos.

      CAPÍTULO UNO

      Abril 1800

      Lady Abigail Wallace miraba timidamente su insípido vestido blanco y frunció el cejo. El único color que le era permitido vestir era el azul zafiro en su faja atada alrededor de su pecho.

      Poco hizo para que su vestido fuera más atractivo. Al menos el color de la faja coincidía con el de sus ojos. Sin embargo, el blanco hizo que su piel pareciera casi enfermiza. Tenía una piel clara y algunas pocas pecas en la cara. Nadie la confundiría con una señorita inglesa, especialmente por su desvergonzado pelo rojo.

      ¿Por qué había dejado que su padre la convenciera de pasar una temporada en Londres? No había nada que aquel lugar pudiera ofrecer que no pudiera encontrar en su casa, en Escocia. ¿Qué de malo había en buscar un buen laird escocés como esposo? Sus propiedades familiares estaban en los lowlands y su padre se identificaba más con su hermano que son los highlanders escoceces, pero Abigail hubiera deseado probar suerte en Edimburgo.

      –Deja de inquietarte —dijo su hermana, Belinda, silbando por lo bajo. Su acento escocés la ponía en evidencia incluso en el tono más bajo que podía.

      –No, nadie nos pedirá que bailemos con él si sigues con esta actitud.

      Quería contestarle, algo que le haría feliz. Pero ninguno de los caballeros le gustaban. Todo lo que quería era sobrevivir a todo aquello y regresar a casa. Si volviera sin pretendiente, su padre aceptaría pasar una temporada en Edimburgo.

      Él quería que su hija mayor se casara después de todo. Belinda no le hubiera echo ningún feo durante una buena temporada. Era una auténtica belleza y cosecharía muchos pretendientes. Su hermana tenía un bonito pelo rubio y unos preciosos ojos azules. Parecía más una dama inglesa, nada parecido a Abigail. Mientras Belinda terminó pareciendóse a su madre, Abigail había recibido el cabello castaño de su padre. Eso no fue todo lo que ella había recibido de él. Su temperamento fue resultado directo de su sangre escocesa. Ella nunca encajaría con una sociedad educada.

      Abigail no tuvo que lidiar con impresentables, ya que la mayoría de los caballeros allí presentes lo eran de verdad.

      –No tienes por que preocuparte, querida hermana —empezó Abigail— hay montones de caballeros mirándote. No pasará mucho tiempo antes de que uno sea lo suficientemente valiente como para pedir un baile contigo.

      Aquello también era verdad. Varios caballeros estaban mirando en esa dirección, pero siempre sobrepasaban a Belinda. Abigail había cumplido veintiún años antes de partir hacia Londres.

      Belinda era tres años menor que ella. Ambas deberían al menos estar ya comprometidas, pero cuando su madre murió, su padre se mostró reacio a verlas partir. Ahora estaba decidido a que ambas encontraran un marido, como era correcto en su opinión. Abigail quería decirle dónde podía poner sus ideas sobre el matrimonio, y no era un lugar agradable.

      –Quizás —dijo su hermana en tono decidido— si dejas de deslumbrarlos harán el esfuerzo.

      Su hermana la miró con mala cara.

      –Puede que no desees un caballero de clase media, pero yo sí. No me lo quites.

      Una conmoción se escuchó entre el abarrotado salón de baile. Todos se giraron hacia la escalera junto a la entrada. Alguien importante debía estar llegando para hacer que todos se detuvieran en lo que estaban haciendo. Abigail deseaba poder decir que no le importaba, pero su curiosidad se apoderó de ella. ¿Quién podría llegar que atrajera tanta atención? Muchas de las mujeres comenzaron a susurrar detrás de sus abanicos y casi chillaron de emoción. ¿Aparecía el propio Príncipe Regente? Nada más tenía sentido para ella.

      Uno de los sirvientes de Loxton abrió las puertas sobre la larga y amplia escalera y anunció: “El conde y la condesa de Harrington”. Un hombre alto con cabello oscuro y una bella mujer etérea con cabello rubio plateado bajaron las escaleras. Entonces un hombre apareció detrás de ellos. Ese hombre llamó su atención. Era hermoso, si un hombre pudiera ser descrito como tal. No una hermosura clásica, pero si de una manera que le quitó el aliento. Tenía los pómulos altos y los labios más besables que ella había presenciado en un hombre de buena educación. Su cabello oscuro era del color de un cielo de medianoche y ella sintió curiosidad por la sombra de sus ojos.

      El hombre no había sido anunciado, pero parecía ser el que todos esperaban. Contuvieron el aliento mientras él seguía al conde y la condesa. ¿Quien era él?

      –Oh, él es encantador —dijo su hermana casi soplando las palabras— ¿Quién crees que es?

      –No tengo ni idea —dijo.

      Sus palabras salieron tan entrecortadas como sus hermanas.

      –Tal vez deberíamos averiguarlo.

      –¿Cómo? —Belinda levantó una ceja— No tenemos las conexiones necesarias y nuestro acompañante no será de mucha ayuda— señaló a la matrona que los había acompañado. Ella estaba roncando en un sofá cercano, ajena a lo que estaban haciendo sus cargos.

      No es que Abigail y Belinda hicieran mucho. Nadie les había pedido que bailaran o hablaran con ellos. Eran floreros al comienzo de su aparición en la sociedad. Odiaba decírselo a Belinda, pero no pueden irse con sus esposos. Belinda aún tenía la mejor oportunidad. Tal vez Abigail debería quedarse en casa la próxima vez y los caballeros estarían más cómodos acercándose a su hermana.

      –Vamos a escuchar un poco a las damas. Todos parecen estar enamorados de él —le respondió Abigail—. Están bastante impresionados por su presencia.

      Ella no los culpó. El hombre realmente era encantador de contemplar, pero deberían tener un poco de autocontrol. Claramente las ignoró a todas porque sabía que tenía su atención. Fue entonces cuando se dio cuenta de que él era tan engreído como guapo. Eso significaría que esperaría