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E-Pack Jazmín Luna de Miel 2


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a cenar.

      Raúl estaba acostumbrado a tener a rubias con cuerpos espectaculares y vestidos muy poco discretos sentadas frente a él. Pero había algo increíblemente sensual en el hecho de estar sentado medio desnudo, disfrutando de las exquisiteces que les llevaban.

      –Creo que podría acostumbrarme a esto –comenzó a decir Estelle, pero se corrigió rápidamente–. Quería decir que…

      –Ya sé lo que querías decir –para Estelle fue un alivio verle sonreír–. La comida es increíble. El chef es maravilloso. Es algo habitual en los yates.

      Estuvieron charlando mientras cenaban con mucha más naturalidad que en ocasiones anteriores. Y no lo hacían para que lo viera la tripulación. Después, disfrutaron de unos bailes en cubierta.

      –Ahora comprendo por qué teníamos que cambiarnos para cenar –admitió Estelle–. ¿Crees que he ofendido a alguien?

      –Creo que no podrías ofender a nadie aunque lo intentaras.

      Comenzaba a oscurecer. Raúl miró hacia los acantilados y hundió la cabeza en el pelo de Estelle.

      –Y, por cierto, aunque me acuses de ser un canalla controlador, lo que me preocupa es que puedas quemarte. Jamás en mi vida había visto una piel tan blanca.

      –Creo que ya me he quemado un poco, de hecho.

      –Lo sé.

      Se trasladaron al salón. Estelle estaba empezando a relajarse hasta tal punto que, cuando les llevaron una copa de vino, ni siquiera se apartó de sus brazos.

      –Vámonos a la cama… –sugirió Raúl con la mano en el biquini, intentando liberar su seno.

      –No, todavía no –susurró Estelle contra sus labios–. Ahora no podría dormirme…

      –No tengo ninguna intención de dejarte dormir.

      –Veamos una película –propuso Estelle, apartándose de él y acercándose hacia la colección de DVD.

      –¡Estelle, no!

      –¡Oh, lo siento! –había olvidado que le había dicho que se negaba a ver películas haciendo manitas–. Sí, ya sé que es mejor que vayamos a la cama.

      –No me refería a eso –respondió Raúl entre dientes–. Pero no creo que encuentres ninguna que te guste.

      Se preparó para renunciar a la que prometía ser una noche de placer mientras Estelle revisaba la colección.

      –Esta me encanta.

      –¿De verdad? –preguntó Raúl gratamente sorprendido.

      –De verdad… –miró un par de películas más–. Y esta es una de mis favoritas –le mostró la carátula y no entendió su sonrisa.

      –Por supuesto –dijo Raúl.

      Tiró de ella para que se sentara a su lado y sonrió. Algún día, cuando una anécdota como aquella no pudiera ofenderla, le contaría lo divertido de la situación.

      Pero aquel día nunca llegaría, se recordó. Su relación se ceñía al presente.

      Raúl no se había sentado a ver una película, por lo menos una película con argumento, desde que podía recordar.

      Notó que Estelle se estremecía. Las puertas del salón estaban abiertas y la brisa era fresca. Tomó una manta de detrás del sofá y la colocó sobre ellos.

      –¿Te escuece? –le preguntó a Estelle, besándole los hombros sonrosados.

      –Un poco.

      Estelle se concentró en la película y Raúl se concentró en Estelle. Estuvo besándole el cuello y los hombros durante una eternidad. Después, le acarició los senos con las palmas de las manos y le pellizcó suavemente los pezones con el pulgar y el índice. Y, lentamente, cuando supo que Estelle no pondría reparos, deslizó la mano bajo la parte inferior del biquini. Repitió entonces la pregunta en un tono más íntimo.

      –¿Te escuece?

      –Un poco –volvió a responder Estelle.

      Pero la delicadeza de Raúl convirtió la sensación en algo sublime. Podía sentir el movimiento del yate y la dureza enorme de Raúl tras ella; podía sentir la urgencia de su boca y su creciente insistencia.

      –Date la vuelta, Estelle –le pidió Raúl con la respiración agitada.

      –Ahora mismo.

      A esas alturas, ni siquiera estaba viendo la película. Tenía los ojos cerrados y se limitaba a disfrutar de las caricias de Raúl y a desear que continuaran.

      –Ahora viene lo mejor –le dijo a Raúl, refiriéndose a la película.

      Raúl la subió un poco más, de manera que su trasero desnudo quedara contra su estómago y la colocó en un ángulo perfecto. Estelle le sintió entonces deslizarse perfectamente en su interior. Todavía estaba un poco dolorida, pero, aun así, se cerró aliviada a su alrededor.

      –Esto sí que es lo mejor –la corrigió Raúl con voz ronca.

      Presionó lentamente en su interior mientras le acariciaba el clítoris. Se deslizaba lenta y profundamente, sin la precipitación de la noche anterior. En aquella ocasión fue Estelle la que tuvo que hacer un esfuerzo para contenerse.

      –Estoy a punto de llegar al orgasmo.

      –Todavía no –le pidió Raúl, hundiéndose más profundamente en su interior.

      –Sí –respondió ella temblorosa mientras intentaba aguantar.

      Raúl alcanzó entonces un punto en sus profundidades y la sensación fue tan intensa que Estelle dejó escapar un pequeño gemido.

      –¿Es ahí? –preguntó Raúl.

      Estelle no sabía a qué se refería, pero, cuando Raúl volvió a acariciarla, jadeó:

      –¡Sí, ahí!

      Y continuó suplicando mientras Raúl presionaba una y otra vez aquel punto cuya existencia hasta entonces Estelle ignoraba.

      Raúl gimió mientras Estelle palpitaba a su alrededor y se tensaba una y otra vez sobre su sexo. Sintió la oleada del orgasmo de Estelle fluyendo hacia él y se derramó en su interior, adorando el abandono de su amante, adorando a la Estelle que su cuerpo revelaba. Y adorando también el rubor que el azoro extendía sobre su piel mientras se esforzaba en recuperar la respiración.

      –¿Qué ha sido eso?

      –«Eso» hemos sido nosotros –respondió Raúl, todavía dentro de ella.

      Y no fueron los acantilados los que despertaron su miedo aquella noche, sino el perfume del mar en el pelo de Estelle. Un miedo que lo asaltó al ser consciente de lo mucho que había disfrutado. No solo del sexo, de la conversación y de la cena, sino también del presente.

      –Deberíamos volver.

      Habían estado buceando con esnórquel. Todo había comenzado de la forma más inocente, pero, poco a poco, había ido convirtiéndose en una actividad adulta. Raúl no sabía si había sido la risa de Estelle, o la sensación de sus piernas a su alrededor o, sencillamente, lo mucho que disfrutaba estando con ella. La besó en la mejilla y le apartó las piernas con delicadeza.

      –¿Ya es hora de cenar?

      –Lo que quería decir es que deberíamos volver a Marbella.

      Habían sido dos días increíbles, y mucho más parecidos a una luna de miel de lo que Raúl pretendía. Aquella noche sería su última noche en el yate, y ella ya lo echaba de menos.

      Mientras Rita la peinaba y la maquillaba, Estelle pensó que habían sido unos días mágicos. Habían transcurrido como si hubieran suspendido las reglas del contrato. Habían pasado las horas hablando, riendo y haciendo