David Ponce

Silvia Infantas


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la idea de querer escuchar esos temas. Mi papá había salido. Calladitos nos metimos ahí, y en el suelo, arrodillados, porque estaba todo puesto en el suelo, una serie de bultos, empezamos a poner esos discos.

      Fue un descubrimiento para Silvia Infantas.

      −Ahí escuché yo por primera vez canciones chilenas. Por Los Cuatro Huasos, por Las Cuatro Huasas también, todo eso. Y me gustó. Me gustó tanto, encontré tan bonitas las canciones, no sé, me entusiasmaron.

      Los Cuatro Huasos eran desde hacía más de 10 años un nombre ya reconocido en la música chilena. Formado en 1927 por la agrupación original entre Jorge Bernales, Eugenio Vidal, Fernando Donoso y Raúl Velasco, el grupo está hoy en la historia como el primer referente mayor de los conjuntos de huasos que tan populares han sido en el gusto nacional. Las Cuatro Huasas eran, en cambio, más recientes. Para los días en que Silvia Infantas debe haber escuchado esos discos de acetato a escondidas en su casa familiar, el conjunto debe haber llevado poco más de dos años de recorrido, creado en 1936 por la precursora cantante, autora y guitarrista Esther Martínez.

      Ese día despuntó una primera noción de repertorio para la futura cantante.

      −“El relojito” me parece que era una de las canciones bonitas que tenían Las Cuatro Huasas. No me acuerdo, porque hace muchísimo tiempo, pero eran ellas las autoras de sus temas. Entonces empecé a aprenderlas, las fui copiando, me las aprendí y cuando llegó el momento, me refiero a más adelante, cuando tenía programas en la radio, me acordaba y ponía esos temas de folclor también en los programas.

      El debut secreto en la radio

      Según está escrito, el debut en radios de Silvia Infantas fue en 1942, en los estudios de Cooperativa Vitalicia. Pero años antes de eso ella recuerda apariciones radiales como artista infantil e, incluso ya crecida, hay un debut más inadvertido y casi literalmente de la mano de su hermano Sergio.

      −En ese tiempo cantaba canciones, valsecitos, digamos, cosas así. Actuaba en programas de niños y todo eso, cancioncitas del abuelito. Después, ya cuando estaba un poquito más grande me dio por escuchar la radio y me aprendía las canciones que cantaban los artistas de esa época, y después las andaba cantando y copiando las letras. Cuando llegué a Santiago tenía el bichito bastante en actividad, no dejaba de estar escribiendo canciones y mi hermano me ayudaba, porque le gustaba mucho la música. Y una vez me llevó a una radio.

      −¿A cuál?

      −Fue Radio Nacional, me parece, algo así. Estaba, me acuerdo, el Dúo Rey-Silva cantando en esa radio, y la dirigía Carlos de la Sotta. Yo le dije a mi hermano que me llevara porque había un concurso.

      El Dúo Rey-Silva que la joven aficionada fue a encontrar en esa radio también tenía reservado un lugar de privilegio en la posteridad musical chilena. Alberto Rey y Sergio Silva Rivadeneira se iban a consagrar en la tonada, la cueca y la canción popular gracias a sus voces y sus cuerdas de arpa y guitarra, pero para esos primeros años ni siquiera el arpa había llegado todavía a su equipaje, y cantaban acompañándose de guitarras, a pocos años de haber iniciado un dúo en 1935.

      Y tal como luego de su encuentro inicial con Luis Bahamonde en el Valparaíso de su infancia, Silvia se iba a reencontrar más de una vez con el dúo durante su carrera.

      −Ellos estaban iniciándose en esa radio, estaban jovencitos. Después, con el tiempo, supieron que yo había estado ahí y les había gustado mucho mi interpretación, y después también nos encontramos en una fiesta campestre de la radio. Además, nos tocó actuar juntos muchas veces, cuando yo cantaba sola en las radios y era actriz de teatro. Un día estábamos recordando: “Pensar que estuvimos cantando juntos”, me dicen. “¿Y cómo la dejamos ir? Se nos escapó”.

      Por lo pronto, sin embargo, la aventura inicial de Silvia por esa emisora no pasó a mayores. Por decisión de la propia cantante.

      −Ahí canté y le dijeron a mi hermano: “¿No se interesaría su hermana por seguir cantando?”. Entonces yo dije “nooo, ni por nada; Sergio, calladitos”, porque fuimos escondidos de mi papá, mi papá no sabía. No volvimos nunca más, si era por ver nomás qué pasaba. Así que no, ni soñar, mi papá no tenía idea. Después le dijimos: “Mire, papá, a tal hora va a haber un programa muy bonito en la radio, escúchelo”, pero de otra estación, para que no fuera a estar moviendo el dial y se encontrara con esto (se ríe). No, si a mí me costó mucho para que mi papá me diera permiso para dedicarme al arte.

      −¿Y por qué no querría, si era cantante también?

      −No sé, decía que no, que quería que yo estudiara una carrera, que el canto era muy bonito, pero que no era para dedicarse de lleno y tener un respaldo, en fin, todas esas cosas que los padres están pensando. Me decía que era mucho lío, muchas cosas: “Sí, cantas bonito, pero tú no eres para eso”.

      Silvia Infantas sonríe a menudo mientras hace estos recuerdos. Como ahora, con el cierre de esta historia.

      −Pero al final me salí con la mía. Lo gané por cansancio.

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