Varias Autoras

E-Pack Jazmín B&B 1


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ido acumulando en su interior.

      Estaba atravesando la verja de la casa cuando lo vio.

      Se había hecho de noche y no había mucha luz, pero lo reconoció de inmediato.

      Aristedes Sarantos, al otro lado de la calle, mirando la casa como un centinela. Y el corazón de Selene se aceleró de curiosidad, de emoción.

      ¿Por qué seguía allí?

      Decidida a preguntar, frenó a su lado.

      –¿Quiere que le lleve a algún sitio?

      Él se encogió de hombros.

      –Pensaba ir andando hasta el hotel.

      Selene abrió la puerta del pasajero.

      –Suba.

      Él la miró en silencio durante unos segundos y después subió al coche, doblando su atlético cuerpo como un leopardo para sentarse a su lado.

      Y ella se quedó sin aire. Sabía que debería preguntarle en qué hotel se hospedaba, arrancar el coche, hacer algo. Pero no podía. Tenerlo tan cerca la impedía pensar.

      «Concéntrate, eres una prestigiosa abogada y empresaria de veintiocho años, no una adolescente atolondrada».

      Él le dio el nombre del hotel y después volvió a quedar en silencio.

      Antes de aquel día había pensado que Aristedes Sarantos no tenía sentimientos, pero tal vez no era así.

      Veinte minutos después, detuvo el coche frente al hotel en el que todo el mundo sabía que se alojaba cuando estaba en Nueva York. Aquel hombre podría comprarse un país entero, pero no tenía casa.

      Aristedes abrió la puerta del coche y, cuando pensaba que iba a marcharse sin decirle adiós, se volvió hacia ella. En sus ojos había un brillo de algo que la conmocionó, algo oscuro y terrible.

      –Nos veremos en el campo de batalla.

      No volvería a verlo salvo como enemigo, pero antes de volver a la batalla tenía que saber…

      –¿Se encuentra bien? –le preguntó.

      –¿Y usted?

      Selene intentó llevar aire a sus pulmones.

      –¿Usted qué cree?

      –Interrogarme no hará que se sienta mejor.

      –¿Tan transparente soy?

      –Ahora mismo, sí. ¿Qué quiere saber?

      –¿Aquí?

      –Si quiere… o podría subir a mi habitación.

      A su habitación.

      Selene se mordió los labios para disimular, pero estaba temblando de arriba abajo.

      –¿Cuándo comiste por última vez? –le preguntó Sarantos, tuteándola por primera vez.

      Ah, claro, pensó Selene. Su nerviosismo era debido a la falta de comida, tenía que ser eso.

      –Ayer por la mañana.

      –Pues entonces ya somos dos. Vamos a comer algo.

      Aristedes la llevó a su suite, pidió un cordon bleu, y la animó a comer. Era irreal tener a Aristedes Sarantos a su lado, preocupándose de ella. Y más raro aún estar en su suite, pero no sentirse amenazada. No sabía si alegrarse de que fuera un caballero o sentirse decepcionada.

      Después de cenar, la llevó al salón de la suite, donde sirvió un té de hierbas. No habían hablado mucho durante la cena, ella nerviosa, él pensativo.

      Aristedes se quedó frente a ella, con las manos en los bolsillos del pantalón.

      –Habíamos tenido demasiados enfrentamientos –empezó a decir–, pero el último fue diferente. No parecía él.

      Estaba hablando de su padre, pensó Selene. ¿Por qué había ido al entierro? ¿Se sentiría culpable? Su padre siempre decía que Aristedes Sarantos era inhumano…

      –¿Crees que lo presionaste demasiado? ¿Te sientes responsable de su muerte?

      Aristedes negó con la cabeza.

      –Creo que él se presionaba demasiado en su deseo de no dejarme ganar; o, al menos, no dejar que ganase sin castigarme por ello.

      –Y te sientes responsable.

      Él no refutó esa afirmación.

      –Nunca entendí nuestra enemistad. No éramos rivales, trabajábamos en campos complementarios y deberíamos haber sido aliados.

      –Eso dijo mi padre una vez.

      Aquello era totalmente nuevo para él. Y muy turbador.

      –Pero despreciaba mis orígenes tanto como para no estrechar mi mano.

      –No, eso no es verdad. Mi padre no era arrogante –replicó ella.

      Aristedes se encogió de hombros.

      –Seguramente no lo habría considerado arrogancia. Ciertas cosas están firmemente grabadas en la personalidad griega, pero tú no puedes saber eso porque no naciste allí.

      –Puede que yo sea más estadounidense que griega, pero mi padre era griego de los pies a la cabeza. Yo lo conocía bien.

      –¿Ah, sí?

      –Yo era su única hija, su protegida y luego su socia.

      –Y una digna guerrera para sus tropas. Me costó mucho trabajo escapar de las trampas que me tendiste en la última negociación.

      Selene había estado convencida de que lo tenía agarrado por el cuello, pero no sabía que a él lo hubiese preocupado. Aristedes Sarantos no era un hombre que se preocupase por muchas cosas.

      –Pero al final lograste escapar –le dijo, recordando lo emocionante que había sido, cómo se había esforzado para seguir poniéndole obstáculos.

      Él esbozó una sonrisa.

      –Aunque no me resultó fácil.

      Había sido muy emocionante batirse con él, aunque fuera solo un duelo legal. Había ganado tantas veces como había perdido… hasta la última vez, cuando pensó que Aristedes le tenía tomada la medida y le resultaría imposible ganarle de nuevo.

      Él dejó su taza sobre la mesa y se acercó, con ese caminar suyo tan varonil, para detenerse casi cuando sus rodillas se rozaban.

      Y la mirada que lanzó sobre ella casi hizo que cayera en el sofá, una mirada de ardiente admiración, de reto.

      –Eres una gran abogada, la que más dificultades me ha puesto. Y me has costado mucho dinero, pero yo siempre ganaré al final.

      –¿Ah, sí?

      –Tengo diez años más que tú y un siglo más de experiencia. Al contrario que tú, yo estudié Derecho por una sola razón: aprender a jugar sucio y parecer limpio.

      Ella lo miró, sorprendida.

      –Y no entiendes la enemistad de mi padre.

      –Deberíamos haber sido socios y amigos, yo lo complementaba.

      –Tu visión de los negocios era diametralmente opuesta a la suya.

      –¿Y por lo tanto yo estaba equivocado y él no?

      –No, no he dicho eso. Tú buscas el éxito a cualquier precio…

      –Así son los negocios.

      –Ya, pero tú haces que la frase «el negocio es el negocio» sea un modus operandi. Mi padre no era así.

      –No.

      Después del resignado monosílabo, Aristedes se quedó callado durante largo rato. Y, cuando el silencio se volvió demasiado pesado, demasiado abrumador, Selene