Moyra Tarling

Un secreto desvelado


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esperaba la respuesta.

      —Sí, creo que llega al mediodía —contestó Nora.

      —¿Por dónde era el crucero? —preguntó Maura con la esperanza de continuar la conversación sobre su padre.

      —Por el Caribe —respondió Elliot—, aunque no sé exactamente en qué puertos ha parado.

      —¿Viaja mucho? —preguntó Maura en tono ligero.

      —Sí. A él y a su esposa les gustaba mucho viajar —contestó Nora—. Cuando Ruth vivía, fuimos de viaje juntos en varias ocasiones. Este es el primer viaje que hace después de la muerte de Ruth.

      —Debe echar mucho de menos a su mujer —comentó Maura, cuidándose de no parecer excesivamente interesada.

      —Sí, mucho —respondió Elliot.

      —El pobre Michael lleva unos años de muy mala racha —añadió Nora, lanzando una mirada de preocupación a su hijo.

      —Michael también perdió a su hija Lucy, que era mi esposa —dijo Spencer controlando la voz.

      Maura hizo un esfuerzo para no mostrar ninguna reacción; sin embargo, por dentro, estaba conmovida. Hacía unas horas se había enterado de que su padre era viudo; ahora, se enteraba de que ella había tenido una medio hermana, que ésta había estado casada con Spencer, y que también había fallecido.

      —Lucy era hija única —continuó Nora, atrayendo la atención de Maura de nuevo—. Ella y Spencer solo llevaban casados un año…

      Nora se interrumpió y miró a su hijo antes de añadir:

      —Lucy murió hace dos años en un accidente automovilístico. Ruth nunca se sobrepuso a la muerte de su hija.

      Maura respiró profundamente y miró a Spencer. La expresión de él era ilegible. Evidentemente, aún lloraba la muerte de su esposa.

      —Qué tragedia. Lo siento mucho —dijo Maura.

      Spencer apartó la mirada de ella sin hacer más comentarios. Después, alargó la mano para levantar su copa de agua.

      —Lucy era una chica muy guapa —comentó Elliot, interrumpiendo el breve silencio—. Como era hija única, estaba algo mimada y era un poco alocada.

      —La muerte de Lucy nos afectó mucho a todos —prosiguió Nora, lanzando a su hijo una compasiva mirada—. Ruth no se sobrepuso y al año siguiente murió de un infarto.

      —A pesar de lo mal que Michael lo ha pasado, este viaje nos ha parecido buena señal. Por fin, ha empezado a superar su tragedia personal y a continuar con su vida —dijo Elliot.

      Mientras Maura escuchaba a Nora y a Elliot hablar de su nuera, le sorprendió y le intrigó el silencio de Spencer, que parecía ensimismado en sus pensamientos.

      Nora se levantó de la mesa y empezó a recoger los platos, poniendo fin a la conversación.

      —Deje que la ayude —dijo Maura.

      —Ni hablar; al menos, esta noche no —contestó Nora sonriendo—. Tú quédate a charlar con Spencer.

      A Maura le dio un vuelco el corazón. Habría preferido seguir a su anfitriona y hablar un poco más de Michael Carson.

      —¿Le apetece a alguien un café? —preguntó Elliot al volver a entrar en el cuarto de estar con una cafetera en la mano.

      —Sí, gracias, papá —Spencer se levantó de su asiento y se acercó al bar.

      —Sí, a mí también me apetece un café. Gracias —contestó Maura—. Y el pollo estaba delicioso. Felicidades al cocinero.

      —Gracias —respondió Elliot mientras empezaba a servir los cafés.

      —Maura, ¿te apetece una copa de licor? ¿Un coñac? ¿Cointreau o Grand Marnier? —le preguntó Spencer.

      —No, gracias —contestó Maura, también levantándose de la mesa—. En realidad, creo que no voy a tomar café. Ha sido un día muy largo y estoy bastante cansada, así que creo que me voy a ir a la cama.

      —Por supuesto, querida —dijo Elliot.

      Al momento, Maura se despidió de todos y salió del cuarto de estar para ir a su habitación.

      Maura tardó un buen rato en dormirse, pensando en Lucy, la mujer de Spencer. La posibilidad de tener una hermana se le había pasado por la cabeza; pero descubrir que había tenido una medio hermana y que ahora estaba muerta, la dejó sintiendo un gran pesar por no haber tenido la oportunidad de conocerla.

      Intentó imaginar la infancia y adolescencia de Lucy con su padre. Por lo que se había dicho durante la cena, sus padres la habían mimado demasiado.

      Maura sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Era injusto. Lo único que había deseado siempre era formar parte de una familia. Criarse sin padre la había hecho sentirse, con frecuencia, marginada.

      Incluso ahora que le había localizado, no había ninguna garantía de que la recibiera con los brazos abiertos o que quisiera que llegara a formar parte de su vida. Él había tenido una hija, una hija a la que había amado y que había perdido.

      Michael Carson les había dado la espalda a ella y a su madre hacía veinte años y cabía la probabilidad de que volviera a hacerlo.

      Por fin, con estos pensamientos, Maura logró dormirse. Cuando se despertó, la habitación aún estaba sumida en la oscuridad y, durante un momento, no supo dónde estaba.

      Se tumbó boca arriba y se estiró. Miró al reloj digital que había en la mesilla de noche y vio que eran las cinco menos cinco de la mañana. Permaneció tumbada un momento más, disfrutando del calor y la comodidad de la cama.

      Por fin, apartó la ropa de la cama, se levantó y se acercó al balcón. Abrió la puerta, salió y respiró profundamente. Le encantaba el olor a paja y a caballos.

      El aire era fresco y revitalizante, y no tan frío como lo habría sido de haber salido al pequeño porche de su casa en Bridlewood.

      El sol no había despuntado aún, pero en el horizonte se veía un resplandor rosado que anunciaba su pronta aparición. Inquieta y, repentinamente, deseosa de empezar a trabajar con el caballo, decidió salir a dar un paseo en busca de los establos.

      Entró en la habitación, se dio una ducha rápida y se puso unos pantalones vaqueros y una blusa de algodón color azul pálido. Se recogió el cabello en una coleta, hizo la cama y, con las botas en la mano, salió de la habitación y se dirigió hacia las escaleras.

      Cuando llegó a la cocina, se paró en seco al ver a Spencer echando café molido en la cafetera.

      —Buenos días. El café estará listo dentro de unos minutos. ¿Te apetece tomar un café conmigo?

      —Sí, gracias —respondió Maura educadamente.

      Al adentrarse en la cocina, Maura notó las ojeras bajo los ojos de Spencer.

      —Espero que hayas dormido bien —dijo él.

      —Como un bebé —respondió Maura acercándose a la mesa, enfadada consigo misma por el hormigueo que sentía en el estómago—. ¿Y tú?

      —Yo no he podido pegar ojo —contestó Spencer con voz cansada. Después, alzó la cabeza y la miró fijamente a los ojos—. Tenía muchas cosas en qué pensar.

      Maura sintió una súbita alarma.

      —¿En serio? —dijo ella con cautela, no estaba segura de cómo debía responder—. Supongo que no puedo hacer nada por ayudarte, ¿no?

      Spencer encendió la cafetera eléctrica y se volvió de cara a ella.

      —Creo que sí —contestó Spencer, mirándola fijamente a los ojos—. Por ejemplo, podrías explicarme por qué, de repente, después de rechazar mi invitación a venir a California