Vlady Kociancich

La octava maravilla


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      URGENCIA POR LA MARAVILLA

      En las historias de Vlady Kociancich coexisten elementos de este crisol de influencias, sólo que tamizados por la experiencia de la autora, una mujer porteña que comenzó su carrera literaria en los años 70 del siglo xx, y que trabajó durante años en una lujosa revista de viajes. Es, de hecho, el viaje lo que posibilita esa dislocación fantástica que hace única toda la obra de Kociancich, y el tema principal de La octava maravilla. En ella, el desesperante Alberto Paradella ve su propia vida pasar sin intervenir demasiado, hasta que las circunstancias, poco a poco, lo obligan a viajar y a escribir, y en ese trance, a ser testigo del misterioso tejido que une el tiempo y el espacio, la realidad y el sueño, un punto geográfico y otro. La novela, que tiene la textura, el golpe y el asombro final de un cuento fantástico, es una mezcla inusual de diálogos porteños plenos de ingenio y gracia, los apuntes minuciosos, paisajísticos, de una crónica de viaje, una carta de amor a la magia del cine; y una prosa delicada, precisa como un bordado en que la tela de la realidad va cubriéndose con los coloridos hilos de una ruptura fantástica que se observa a sí misma: “una construcción lógica, posible pero prodigiosa, una aventura de la imaginación filosófica, una historia de amor, de amistad, de traiciones, una busca infinita”, así la describió Bioy Casares en el prólogo.

      Quizá desconcierta un poco el hecho de que en esta, su primera novela publicada, la mirada de Vlady Kociancich sea poco crítica hacia la forma en que se relacionan sus personajes masculinos y femeninos, considerando que fue publicada en plena efervescencia de los movimientos feministas (1982), algo que, sin embargo, se intuye en la libertad con que sus personajes femeninos toman ciertas decisiones. A pesar de esto, el contexto suele cargar las tintas y es posible distinguir, a través de los ojos de su protagonista, algunos prejuicios comunes en la literatura escrita por varones. Conviene recordar que esta suerte de camuflaje (“escribe como un hombre”, ¿cuántos años esta frase se disfrazó de halago?) ha permitido la sobrevivencia de la obra de varias autoras; pues era así como obtenían la admiración de ciertos lectores y colegas cuya opinión acreditaba y posibilitaba que otros le concedieran el beneficio de la duda, leyeran su obra y se percataran de sus cualidades.

      Las grietas que cruzan toda la literatura de Kociancich son, a decir de ella misma, “una llave metafórica al descubrimiento de que este mundo, esta vida, no es tan sólido, tan firme y contundente como creemos. No implica necesariamente un derrumbe posible, sino también una apertura, una entrada a otra realidad distinta a la que nos es inculcada. Más bien una llamada de atención a lo que damos por inamovible, a ideas recibidas dócilmente, a prejuicios dañinos, a cualquier dogma, en suma. Me rebelo ante los dogmas”.

      Enunciar ese sentimiento de lo fantástico no es sólo un impulso para quienes escriben: es, sobre todo, una necesidad lectora, la obsesión de una tribu más nutrida de lo que parece, oculta en los pasillos aromáticos de las librerías de viejo, buscando en las páginas de una historia oscura firmadas por un nombre aún más oscuro la confirmación de que la vida encierra un misterio más grande que nuestras miserias cotidianas y que por ende, atestiguar el mundo tiene sentido, aunque no sepamos explicar cuál es, ni siquiera a través de nuestros microscopios y telescopios.

      Esa cofradía lectora hoy puede celebrar la dicha de dar la bienvenida a sus estantes a esta maravilla: la literatura de Vlady Kociancich.

      GABRIELA DAMIÁN MIRAVETE

      1 Además de narradora, Vlady Kociancich es ensayista. Uno de sus volúmenes, dedicados a sus escritores favoritos, se llama, precisamente, La raza de los nerviosos (Seix Barral, 2006).

      2 Julio Cortázar, “El sentimiento de lo fantástico”, conferencia dictada en la U.C.A.B. en 1982.