sugiero que busquen un pájaro o cualquier cosa con alas, lo manden a pispear desde lo alto y vuelva a contarles lo que vio. Aunque para ahorrarles el trámite, mejor les muestro ese pueblo a vista de pájaro…
¿Qué les parece Cúcara Mácara?
A mí me aburrió que todo estuviera pintado del mismo color, más claro o más oscuro, pero de un solo color.
—Opino lo mismo —opinó la señora que usaba galera cuando entraba a Cúcara Mácara.
Y podía opinar con conocimiento. Si algo hizo desde que había comenzado a andar por el camino, fue conocer villas y pueblos y ciudades que crecían en cada uno de los mil doscientos ocho puntos cardinales; de todos guardaba una fotografía...
Si siguen fijándose bien y a vuelo de pájaro, notarán que a Cúcara Mácara le falta una plaza. Sí, una plaza como las que hay en muchas villas y pueblos, o como esas que también crecen en algunas ciudades.
Aunque si se fijan mucho mejor, incluso a vuelo de dieciocho o más pájaros, no lograrán ver que también el lugar sufría una falta más, mucho más importante.
Créanlo o no en ese pueblo sólo vivían hijos o hijas, nietas o nietos y uno que otro bisnieto o bisnieta.
¡Sí, les pido que lo crean!
Cúcara Mácara no tenía abuelas o abuelos, tampoco uno que otro bisabuelo o bisabuela, ni siquiera en una foto o en figuritas o dibujado con tiza en el pizarrón de la escuela.
—¿Y por qué pasa eso? —preguntó la engalerántica a medida que iba internándose por la calle central del pueblo.
Hacía mucho que el abuelaje y el bisabuelaje se había mandado a cambiar en manada. Nadie sabía con certeza el motivo, pero se rumoreaba que pudieron haberse ido porque…
Lo que haya sido, ni unos ni otros se escribían o recibían cartas o mensajitos de texto o se comunicaban mediante grillos que alguna vez trasmitieron sus mensajes cantados al son de los violines de sus patas.
Tal vez se lo estén preguntando, pero no se animan a preguntarlo. Déjenme entonces que yo lo haga por ustedes: si los cucaramaquenses eran considerados gente para la mona, una porquería, espantosa, inaguantable por el abuelerío y el bisabuelaje, ¿por qué la señora que usaba galera apostaba a que en Cúcara Mácara encontraría un sitio para quedarse quieta y poder mudar su casa y un rincón que al fin sintiera como su rincón?
—Yo también me pregunto lo mismo, queridillo —contestó ella al llegar a una esquina del pueblo—. Pero quién sabe lo que no sabe hasta que lo sabe…
Decía que cuando llegó a una esquina de Cúcara Mácara, por fin la engalerada dejó en paz sus pies. Su galera resopló aliviada, podría descansar un poco después de tanto andar por los caminos; aunque la viva siempre viajaba sobre una cabeza.
Y recién ahí se dio cuenta.
La señora que usaba galera se dio cuenta, no su galera.
Aunque faltaban quince minutos y un alfiler para la hora de la siesta, los cucaramaquenses que la habían visto llegar comenzaron a seguirla y se acurrucaban en esa esquina.
Ella los miró a todos y después hacia todos lados, diciendo:
—Linda casihoradelasiesta… lindo pueblo… linda gente….
La galera opinó lo mismo.
Pero en realidad, igual que a la engalerada, no le parecía para nada lindo el pueblo.
Tampoco le resultaba linda gente aquella así como estaban: mirando a la galera con ojos de calabazas.
—¡Buena casihoradelasiesta! —les dijo de nuevo la señora que usaba galera.
Eran ciento dos los que se apretujaban en la esquina. Todos habían dejado de prepararse para ir a dormir la siesta, encurioseados por ver de cerca a esa extraña, o mejor dicho, a su galera.
—¡Buena casihoradelasiesta! —les repitió ella.
Y como ninguno le respondió ni siquiera con un estornudo, lo más pancha se ocupó de sacar su casa de la mochila. Leyeron bien, no escribí “sus cosas” sino “su casa”. Véanlo ustedes mismos y después me dicen si les estoy metiendo un cuento o no…
Para su suerte, la casa seguía igual de limpia que la última vez que la había guardado; no tuvo que plumerearle ni una astilla o cepillarle detrás de las orejas.
Como vieron, la casa desencajaba bastante con el color, más claro o más oscuro, pero único, que pintaba a todo Cúcara Mácara.
Por el momento, eso no le importó. Y sin volver a saludar a los cucaramaquenses, preguntó:
—¿Alguien sabe en qué parte de este pueblo puede vivir una señora que usa galera? —y les aclaró—: No piensen, nnnnnnno, mis queridillos y queridillas, que voy a dejar mi casa aquí, solo la saqué para que tomara un poco de aire y ver si las ventanas tenían lagañas….
Como