Bram Stoker

Drácula


Скачать книгу

de una semana. Me muero de ganas por recibir noticias suyas. Debe ser agradable conocer países extraños. Me pregunto si algún día Jonathan y yo los veremos juntos. Ya está sonando la campana de las diez. Adiós.

      Te quiere,

      Mina

      Cuéntame todas tus novedades cuando me escribas. No me has contado nada desde hace mucho tiempo. He escuchado por ahí algunos rumores, especialmente relacionados con un joven alto, guapo y de cabello rizado.

       Carta de la señorita Lucy Westenra a la señorita Mina Murray

      Chatham Street #17

      Miércoles

      Mi queridísima Mina:

      Debo decir que me calificas muy injustamente al decir que no soy buena para la correspondencia. Desde la última vez que nos vimos te escribí dos veces, y tu última carta sólo era la segunda. Además, no tengo nada nuevo que contarte. No hay nada que pueda parecerte interesante realmente.

      La ciudad es muy agradable en esta temporada y solemos visitar a menudo las galerías de pintura. También damos paseos y cabalgamos por el parque. En cuanto al joven alto, de cabello rizado, supongo que se trata de quien me acompañó al último concierto. Es obvio que alguien ha estado esparciendo rumores.

      Era el Sr. Holmwood. Viene a visitarnos a menudo. Él y mamá se llevan muy bien, pues tienen muchas cosas en común de las qué hablar.

      Hace algún tiempo conocimos a un hombre que sería perfecto para ti, si no estuvieras ya comprometida con Jonathan. Es un excelente partido: es guapo, adinerado y de buena familia. Es un doctor sumamente inteligente. ¡Imagínate! Sólo tiene veintinueve años y es dueño de un gigantesco manicomio. El Sr. Holmwood me lo presentó. Vino una vez después de eso y a partir de entonces nos visita a menudo. Creo que es uno de los hombres más resueltos que he conocido y, sin embargo, el más tranquilo. Parece absolutamente imperturbable. Me imagino el maravilloso poder que debe ejercer sobre sus pacientes. Tiene la extraña costumbre de mirar a las personas directamente a los ojos, como si intentara leer los pensamientos. Cuando está conmigo hace esto todo el tiempo, pero me halaga pensar que esta vez se ha encontrado con un hueso duro de roer. Eso lo sé gracias a mi espejo.

      ¿Alguna vez has intentado leer tu propio rostro? Yo sí y puedo afirmar que es un buen ejercicio, aunque más difícil de lo que te imaginas si nunca lo has intentado.

      A menudo me dice que yo represento para él un curioso caso psicológico y en mi humilde opinión, creo que tiene razón. Como sabes, no me interesa mucho la ropa como para estar al tanto de las nuevas modas. Los vestidos son un fastidio. Otra vez estoy hablando en lenguaje coloquial, pero no le prestes atención. Arthur me lo dice todos los días.

      Bueno, ya lo he dicho todo, Mina. Siempre nos hemos contado todos nuestros secretos desde que éramos niñas. Hemos dormido juntas, hemos comido, llorado y reído juntas. Y ahora, aunque ya he hablado, me gustaría seguir haciéndolo. Oh, Mina, ¿no lo has adivinado todavía? Lo amo. Mientras escribo esto me he sonrojado completamente, pues aunque creo que él me ama también, todavía no me lo ha expresado con palabras. Pero, ay Mina, yo lo amo. ¡Lo amo! Listo, decirlo así me hace sentir bien.

      Me gustaría tanto estar contigo, querida mía, sentadas junto al fuego, como solíamos hacerlo. Y yo intentaría decirte lo que siento. No sé cómo me he atrevido a escribir esto, ni siquiera a ti. Tengo miedo de detenerme porque podría romper la carta pero ansío contártelo todo. Escríbeme en cuanto recibas esto y dime todo lo que piensas al respecto. Mina, reza por mi felicidad.

      Lucy

      P.D. —No necesito decirte que esto es un secreto. Buenas noches de nuevo.

      L.

      Carta de la señorita Lucy Westenra a la señorita Mina Murray

      24 de mayo

      Mi queridísima Mina:

      Gracias, una y mil veces, por tu carta tan dulce. Fue tan agradable poder contártelo todo y tener tu apoyo.

      Querida mía, no cabe duda que cuando llueve, graniza. Qué ciertos son los antiguos proverbios. Heme aquí, a punto de cumplir veinte años en septiembre, y hasta ahora no había recibido ni una sola propuesta de matrimonio. Me refiero a una propuesta real, y hoy recibí tres, ¡Imagínate! ¡Tres propuestas en un día! ¿No es horrible? Me siento terrible, verdadera y profundamente terrible, por dos de esos tres chicos. Ay, Mina, estoy tan feliz que no sé qué hacer. ¡Tres propuestas! Por amor de Dios, no les cuentes a las chicas sobre esto, o empezarán a tener toda clase de ideas extravagantes y podrían sentirse ofendidas y desairadas si no reciben al menos seis propuestas en cuanto lleguen a casa. ¡Algunas chicas son tan vanidosas! Tú y yo, querida Mina, que estamos comprometidas y que muy pronto nos convertiremos en un par de sensatas mujeres casadas, podemos hacer a un lado la vanidad. Bueno, debo contarte sobre los tres chicos, pero no puedes decírselo a nadie, excepto a Jonathan, por supuesto. Se lo contarás a Jonathan, porque yo haría lo mismo con Arthur si estuviera en tu lugar. Una mujer debe decirle todo a su esposo, ¿no lo crees así, querida? Y debo ser leal con él. A los hombres les gusta que las mujeres, especialmente si están casados con ellas, sean tan leales como ellos. Pero me temo que las mujeres no siempre lo son tanto como debieran.

      Bien, querida mía, el primer joven llegó justo antes del almuerzo. Ya te conté sobre él, el Dr. John Seward, el que dirige un manicomio. Tiene una mandíbula fuerte y frente amplia. Se veía muy tranquilo en el exterior, pero aun así estaba nervioso. Era evidente que había practicado hasta el más mínimo detalle, y lo recordó absolutamente todo. Pero por poco se sienta en su sombrero de seda, cosa que los hombres no suelen hacer cuando están tranquilos. Y luego, en su intento por mostrar una apariencia serena, se la pasó jugando nerviosamente con una lanceta, de tal modo que estuve a punto de gritar. Me habló muy directamente, Mina. Me dijo lo mucho que me amaba, sin importar lo poco que me conocía, que su vida sería maravillosa si yo estuviera a su lado para ayudarlo y alegrarlo. Estaba a punto de decirme lo infeliz que sería si yo no sintiera lo mismo que él, pero cuando me vio llorar dijo que se estaba comportando como un salvaje y que no quería causarme más problemas. Entonces hizo una pausa, y me preguntó si con el tiempo yo podría llegar a amarlo. Cuando moví la cabeza negativamente, sus manos empezaron a temblar y luego, dudando un poco, me preguntó si yo estaba enamorada de alguien más. Se expresó en una forma muy gentil, diciéndome que no quería forzarme a responderle, sino que sólo quería saber porque si el corazón de una mujer está libre, significaba que existía una oportunidad. Entonces, Mina, sentí que era mi obligación decirle que había alguien más. Sólo le dije eso. Él se puso de pie y, con una expresión muy fuerte y seria, me tomó ambas manos y me dijo que esperaba que fuera muy feliz, que si alguna vez necesitaba un amigo, no dudara en considerarlo como el mejor de ellos.

      Ay, Mina querida, no puedo evitar llorar. Debes perdonar que esta carta esté llena de manchones. Recibir una propuesta de matrimonio y todas esas cosas son muy lindas, pero no es agradable en lo más mínimo tener que ver a un pobre hombre, que sabes que te ama honestamente, alejarse con el corazón completamente roto, sabiendo que, sin importar lo que diga en ese momento, estás saliendo de su vida para siempre. Querida mía, debo detenerme por el momento, me siento sumamente triste, ¡aunque estoy tan feliz!

      Por la tarde.

      Arthur se acaba de marchar y me siento de mejor ánimo que cuando dejé de escribirte, así que puedo seguir contándote sobre mi día. Bien, querida mía, el segundo llegó después del almuerzo. Es un chico tan agradable, un estadounidense de Texas, se ven tan joven y lleno de vida que parece casi imposible que haya visitado ya tantos lugares y tenido tantas aventuras. Ahora comprendo a la pobre Desdémona cuando escuchó esa peligrosa palabrería, incluso si provenían de un negro. Supongo que las mujeres somos tan cobardes que creemos que un hombre nos salvará de nuestros temores si nos casamos con él. Ahora sé lo que haría si yo fuera hombre y quisiera que una mujer me amara. No, no lo sé, pues el Sr. Morris siempre nos cuenta sus historias, Arthur nunca lo hizo, y sin embargo…

      Querida, me estoy adelantando un poco en la historia. Cuando llegó el Sr. Quincy P. Morris,