Bram Stoker

Drácula


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de esos textos.

      Como no hay ningún motivo para guardar el secreto, se me ha permitido usarlos y enviarle una transcripción, omitiendo simplemente los detalles técnicos de marinería y sobrecargo. Pareciera como si el capitán hubiera sido atacado por una especie de manía antes de adentrarse en altamar, y que esta situación aumentó persistentemente a lo largo del viaje. Desde luego, mi observación no debe tomarse al pie de la letra, porque estoy escribiendo basándome en el dictado de un empleado del cónsul romano, que tuvo la amabilidad de traducirlo para mí, debido a que no dispongo de mucho tiempo.

      Bitácora del “Demeter”. De Varna a Whitby

      Escrito el 18 de julio, están pasando cosas tan extrañas, que a partir de ahora mantendré un registro exacto de ellas, y así lo haré hasta que desembarquemos.

      El 6 de julio terminamos de subir el cargamento de arena fina y cajas de tierra. Zarpamos por la tarde. Viento fresco proveniente del este. Tripulación: cinco manos… dos oficiales, un cocinero y yo (el capitán).

      El 11 de julio al amanecer llegamos al Bósforo. Fuimos abordados por oficiales aduaneros de Turquía. Propinas. Todo en orden. Zarpamos nuevamente a las 4 p.m.

      El 12 de julio cruzamos los Dardanelos. Más oficiales aduaneros y barco insignia del escuadrón de guardia. Más propinas. El trabajo de los funcionarios minucioso, pero rápido. Quieren que zarpemos rápidamente. Al amanecer pasamos el Archipiélago.

      El 13 de julio pasamos por Cabo Matapán. La tripulación está a disgusto por algo. Parece asustada, pero no dicen por qué.

      El 14 de julio. Me sentí inquieto por la tripulación. Todos son hombres tranquilos, con los que ya he navegado antes. El piloto tampoco pudo descifrar lo que sucede. Solo le dijeron que había ALGO a bordo, y se santiguaron. El piloto perdió los estribos con uno de ellos ese día y lo golpeó. Esperaba una pelea feroz, pero todo sigue tranquilo.

      El 16 de julio. Por la mañana, el piloto reportó que uno de la tripulación, Petrofsky, estaba desparecido. No pudo dar más detalles. Anoche tomó guardia a babor a las ocho campanadas. Fue relevado por Amramoff, pero no fue a su camarote. Los hombres están más abatidos que nunca. Todos dicen que ya esperaban algo parecido, pero lo único que dicen es que hay ALGO a bordo. El piloto está cada vez más impaciente con ellos. Temo que surja algún problema más adelante.

      El 17 de julio. Ayer, uno de ellos, Olgaren, entró a mi cabina y atemorizadamente me confió que pensaba que había un hombre extraño a bordo. Me dijo que durante su guardia se había resguardado detrás de la cámara de la cubierta, porque había una tormenta, cuando vio a un hombre alto y delgado, que no se parecía a ninguno de la tripulación, subiendo por la escalera de la cámara y caminando a través de la cubierta hasta desaparecer. Lo siguió cautelosamente, pero cuando llego a la proa no vio a nadie, y todas las compuertas estaban cerradas. Sintió un terrible pánico supersticioso, me temo que ese pánico se extienda a toda la tripulación. Para evitar esto, hoy registraré todo el barco cuidadosamente, de proa a popa.

      Más tarde ese día, reuní a toda la tripulación y les dije que, como evidentemente estaban convencidos de que había alguien en el barco, haríamos una inspección de proa a popa. El piloto se enojó, me dijo que le parecía una locura, que ceder ante esas ideas tan absurdas desmoralizaría al resto de los hombres. Me aseguró que él se encargaría de mantenerlos en orden por la fuerza. Lo dejé a cargo del timón, mientras el resto llevaba a cabo una minuciosa inspección, manteniéndonos informados todo el tiempo y con la ayuda de linternas. Buscamos en todos los rincones. Como el único cargamento eran las grandes cajas de madera, no había recovecos donde se pudiera esconder un hombre. Los hombres estaban mucho más tranquilos cuando terminó la inspección, y regresaron a trabajar alegremente. El piloto puso mala cara pero no dijo nada más.

      22 de julio.

      Ha habido un clima terrible los últimos tres días, y todos están ocupados con las velas. No hay tiempo para el miedo. Parece que los hombres ya olvidaron sus temores. El piloto está de buen humor nuevamente y toda la tripulación está en buenos términos. Elogié a los hombres por su gran trabajo durante el mal tiempo. Pasamos Gibraltar y salimos por los Estrechos. Todo está en orden.

      24 de julio.

      Parece haber una especie de maldición sobre este barco. Ya habíamos perdido un hombre y, anoche, al entrar a la Bahía de Vizcaya con un clima terrible ante nosotros, otro hombre desapareció. Al igual que sucedió con el primero, terminó su guardia y no se le volvió a ver. Toda la tripulación está sumida en un pánico terrible. Me enviaron una petición firmada para solicitar guardias dobles, pues temen quedarse solos. El piloto está furioso. Temo que pueda haber problemas, ya que él o los hombres podrían ponerse violentos.

      28 de julio.

      Cuatro días en el infierno, balanceándonos como en una especie de remolino y vientos tempestuosos. Nadie ha dormido. Todos los hombres están exhaustos. Apenas pueden montar guardias, ya que nadie está en condiciones para hacerlo. El segundo oficial se ofreció a tomar el control del timón y hacer guardia, para que los hombres durmieran algunas horas. El viento está disminuyendo, el mar continúa terrorífico, pero es menos perceptible, porque el barco está más estable.

      29 de julio.

      Otra tragedia. Hubo guardia sencilla esta noche, porque el resto de la tripulación estaba demasiado cansada para hacer guardias dobles. Cuando el guardia de relevo subió esta mañana a cubierta no encontró a nadie, además del timonero. Hizo un escándalo y todos subieron a cubierta. Se hizo una revisión minuciosa, pero no encontramos nada. Nos hemos quedado sin segundo oficial, la tripulación está en gran pánico. El piloto y yo acordamos ir armados de ahora en adelante, en espera de cualquier signo.

      30 de julio.

      Noche anterior. Todos estamos felices porque nos estamos acercando a Inglaterra. Buen tiempo. Todas las velas desplegadas. Me retiré exhausto y dormí profundamente, pero fui despertado por el piloto diciéndome que los dos hombres que estaban de guardia y el timonero están desparecidos. Sólo quedamos el piloto, dos miembros de la tripulación y yo para controlar el barco.

      1 de agosto.

      Dos días de niebla y ni una sola vela a la vista. Tenía la esperanza de enviar señales de ayuda, o al menos de llegar a algún lado, cuando estuviéramos en el Canal de la Mancha. Al no tener fuerza para controlar las velas, tenemos que navegar con el viento en popa. No me atrevo a arriarlas, porque no podríamos desplegarlas de nuevo. Parece que estamos vagando sin rumbo hacia un horrible destino. El piloto está ahora más desmoralizado que el resto de los hombres. Parece que su fuerte naturaleza se volvió contra él. Los marineros parecen haber superado el miedo y trabajan imperturbable, pacientemente, preparándose para lo peor. Ellos son rusos; el piloto es rumano.

      2 de agosto, medianoche.

      Me desperté de una breve siesta al escuchar un grito, que parecía venir del otro lado de mi puerta. No podía ver nada por la neblina. Corrí a cubierta y me encontré con el piloto. Me dijo que escuchó el grito y corrió, pero no había ninguna señal del hombre que estaba de guardia. Otro desaparecido. ¡Señor, ayúdanos! El piloto dice que ya debemos estar más allá del Estrecho de Dover, pues en un momento en que la niebla disminuyó pudo ver North Foreland, justo cuando escuchó el grito. Si así fuera, significa que estamos en el Mar del Norte y sólo Dios podrá guiarnos en esta niebla, que parece moverse junto con nosotros. Pero parece que Dios nos ha abandonado.

      3 de agosto.

      A medianoche fui a relevar al hombre encargado del timón, pero cuando llegué no vi a nadie. El viento estaba tranquilo, y como navegamos frente a él no hubo ningún movimiento. No me atreví a separarme del timón, así que le grité al piloto. Luego de unos segundos, llegó corriendo a cubierta en sus pantalones de franela. Tenía los ojos desorbitados y se veía demacrado, me temo mucho que haya perdido la razón. Se acercó a mí y, con voz ronca, con su boca muy cerca de mi oreja, como si temiera que hasta el aire pudiera escucharlo, me susurró: “Está aquí. Ahora lo sé. Lo vi en la guardia de anoche. Es como un hombre alto y delgado, y de un