que siempre acaba funestamente. Mientras que la mayoría de la prensa económica ve en la fractura hidráulica una demostración de que el ingenio humano no tiene límites, se multiplican los avisos procedentes de fondos de inversión y de grandes bancos de que el fracking podría llevar a muchos inversores a la ruina. El hecho es que, en su acelerada huida hacia delante, solo abriendo nuevos pozos con esta técnica —cada vez menos productivos porque los mejores se han explotado antes— se pueden pagar los vencimientos de los intereses, aunque en ningún momento se esté devolviendo el capital inicial. Los inversionistas aguantan, convencidos de que la continua mejora tecnológica abaratará los costes y de que en algún momento el fracking producirá pingües beneficios. La realidad es, sin embargo, que las mejoras tecnológicas son pequeñas y no compensan la pérdida de calidad de los lugares que se explotan una vez que los mejores sitios ya han sido utilizados. Para agravarlo aún más, la deuda anual solo del sector del fracking estadounidense se incrementa en varias decenas de miles de millones de dólares por año.
¿Podrá el petróleo de la fractura hidráulica aguantar el tipo? ¿Podrá la producción de petróleo de fracking continuar subiendo? Según las previsiones más pesimistas, esta técnica de extracción ha tocado fondo en 2019; según las más optimistas, no llegará a su culmen hasta 2025. En ningún caso se espera que la producción de petróleo total de los Estados Unidos (contando los petróleos no convencionales como el de fracking y los convencionales de toda la vida) supere jamás los quince millones de barriles diarios, de modo que quedará, por tanto, lejos de los veinte millones de barriles diarios de consumo estadounidense; en suma, el sueño de la independencia energética no se va a cumplir nunca. Además, en cualquiera de los dos escenarios de máxima extracción de petróleo de fracking (peak fracking oil), una vez que la producción de petróleo ligero de roca compacta empiece a decaer, los inversionistas comprenderán que no se va a poder devolver nunca el capital inicial y, entonces, se desatará el pánico. Es decir, el fracking no solo no va a resolver el problema, sino que en realidad es una bomba de relojería que va a causar mucho daño cuando estalle. Y en un plazo de tiempo bastante breve.
4 POR QUÉ NO LLEGAREMOS LEJOS CON LOS PETRÓLEOS EXTRAPESADOS
A finales del siglo XX se empezaron a percibir los primeros síntomas de que la producción de petróleo estaba cerca de tocar fondo. En aquel entonces, todo el petróleo que se producía era del mismo tipo y no hacía falta distinguir entre petróleo convencional y no convencional: el petróleo era simplemente ese hidrocarburo líquido viscoso y maloliente que se extraía en los clásicos pozos. Pero cada año se estaban descubriendo menos yacimientos de petróleo nuevos, hasta el punto de que ya no se cubría con esos hallazgos lo que se gastaba por año. Los geólogos que trabajaban en las petroleras comprendían perfectamente ya, a finales del pasado siglo, que la progresiva reducción de los hallazgos de nuevos yacimientos presagiaba una deceleración, primero, y una caída, después, de la producción de petróleo.
En 1998, los geólogos Colin Campbell y Jean Laherrère, con décadas de servicio en grandes petroleras multinacionales, publicaron su premonitorio artículo «El fin del petróleo barato» en la revista Scientific American, en el que avisaban acerca del futuro inevitable que auguraban para la producción de petróleo convencional. Quedaban todavía décadas de seguir produciendo petróleo, sí, pero cada vez se extraería en menor cantidad anual y sería más caro. Los datos de producción de los siguientes años y la subida progresiva de los costes de extracción confirmaban la validez del estudio de Campbell y Laherrère, así que hacía falta actuar. No se podía confiar en seguir haciendo lo de siempre; era preciso buscar nuevas fuentes de energía.
Naturalmente, esas fuentes de energía alternativas podían ser otras materias primas no renovables, como el gas natural, el carbón o el uranio, o también energías renovables. Pero la industria del petróleo no podía reconvertirse tan fácilmente de la noche a la mañana; necesitaban algo que se pareciese al petróleo de siempre. Además, la mayoría de las máquinas autónomas y automóviles que funcionan en el mundo utilizan productos derivados del petróleo, tan solo porque el petróleo es un líquido con una enorme densidad de energía, y eso es doblemente útil: que sea líquido hace que repostar resulte muy rápido, cuestión de pocos minutos, y que contenga tanta energía permite que las máquinas y los vehículos funcionen sin necesidad de repostar cada dos por tres. Pero no solo es conveniente para las petroleras encontrar un sustituto adecuado: los combustibles derivados del petróleo son, en verdad, la sangre que circula por las venas de nuestra civilización. Así que, tanto por el interés de las petroleras como por el de la sociedad en general, fue preciso que se encontraran nuevas fuentes de hidrocarburos líquidos de alta densidad energética. Y los encontraron. Más o menos.
Desde hace muchas décadas se conocen las grandes reservas mundiales que existen de los petróleos extrapesados, cuyos mayores depósitos se encuentran en Canadá y en Venezuela. Estos petróleos extrapesados se denominan así porque son muy densos y viscosos, hasta el extremo de que no se pueden considerar propiamente líquidos: su aspecto es, más bien, el de la brea o el alquitrán. Resultan unos ungüentos grasos, densos y pegajosos, más útiles para calafatear barcas o para asfaltar carreteras que para quemar. El nombre técnico de este tipo de sustancias es bitumen, y por eso en el caso de los depósitos de Canadá, donde el petróleo extrapesado se encuentra mezclado con arena, se las conoce como arenas bituminosas. En Venezuela también se presenta mezclado con el sustrato arenoso de la selva del río Orinoco, en una zona de más difícil acceso que en Canadá, aunque las reservas venezolanas son enormes.
La extracción del petróleo extrapesado despega hacia 2000, en un momento en que se empieza a intuir que el petróleo crudo convencional no subirá más, pero es a partir de 2005, cuando el petróleo crudo convencional toca fondo, que empieza a concederse más importancia a los petróleos extrapesados (recuerden que la fractura hidráulica no llegaría hasta cinco años más tarde, hacia 2010). En apariencia, suponía una gran oportunidad para que Canadá y Venezuela se convirtieran en los grandes suministradores mundiales de petróleo; Canadá, además, está muy interconectado con los Estados Unidos y sus gobiernos son aliados desde hace mucho tiempo, con lo que la situación parecía extremadamente ventajosa. Sin embargo, demasiado pronto se vio que los petróleos extrapesados presentaban demasiadas limitaciones al no permitir alcanzar un alto nivel de producción, y creaban, además, graves problemas ambientales.
La explotación de los petróleos extrapesados plantea enormes retos ya desde su misma extracción. Dado que no fluyen de ninguna manera, se tiene que comenzar por reblandecerlos y arrastrarlos con vapor de agua a mucha presión. Esto implica, en primer lugar, un gran consumo de agua y, en segundo, un gran consumo de energía para calentar el agua hasta convertirla en vapor e inyectarla en el subsuelo para ir extrayendo el bitumen. Obviamente, se arrastra no solo bitumen, sino también muchas otras cosas, arena principalmente, que precisan ser filtradas y separadas. Pero ahí no acaba la cosa. La sustancia extraída, el bitumen, forma una mezcla de hidrocarburos de cadenas muy largas y muy insaturado (es decir, con pocos átomos de hidrógeno), mientras que los hidrocarburos líquidos que solemos usar como combustibles (gasolina, diésel, fuelóleo, queroseno…) presentan cadenas mucho más cortas y repletas de hidrógeno. Así que hay que mejorar el bitumen para poder transformarlo en combustible idóneo para coches, camiones, tractores, excavadoras, aviones, barcos… Para lo cual se han seguido diversas estrategias en las dos regiones que son las máximas productoras mundiales: Athabasca, en Canadá, y la Franja del Orinoco, en Venezuela.
En Canadá, debido a la proximidad de las explotaciones de las arenas bituminosas a los grandes yacimientos de gas natural, se usó inicialmente ese gas para dos fines. En primer lugar, para calentar el agua y así obtener el vapor de agua necesario con que extraer el bitumen. Ese bitumen era, después, transportado en trenes hasta las mismas refinerías, donde el gas natural se volvía a usar para hacer la mejora final de la mezcla, el segundo fin de su empleo, insertando los átomos de hidrógeno en las cadenas insaturadas del bitumen y haciendo que el producto fuera ya algo más cercano al petróleo convencional, de modo que se pudiera continuar con la cadena de refinado estándar. El problema consistía en que, durante el proceso, se liberaban grandes cantidades de dióxido de carbono, el denostado gas de efecto invernadero CO2.