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E-Pack Bianca y deseo agosto 2020


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cielo de terciopelo cuajado de estrellas y yo estoy a bordo de un fabuloso yate negro cortando el océano.

      –¿Como haría un cuchillo de acero con la mantequilla? –gruñó él.

      –Exactamente –ella se negaba a rendirse–. El crujido de las velas y el chasquido de las cuerdas es la única música que necesitamos para que esta noche sea perfecta.

      –¿Tú crees?

      Samia tragó saliva.

      –¿Puedo sentarme? –preguntó.

      Él hizo un gesto con la mano.

      –Como quieras.

      Pero se levantó educadamente y le sostuvo la silla antes de volver a sentarse. Samia notó entonces que estaban solos. ¿Tenían que servirse ellos mismos? A ella le parecía bien.

      Siguió un rato de silencio, que le sirvió para pensar por qué llevaría Luca unos vaqueros y sandalias después de haberle dicho que se pusiera elegante. Además, ¿por qué no decía nada?

      Picoteó distraída un panecillo recién hecho. No le resultaba fácil mantener el optimismo. ¿Por qué Luca no le había dicho que había cambiado de idea y no quería cenar con ella en vez de mostrarse distante y maleducado? Lo único bueno era el banquete de comida deliciosa preparado en una mesa al lado.

      «Esperemos que cambie pronto de humor», pensó. Alzó la barbilla, decidida a que su primera noche a bordo del Black Diamond fuera una buena experiencia a pesar de todo.

      ¿Por qué tenía que estar tan guapa? Era como echarle sal a la herida. Luca no confiaba todavía en la reacción que pudiera tener a lo que había leído en la carpeta sobre ella.

      Había llevado a Samia a bordo con la mejor de las intenciones, para convertirla en princesa, ofrecerle regalos y un estilo de vida con el que solo podía soñar. Ella se había mostrado amable con todo el mundo y había causado buena impresión. Y Luca sentía que los había traicionado a su tripulación y a él. El entusiasmo de ella había sido fingido.

      La información que le habían enviado detallaba todos los hitos de la vida de Samia Smith, una periodista de investigación recién divorciada. No era de extrañar que su equipo no le hubiera dado la noticia en un mensaje de texto. Peor aún, su exesposo la había tratado con crueldad y utilizado la columna de ella para sus propios fines, pero Luca tenía que preguntarse si un leopardo podía cambiar sus manchas.

      ¿Una periodista de investigación?

      Después de la muerte de su hermano, había intentado no sentir nada. En su corazón solo había espacio para el dolor y la culpa. La llegada de Samia lo había relajado y su humor alocado le había sentado bien. Ese humor había perdido su encanto después de haber descubierto por qué actuaba así. Al colarse en su yate, había mentido por omisión. Luca entendía que necesitaba huir de un ex vengativo y la habría ayudado de todos modos si ella le hubiera contado la situación. Pero ¿por qué no le había dicho que era periodista? Solo podía haber una razón: quería sacar provecho. Había intentado aprovechar la oportunidad como todas las demás mujeres. Tal vez no fuera una cortesana profesional, pero era una oportunista que creía que podía sacarle algo. Pero si imaginaba que se iba a salir con la suya, estaba muy equivocada.

      –¿Luca? Estoy fatal, ¿verdad? –preguntó ella, con una sonrisa de disculpa. Pasó las manos por la tela de su vestido ceñido–. Adelante. Dilo –puso cara cómica–. Este no es mi estilo, ¿verdad?

      ¿Samia creía que su problema con ella era por su aspecto? Estaba espectacular. O era la mejor actriz del mundo, o tenía problemas graves, y, en ese caso, él debía protegerla. La segunda parte del informe detallaba los malos tratos sufridos a manos de su esposo, lo cual había enfurecido a Luca. Pero ella lo había engañado y eso no podía perdonarlo, aunque le costara mucho reconciliar la imagen de aquella mujer ingenua con un vestido de fiesta con la de una persona que mentía y engañaba para conseguir una exclusiva.

      «¿No hablan los hechos por sí mismos? ¿Por qué crees que te abordó en el bar?», pensó.

      –No estoy de acuerdo –dijo, cortante–. Estás muy hermosa.

      –¿De verdad? –ella se sonrojó–. No me mientas.

      –El vestido es tan hermoso como tú –insistió él, aunque su tono era todavía tenso.

      –El vestido es escandaloso –replicó ella, riendo–. Y no sé si podré volver a quitármelo.

      –Por favor –musitó él–. Hablaremos luego.

      Y hablarían.

      Largo y tendido.

      Samia se sonrojó cuando salió un camarero de las sombras para servirles.

      –El champán está abierto –Luca señaló la botella a la que otro camarero acababa de quitarle el corcho sin apenas ruido–. ¿Quieres una copa?

      –Creo que no debería –confesó ella con una risita–. Ya me cuesta bastante caminar con este vestido tan ceñido para encima añadir alcohol.

      –Una copa no te hará daño –repuso él, cortante.

      «Y quizá me suelte la lengua lo bastante para decirle la verdad», pensó ella. Que empezaba a estar harta de su mal humor y que, si no la quería allí, solo tenía que decirlo.

      –Gracias. Os llamaré si necesito algo más –dijo Luca a los camareros–. Esta noche nos serviremos nosotros mismos.

      Samia decidió que podía ser una buena distracción entregarle el informe que había elaborado.

      –¿Qué es esto? –preguntó él con impaciencia.

      –Sobre la decoración del yate –le recordó ella–. No soy una experta, pero tengo una opinión. Está escrito a mano, espero que no te importe. Mi letra no es fabulosa, pero se puede leer.

      –Tú no tienes ni idea, ¿verdad? –preguntó él.

      –¿De decoración de interiores? Sinceramente, no. Pero tengo una opinión y he pensado que querrías conocerla. De todos modos, aquí está –dijo, empujando la libreta en dirección a él.

      Luca la apartó.

      –No tengo tiempo para esto. Tengo en mente algo más importante.

      –¿Y puedo ayudarte con eso?

      –Sí, creo que sí.

      –Sé que preferirías estar navegando que sentado aquí con…

      –¿Una periodista de investigación? –terminó él.

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