Carlos March

La potencia del talento no mirado


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Me gusta coordinar a las personas, ayudar a que cumplan sus metas, organizar y estar al tanto de todo lo que pasa. Es algo que años atrás no podía imaginarme, por mi timidez, porque era muy introvertida. Hoy en día, estoy cambiando y el trabajo me empuja y me ayuda a dar un enorme impulso hacia adelante en todos los aspectos de mi vida».

      El testimonio de Laura Medina, hoy líder de Arbusta, conmueve por su potencia y, como tantos otros, también resulta inspirador. Todos los días, Laura viaja hacia el Abasto desde La Matanza, donde vive con su hija de 13 años, y despliega su talento en Arbusta. Cuando hace dos años se sumó al staff, no imaginaba el camino interno que sería capaz de recorrer y que, por cierto, apenas recién empieza: «Poder vencer las barreras internas y llevarlas al mundo exterior hace que cada día fortalezca mis habilidades, casi sin pensar en ello, casi sin poder entenderlo. Adquirí el conocimiento de crear grupos y tomé la palabra “desafío” ya no como un concepto vacío o de marketing, sino como un verdadero medio para superarme a mí misma y dejar los miedos de lado para convertirlos en aquello que podía superar. Mientras andaba, entonces, entendí de qué se trataba el término, y comprendí que se podía generar confianza, desarrollo y superación conteniendo manos vacías y llenándolas con la potencia de aquello que podía ir develando y conociendo de qué era capaz».

      Y continúa: «”Liderar” para mí era algo impensado, pero en ese aprender haciendo me di cuenta que no estaba sola, que tenía un equipo y que lo miraba con mirada de un jardinero que cuida la naturaleza y sabe en qué momento agregar agua y enriquecer raíces para que puedan crecer fortalecidas, en grupos o en manadas. Y en esas manadas hay quienes te despejan el camino, quienes te hacer ver las piedras que aún no viste y quienes te marcan el camino. Aprender a aprender, cooperar, crear y transformar lo ya realizado, todo eso se consigue en equipo. Al final, no estuvo mal sentirme mal, toparme con obstáculos, tener miedo, esas sensaciones recurrentes que iban y venían. Pero un día me abracé a otros, encontré a mis pares iguales y un sentimiento de alivio me atravesó y me hizo sentir que mi ADN, que el modo de ser arbustos/arbusters es uno de los pilares, que nos cuidamos unos a otros, y que, en verdad, nunca habíamos estado solos sino que, sin saberlo quizás, siempre habíamos llevado en nosotros las palabras “creer” y “creer en mí” » .

      Queda claro, entonces, que la figura jurídica que refleje la identidad de Arbusta todavía está por crearse. Y que, frente a esa ausencia de personería jurídica, Arbusta se construyó como una empresa que cobra identidad en la causa que la inspira, permitiendo que cada uno la vivencie a su manera, ya sea como empresa, como comunidad, como familia.

      La mirada de la posibilidad

      Paula Cardenau también suma contundencia: «Arbusta nace de una postura muy ideológica, contundente y profunda de los fundadores de contribuir a que el sistema de a poco vaya modificando las reglas de juego, bajando las barreras invisibles, acercándose y conociéndose, multiplicando las oportunidades reales».

      Los tres fundadores expresan sus ideas eligiendo las palabras que usan con refinada intención y astuta intencionalidad. Son pensamientos elaborados a partir de una cuidada selección del vocabulario. Piensan bien y se expresan mejor. Explican sus acciones porque saben que el verbo potencia el significado del sentido de sus actos. Es por eso que escoger las palabras adecuadas es en ellos un acto mayúsculo porque es lo que garantiza la consistencia entre sus medios y sus fines, la coherencia entre sus decires y sentires, y la integridad entre sus haceres y conciencias.

      Los une a los fundadores de Arbusta la pasión por la retórica y la dialéctica, ese acto reflejo y reflexivo a la vez de, a cada momento, tener que poner a Arbusta en palabras orales o escritas, en palabras resumidas en un email o expandidas en un paper. Como si la única manera de asegurar que la mirada no se desvíe de la posibilidad fuera capturar cada vivencia en un glosario de la vida. Retórica que estudia la utilización de un lenguaje puesto al servicio de persuadir acerca de que otro modelo de producción —que no se base en la acumulación despiadadamente egoísta y selectivamente excluyente— es posible. Dialéctica para que el conjunto de razonamientos y argumentaciones, ordenados de determinada manera, den vida a una ideología.

      Por eso, cuando Paula hace referencia a que Arbusta «nace de una postura muy ideológica» no lo hace desde la fachada de una pose, sino desde el cimiento de una posición, porque ella y cada arbuster —cada uno a su manera— saben que, de mantener vivas sus convicciones, depende que Arbusta siga siendo un estilo de vida. Esas convicciones son las improntas que convierten a Arbusta en una ideología, en una manera de organizar las ideas para alcanzar el bien común. En una «mirada de la posibilidad», al decir de María.

      La superación, la vara que mide el sentido

      Fue mucho más temprano que tarde que la buena selección de talentos comenzó a dar sus frutos, frutos que Arbusta sabía que sembraría para que los cosechara el mercado, pues la superación interna, con el tiempo, derivaría en proyección externa. Así, dentro de la comunidad de arbusters, hubo jóvenes que ingresaron y se desarrollaron en la empresa, que fueron detectados por el mercado, tentados con nuevas ofertas laborales y hacia allí fueron, en busca de nuevos horizontes. Ese grupo de jóvenes que formaron parte del equipo de Arbusta no solo ayudó a formatear la identidad de la organización, sino que, también, aportó sentido a la misión y, al mismo tiempo, fijó la vara para medir su alcance.

      María Vallejos se incorporó a Arbusta cuando tenía 18 años y ya era madre de dos hijas, con quienes vivía en una habitación prestada. María no sabía, cuando ingresó a la empresa, la diferencia entre software y hardware, pero sabía que tenía que saber. No solo aprendió, sino que lo compartió, se empoderó, lidió con su entorno, progresó y terminó yéndose de Arbusta para entrar en una empresa donde —para conseguir su puesto— tuvo que competir con dos ingenieros. Hoy le brinda a sus hijas una vida autónoma. María le puso una vara alta a Arbusta porque, ahora, todo lo que no esté a esa altura de transformación, no tiene sentido.

      Hay jóvenes que pasaron por la empresa y les gustaría volver para aportar lo que aprendieron afuera, para devolverle a Arbusta lo que aportó a sus vidas. Eso da sentido a la transformación.

      El crecimiento, la integración, el hecho de ir desarrollándose todos cada día como seres humanos plenos, disfrutando del trabajo y, a la vez, enriqueciéndose unos de otros, mirando cuáles son las tendencias tecnológicas y trayendo toda esa potencia a la organización, todo eso es parte de lo que permite ir creciendo, de lo que mejora a cada uno y de lo que hace que Arbusta se supere como empresa. La superación es contagiosa en lo personal y es potenciadora en lo colectivo. Superarse en el talento les permite retener a los clientes y agregar valor constante a los servicios que se les presta. Entender a la superación como talento es lo que los hace competitivos, lo que los hace ganar nuevos contratos.

      El equipo cada vez pide más, que se presten nuevos servicios, que se complejicen las ofertas, que se encaren nuevos desafíos. «Como iniciadores de Arbusta, pasamos de desafiar a ser desafiados», resumen los fundadores.

      «Y hablando de desafíos, hicimos una prueba para medir nuestros estándares de productividad. Comparamos el modelo de trabajo de un equipo de Arbusta con el de una empresa unicornio del sector tecnológico. El modelo de Arbusta resultó más productivo en la mayoría de las variables medidas y resultó ser que la principal variable que hacía la diferencia era la forma en la que promovíamos el talento. El modelo de Arbusta había logrado que jóvenes sin formación técnica previa alcanzaran productividad alta mediante tres acciones bien concretas: aprovechando y satisfaciendo