Javier Moreno

Null Island


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      Javier Moreno

Javier Moreno

      Javier Moreno (Murcia, 1972), ha cursado estudios de Matemáticas, de Filosofía y de Teoría de la literatura y literatura comparada. Es autor de las novelas Buscando Batería (1999) La Hermogeníada (2006), Click (Candaya, 2008; Nuevo Talento FNAC), Renacimiento (2009), Alma (2011), 2020 (2013) y Acontecimiento (2015). En poesía ha publicado «Cortes publicitarios (2006)» y el poemario Acabado en diamante (2009).

      Ha sido incluido en las antologías La luz nueva (2007), La casa del poeta (2007) y La imagen y su semejanza (2015). Es autor de la obra de teatro La balsa de Medusa (2007), y del libro de relatos Un paseo por la desgracia ajena (2018). Null Island es su segunda novela en Candaya.

      Candaya Narrativa, 63

      NULL ISLAND

      © Javier Moreno

      Primera edición impresa en la Editorial Candaya: octubre de 2019

      © Editorial Candaya S.L.

      Camí de l’Arboçar, 4 - Les Gunyoles

      08793 Avinyonet del Penedès (Barcelona)

       www.candaya.com

       facebook.com/edcandaya

      Diseño de la colección:

      Francesc Fernández

      Maquetación y composición epub

      Miquel Robles

      BIC: FA

      ISBN: 978-84-15934-14-1

      Depósito Legal:B 22603-2019

      Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier procedimiento, sin la previa autorización del editor.

      Índice

       Portada

       Autor

       Créditos

       Índice

       FALACIA

       Houdinize

       Delectatio morosa

       Licantropía

       Redundancias

       La secta del Fénix

       Mío Cid

       Buenas noticias

       Líneas paralelas

       Rastro

       Una visita al museo

       Las Termópilas

       El silencio de Bayreuth

       El discreto encanto del secreto

       SORIA

       Transparencia©

       Mesa redonda

       La hora de la mentira

       Extrañas señales desde el espacio

       NULL ISLAND

      FALACIA

       Se señala con razón la indócil libertad de este miembro, que se injiere de modo tan importuno cuando no nos hace falta, y nos falla de modo tan importuno cuando más lo necesitamos.

      Montaigne

       There are some secrets wich don’t permit themselves to be told.

      E. A. Poe

      HOUDINIZE

      El bailarín se contorsiona sobre la escena como si hubiese decidido convertir su cuerpo en un sonajero de carne y hueso. El programa de mano y la crítica lo dejaban claro. El coreógrafo había sido fiel a los pocos documentos fílmicos que constaban de Harry Houdini, los había visionado cientos de veces (Houdini arrojándose esposado del puente de Rochester, Houdini colgado por los pies de una grúa, embutido en una camisa de fuerza); había interiorizado aquella vibración animal y errática cuyo final, por previsible no menos sorprendente, era la liberación de un cuerpo aherrojado por cadenas y grilletes. Houdini había conseguido encontrar un método en el espasmo, había mostrado a sus contemporáneos cómo la libertad podía ser la conclusión natural de una agitación errática y compulsiva. Houdinize (liberarse o librarse de algo retorciendo el cuerpo) era la aportación de aquel hombre a la lengua inglesa. Añadir un verbo a un idioma no era sino otro modo de inmortalidad. Houdini era el abanderado de los que amaban la libertad, el hombre capaz de evadirse de los instrumentos de opresión de la policía y el manicomio. Houdini como precursor de la deriva beatnik y de los espasmos del Rock and Roll. Nada menos. Y sí, en algún momento, de manera artísticamente deliberada, los movimientos convulsos del bailarín recuerdan a Elvis o al Iggy Pop de los Stooges. A imagen y semejanza del escapista, el bailarín había logrado desprenderse sucesivamente de las cadenas, de la chaqueta, de la camisa y los pantalones (había salido a escena vestido como un ejecutivo, esposado a un maletín), y todo sin usar las manos, convirtiendo el estilo de Houdini en una coreografía, transformando la magia en danza, sumando al asombro del milagro la fruición estética.

      El bailarín acaba liberándose de sus ataduras. El final es previsible, casi bisoño, pero ello no hace que nuestro goce sea menor. Al fin y al cabo el espectáculo obedecía desde su inicio al esquema mil veces repetido del escapista. El público de Houdini sabía que acabaría librándose de sus cadenas y respondía a esa expectativa satisfecha con el aplauso. Nosotros hacemos lo mismo.