Herminia Luque

Escritoras ilustradas


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ilustradas, pues, no tratan más que de forma indirecta el tema del cuerpo, de su propio cuerpo. Sí está presente en temas relacionados con el cuidado infantil (la lactancia, por ejemplo), pero las escritoras ilustradas no se tratan a sí mismas como cuerpos sexuados y por tanto no se escriben como criaturas sexuales, menos aún como objetos sexuales, cosa que sí se hace desde la poesía erótica o la novela pornográfica escrita por hombres.

      Hay una referencia en Inés de Joyes a un tema que difícilmente podía ser tratado por la literatura hecha por mujeres, pero que debía ser tema ordinario en las conversaciones de la época: las enfermedades venéreas. La referencia, aun siendo marginal y cuando se está tratando otro asunto, no deja de sorprender por su audacia, siendo algo verdaderamente insólito en la pluma de una mujer:

      Las mujeres no escriben, ya lo hemos dicho, de sus cuerpos más que de una forma marginal o elusiva. Aquí actúan las leyes de un pudor que se tiene por la virtud femenina por excelencia. Y no tanto porque no existan, en textos contemporáneos, referencias a los cuerpos de las mujeres extraordinariamente explícitas. Textos, lo hemos adelantado más arriba, de diversos géneros que escriben el cuerpo femenino. Escriben el cuerpo, nombrando las partes más relevantes desde el punto de vista erótico, fragmentando ese cuerpo, troceándolo para ofrecer el fragmento más jugoso al lector. O bien aludiendo a cualidades genéricas de belleza o lozanía, que actúan potenciadoras del deseo masculino.

      Culo fresco, suavísimo, lozano

      culo, en fin, que nació ¡fuego de Cristo!

      Tal vez exprese la identificación perfecta entre mujer-naturaleza-sexo una estrofa popular en la que se identifica «naturaleza» (aquí «natura» para que rime con «sepultura») con los órganos genitales femeninos:

      Una vieja se sentó

      encima de una sepultura

      y el muerto sacó la mano

      Al mismo tiempo, se puede dar una visión absolutamente negativa de la condición femenina, basándose en una supuesta inferioridad, como sucede en Sade. El cual, lejos de ser el adalid de la libertad que algunos exégetas contemporáneos quisieron ver, es quien humilla y escarnece a las mujeres con más intensidad en todo el siglo ilustrado. Pues considera a la mujer la más molesta de las criaturas. Y la peor. Esto escribe:

      En una escritora de este tiempo resulta impensable una poesía erótica. A pesar de la leyenda (repetida hasta la saciedad) de los sonetos «libertinos» escritos por María Rosa de Gálvez, no se ha encontrado ni rastro de estos. Incluso la escritora y política Margarita Nelken recoge la leyenda del soneto «liviano» en su libro sobre las escritoras españolas: