alas que tengo?
Eran unas alas de mariposa blanca muy bonitas.
–Y en tu clase, Celia, ¿de qué estaban hablando? Porque tú no tienes alas de mariposa…
–A ver si adivinas de quién son mis alas –retó Celia con una sonrisa pícara.
–A ver, a ver… ¡Ya lo tengo! ¡Tienes alas de libélula!
–¡Bien, acertaste! Pues de eso estaba hablando mi profe, igual que la de Inés.
–¿Y tú, Alejandro? Deja que mire tus alas. ¡Ah, tu profesora estaba hablando de las abejas, ¿verdad?!
–Pues sí, pero no creas que me gustan mucho mis alas. Las tuyas y las de Lucas son mucho más bonitas.
–Todo depende –dijo Daniela–. ¿Te has fijado en lo que brillan tus alas cuando les da el sol? Parecen de oro. Además, las abejas son unos insectos muy importantes.
–Sí –terció Inés–, sobre todo por la miel, ¿no? ¡Qué rica, se me hace la boca agua!
Y con esta conversación con la que conseguían olvidar su miedo, siguieron volando.
Cuando más animados estaban, una nube oscura, muy oscura y amenazante, se puso sobre ellos. A su lado, otra nube más pequeña, pero también de un color gris sucio, parecía servirle de acompañante, de escudero o algo así.
–¡Conque estos son los mocosos que están siempre mirando para los celajes, ¿no?!
–Sí, majestad, mi señora Nubarrona Feroz –contestó la nube más pequeña.
–Pregúntales por qué en lugar de mirar a los celajes (esas nubes que son una auténtica birria) no me miran a mí, que soy mucho más fuerte y hermosa.
Y Nimbo Plasta, que era como se llamaba la ayudante de la reina, iba a hacerlo cuando Daniela, armándose de valor, se encaró con la nube.
–¿Y por qué no nos lo pregunta usted directamente?
–¡Insolente! ¿Cómo te atreves? –respondió la nube grande. Y mientras decía esto, un rayo salió de una de sus negras manos y a punto estuvo de alcanzar a los cinco amigos, que tuvieron que utilizar sus alas para esquivarlo.
–Los intrusos no pueden dirigir la palabra directamente a nuestra reina –explicó la otra–. Está totalmente prohibido.
–Pero nosotros no somos intrusos –trató de explicar Daniela–. De pronto nos crecieron estas alas que nos elevaron, nos elevaron sin que nosotros pudiéramos evitarlo.
–Es igual. Para mi señora, la reina Nubarrona Feroz, todo el que no es su súbdito es un intruso.
–Pues para que lo sepa, a mí me gustan más…
Daniela iba a decir los celajes, cuando Alejandro le dio un codazo.
–¿Y tú cómo te llamas? –preguntó Lucas tratando de disimular.
–Yo soy la nube de compañía, Nimbo Plasta.
Los cinco amigos contuvieron a duras penas la risa.
«¡Vaya nombres más estrambóticos!», pensaron.
Pero no les dio demasiado tiempo a nada. A una señal de la reina Nubarrona, aparecieron unas nubes grises, algo mayores que la Nimbo Plasta. Eran nubes soldados, que los rodearon.
–¡A ver, Nimbo Plasta, ordénales que nos sigan si no quieren que les corte la cabeza! –rugió Nubarrona.
–Eso me recuerda a la reina de corazones del cuento de Alicia –dijo Daniela–. Aunque esta es todavía mucho más fea.
Lo dijo bajito, para que solo se enteraran sus amigos, pero Lucas, que no se fiaba, le dijo:
–Shhh. A ver si te van a oír…
–¿Se puede saber qué están cuchicheando esos
mocosos?
–Nada, nada, Nimbo Plasta, solo que estamos asombrados de todo el ejército de nubes que tiene tu reina.
–Pues eso no es nada, niña tonta. Cuando lleguemos a su reino ya verás…
–¿Pero es que vamos a ir a su reino? Si nosotros solo queríamos ir…
–Sí, ya, ya, al reino de los Celajes. Pero ¿no sabes que ese reino y el nuestro siempre están en guerra?
–¿Y quién gana? –se atrevió a preguntar Alejandro.
–Nuestra reina, claro está. ¿Quién si no? –dijo orgullosa Nimbo Plasta.
Pero nuestros amigos no se lo creyeron demasiado.
–Pues yo no lo veo tan claro –volvió a responder Daniela–, porque siempre, después de las tormentas y de esas nubes negras que nos dan miedo, aparece el sol y el cielo empieza a llenarse de nubes blancas que se deshilachan hasta quedarse todo muy azul, mientras que las nubes negras se baten en
retirada.
–¡Niña, no vuelvas a decir nada parecido! Menos mal que nuestra reina es algo dura de oído, que si no…
Sí, la Nubarrona Feroz estaba un poco sorda, porque no hacía más que fabricar rayos y truenos y, claro, con tanto ruido…
–¡Bueno, menos cháchara, que aún nos queda un buen trecho!
A Daniela y a sus amigos no les quedó más remedio que seguir a aquellas nubes grises. Los tenían rodeados y era imposible escapar.
Caminaban –o, mejor dicho, volaban– por un cielo que poco a poco se iba volviendo más y más oscuro, como esos días de invierno que amenazan tormenta.
«Lo que faltaba ahora es que empiece a llover y se mojen nuestras alas. ¡A ver quién puede volar así!», pensaba Daniela.
–¡Qué frío hace! –se lamentó Lucas.
–¡Silencio! –ordenó Nimbo Plasta–. Ya estamos llegando.
Descendieron hacia la entrada de un camino hecho de nubes-piedra grises. Mientras iban bajando, se dieron cuenta de que, sobre unas nubes que tenían forma de mesas de gruesas patas, había unos baúles cerrados.
–¿Y estos baúles? –preguntó Celia.
–Son las cajas de los vientos rebeldes que hemos capturado –contestó Plasta orgullosa–. Ahí están los alisios, las brisas marinas, las auras, los vientos cálidos de Levante… En fin, todos los vientos que no han querido servir a nuestra reina.
–Ah, claro. Y me imagino que los huracanes, los torbellinos, los tifones y todos esos que hacen daño se habrán aliado con la reina Nubarrona.
–Has acertado, muchacha. Y ellos están descansando tan ricamente en sus aposentos, mientras estos vientos estúpidos…
–¿Y si un día esos vientos deciden pasarse al lado de los buenos?... –preguntó Daniela.
–¡Eso es imposible, niña impertinente! Ellos desean obedecer a nuestra reina. Además, les conviene. Aquí, en el reino de las Tormentas, tienen todo lo que necesitan para hacerse cada vez más poderosos.
Posaron sus pies en el camino, plegaron sus alas y se dispusieron a caminar. Flanqueando aquel sendero había unas nubes en forma de árboles. Claro que eran árboles muy extraños y feos, cuyo tronco era casi negro y sus ramas estaban llenas de hojas de un gris que a Daniela le