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E-Pack Jazmin Especial Bodas 2 octubre 2020


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su familia la formaban casi exclusivamente rancheros. Le costaba imaginar qué relación podían tener con el tipo de trabajo de Axel.

      —Sí, claro —respondió en tono de incredulidad.

      Axel se encogió de hombros, pero no dijo nada.

      —¿Alguna vez has pensado en dejarlo y dedicarte solamente a la cría de caballos? —le preguntó Tara.

      —¿Y tú has pensado en volver de nuevo a la revista para la que escribías?

      —¿Cuándo esté resuelto el caso de Sloan? No lo sé.

      —¿Pero lo echas de menos?

      —Sí —contestó inmediatamente.

      —¿Y qué echas de menos exactamente?

      —Yo… bueno, la creatividad.

      —Pero también hace falta mucha creatividad para hacer toda la bisutería que vendes.

      —No es lo mismo.

      —¿Por qué?

      Tara comenzó a pensar una respuesta, y comprendió que no tenía ninguna. ¿Alguna vez había pasado la noche trabajando en un artículo para poder relajarse y dormir? Sinceramente, no lo recordaba.

      —¿Ha aparecido algo en el periódico de esta mañana sobre el juicio?

      —No —Axel colocó el retrovisor y frunció ligeramente el ceño.

      Tara se fijó en el velocímetro y miró por el espejo retrovisor de la ventanilla. La camioneta de Mason estaba más cerca, detrás de otros tres vehículos.

      —¿Tienes prisa por llegar a Weaver? —le preguntó a Axel.

      —No.

      —Entonces, ¿por qué estás a punto de saltarte el límite de velocidad?

      —Porque quiero deshacerme de esa camioneta que nos está siguiendo desde hace unos treinta kilómetros.

      —¿Pero no es la camioneta de Mason?

      —Mason hoy conduce un Corvette.

      Tara se tensó en el asiento y se volvió hacia atrás. Volvió a ver la misma camioneta que creía conducida por Mason. Se volvió hacia delante con el corazón en la garganta.

      —Va a pararte la policía por ir demasiado rápido.

      —Quizá —contestó Axel, y aceleró. Sin apartar la mirada de la carretera, sacó el teléfono móvil, marcó unas teclas y se lo llevó al oído— Mason, ¿has averiguado ya quién es el propietario de esa camioneta? —escuchó un momento—. Sigue intentándolo —dio por terminada la llamada y dejó el teléfono entre los dos asientos—. Todo va a salir bien, Tara.

      —Sí, claro —respondió ella con voz temblorosa.

      Sonó entonces el teléfono. Axel contestó rápidamente y, casi al instante, disminuyó la velocidad. Tara respiró aliviada y reclinó la cabeza contra el asiento, sintiéndose extremadamente débil.

      —Gracias, Mason —dejó el teléfono de nuevo entre los dos asientos—. La camioneta acaba de girar.

      —Axel, no creo que a nadie le importe que sea la hermana de Sloan McCray.

      —A mí me importa.

      —No me refería a eso.

      —Lo sé, y a lo mejor estamos siendo un poco paranoicos. Pero no quiero correr riesgos contigo.

      —Porque te ha contratado Sloan —señaló Tara, aprovechando así para recordárselo a su estúpido corazón.

      —Ésa es una de las razones.

      —¿Y qué otras razones puede haber?

      —Ya las sabes —respondió Axel mirándola a los ojos.

      —No tienes por qué sentirte responsable porque… porque hayamos pasado juntos un fin de semana —respondió Tara, tragando saliva.

      —El mejor fin de semana de mi vida.

      —Sí, claro —respondió Tara en tono burlón—. Por eso te fuiste cuando yo todavía estaba dormida.

      —Intenté despertarte, pero me resultó imposible.

      —Había bebido demasiado.

      —La única noche que bebiste fue la del viernes. Lo que pasa es que habías tenido demasiados orgasmos —tomó la mano de Tara y no la soltó cuando ella intentó liberarse—. Desde entonces, Tara, no ha habido una sola noche en la que no haya pensado en ti. En nosotros.

      Pero Tara no podía permitirse el lujo de que hubiera un «nosotros».

      —Lo único que hay entre nosotros es un fin de semana producto del azar y el dinero que te pagan para que seas mi guardaespaldas.

      —¿Y si no me estuvieran pagando nada?

      —Los hombres como tú nunca renuncian a su trabajo.

      —«Los hombres como yo», ¿qué demonios se supone que significa eso?

      —Los hombres como tú, como Sloan, como mi padre. Para vosotros, llevar una doble vida es algo completamente natural, pero… —se interrumpió bruscamente.

      —Pero sois los demás los que pagáis el precio de esa doble vida —concluyó.

      —Sí —respondió Tara—. Somos los demás los que tenemos que pagar el precio.

      Axel permaneció en silencio durante largo rato.

      —Lo siento.

      —Yo también —contestó Tara, sin apartar la mirada del parabrisas.

      —Por si te sirve de algo, no todas las familias que están involucradas en este tipo de trabajo son como lo era la tuya.

      —Eso no lo sabes.

      —Claro que lo sé. Ya te he dicho que yo estoy en esto por culpa de mi familia, ¿recuerdas?

      Pero Tara continuaba sin creerle.

      —Muy bien, a lo mejor tienes un pariente lejano que te presentó a alguien que a su vez te presentó a otra persona que te metió en esto. Pero eso no significa que este trabajo te llegara a través de tu familia.

      Axel giró de pronto hacia la cuneta y detuvo bruscamente el coche.

      —¿Qué haces? —preguntó Tara, aferrándose al brazo del asiento ante la brusquedad de la parada. Miró tras ella y vio que un Corvette negro les adelantaba a toda velocidad.

      Axel giró en su asiento y se volvió hacia ella, sin prestarle ninguna atención a Mason.

      —Es un tío, y no es en absoluto un pariente lejano. De hecho, son muchas las personas de mi familia que están en esto.

      Tara se llevó la mano al estómago, intentando controlar los nervios.

      —¿Qué estás intentando decirme?

      —Estoy intentando decirte que sé que no todas las familias son como la tuya porque sé cómo es mi familia.

      —Tu padre se dedica a la cría de caballos, todo el mundo lo sabe.

      —Sí, pero no siempre ha sido así. Hollins-Winword no tiene un edificio de oficinas ni nada parecido, pero si lo tuviera, habría una pared con los retratos de las personas importantes de la compañía y mi padre aparecería en el centro de todos ellos. En su época, dirigió más operaciones de las que ha dirigido ningún otro agente desde entonces, pero fue suficientemente inteligente como para darse cuenta de cuando había llegado el momento de retirarse.

      A Tara le resultaba imposible conciliar la imagen del padre de Axel con la del hombre que le estaba describiendo.

      —¿Y eso cuándo fue?

      —Cuando se casó