Alejandro Vainer

Más que sonidos


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privada capitalista) hace que la música parezca monótona si estamos fuera de ella, o intensamente seductora y envolvente si entramos en su sintonía.”15

      En síntesis, la experiencia musical involucra cuerpos en el seno de una cultura.

      Si la música es tan solo una “combinación de sonidos y silencios” o “una sonoridad organizada”, entonces no queda otro camino que considerarla un “arte inmaterial”. Sostener que la música es inmaterial y trascendente lleva a su reificación. Se la cosifica, y se supone igual a lo largo de la historia de la humanidad y con la misma significación para cada cual.

      Muchos análisis musicales la toman por fuera de una experiencia subjetiva concreta, atravesada por una cultura, donde dichos sonidos se convierten en música para cada uno.

      Las causas únicas son seductoras. Por eso el reduccionismo es una gran tentación. Es el primer paso para creer que entendemos todo de algún tema. El segundo paso es generalizarlo. Las fórmulas simples cautivan mientras despellejan la experiencia misma. Esta perspectiva de Freud permite postular la complejidad como el camino para “tocar” algo de aquello que llamamos experiencia.

      Las generalizaciones son fascinantes. Así se universalizan bajo un manto de supuesta racionalidad ideologías, gustos y elecciones de los propios autores. Las lecturas reduccionistas pueden ir del biologicismo al psicologismo, pasando por el sociologismo, dejando de lado al propio sujeto y su historia individual y social. Hay múltiples ejemplos de ello. Sólo citaremos dos ejemplos. Uno que tiene aroma psicoanalítico, utilizando recursos biológicos para explicar nuestro gusto por el rock. Y el segundo sobre la forma de escuchar música.

      Aquí encontramos el encanto disparatado de una universalización del propio gusto. Tenemos que suponer que es cierta la hipótesis de la sincronización de los corazones del bebé y de la madre. De ser así, el ritmo del rock debiera haber atravesado la historia de la humanidad, ya que sería fuente de goce para todos los humanos independientemente de las culturas. Por lo contrario, si hay una fuente de placer en el rock, debiéramos buscarla en las experiencias musicales complejas de ciertas generaciones, en ciertas clases sociales, en ciertos lugares del mundo, en ciertos momentos históricos, que plasmaron dicho placer corporal en una historia personal.

      2- Muchos consideran que la pureza de la música implica una audición con un cuerpo quieto dispuesto a que sólo nuestros oídos puedan degustar “tranquilos” la música. Un teatro, una butaca cómoda. Un disco en una casa apacible. Un par de auriculares. Se reduce la experiencia musical a estar atento y sentado, como si el cuerpo tuviera que estar quieto para que nuestros oídos trabajen sin nada que los estorbe. Esta es una visión histórica, clasista y aristocrática de sectores dominantes que desvalorizan otras clases de experiencias musicales por “menores”, “populares”, “ligeras”.

      La música atraviesa los cuerpos y escuchamos en situaciones y contextos diferentes que marcan nuestro tipo de experiencia cultural y social. A veces sentados, a veces caminando, muchas bailando, algunas veces mientras hacemos otras cosas, a veces comiendo, otras mientras hacemos el amor... y así podemos seguir con ejemplos.

      Hasta la invención de la reproducción musical nadie imaginaba siquiera que podía haber música sin escuchar músicos tocando “en vivo”, que podía ir desde las canciones infantiles, los bailes y los conciertos. La diferencia de la música provenía de las experiencias determinadas por la propia inserción en la comunidad y sector social. Una cultura dominante definía cuál era la “buena” música y cómo escucharla “correctamente”. Su vigencia continúa vigente a pesar de la revalorización de algunas músicas en diferentes culturas.

      La música puede ser una amplia gama de experiencias que van desde bailar en una disco o una bailanta, “ver” un videoclip, escuchar en la propia casa, a un viaje escuchando un archivo que reproducimos en un teléfono celular. Las tecnologías han ampliado nuestro horizonte de experiencias musicales.