Natalie Rivers

Noche de bodas aplazada


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yendo al baile. Pero había descubierto de la peor manera posible que Lorenzo no era el príncipe azul.

      Tembló al recordar su expresión cuando le declaró su amor y se tapó la cara con las manos, intentando apartar el recuerdo de su fría mirada mientras aplastaba todas sus esperanzas. Le había roto el corazón y la había humillado.

      Por primera vez se alegraba de que nadie de su familia hubiera podido ir a la boda. Su madre y su hermana estaban demasiado ocupadas organizando su nueva vida en Australia y, como Chloe había decidido no ir con ellas, era casi como si se hubieran olvidado de que existía.

      Y, por supuesto, su padre no estaba allí. Ni siquiera sabía dónde estaba o si seguía vivo.

      Chloe respiró profundamente para darse fuerzas. Había pensado que aquél sería el día más feliz de su vida, pero Lorenzo la había despertado bruscamente de ese sueño. Tendría que darse prisa si quería escapar de allí sin que la viera. Y, en aquel momento, lo único que deseaba era estar lo más lejos posible de Lorenzo Valente.

      Después de ponerse un gorro de piel falsa para cubrir su pelo y oscurecer su cara en lo posible, levantó el cuello del abrigo y se dirigió a la amplia escalera que llevaba a la puerta principal del palazzo.

      Sabía que habría muchas góndolas en la entrada del Gran Canal esperando llevar a los invitados de vuelta a sus hoteles después del banquete y necesitaba transporte para llegar al aeropuerto lo antes posible. No había mucho tiempo antes de que el último avión saliera de Venecia esa noche.

      Disfrazada bajo capas de ropa, no parecía la bajita novia rubia que había llegado ese día radiante de felicidad después de la ceremonia y esperaba con todo su corazón que nadie la reconociese. No podría soportarlo si el equipo de seguridad de Lorenzo la llevaba de vuelta a casa… a Lorenzo.

      Chloe suspiró mientras subía al taxi-góndola y le pedía que la llevase al aeropuerto Marco Polo. Un viento helado que parecía llegar directamente de los Dolomitas la atravesó y la hizo temblar por fuera y por dentro.

      Esa tarde, los copos de nieve le habían parecido maravillosamente románticos. Ahora el tiempo le parecía frío y cruel.

      Logró salir del palazzo sin que la vieran e iba de camino al aeropuerto, pero las ventanas del taxi-góndola estaban cubiertas de vaho y como no podía ver nada el movimiento la estaba poniendo enferma.

      De repente, la noche le parecía impenetrable, un muro negro e inseguro sin monumentos reconocibles. Y su corazón estaba rompiéndose en un millón de fragmentos iguales a los copos de nieve que caían del cielo para ser tragados por las aguas negras del canal.

      Lorenzo estaba en el balcón, mirando la tormenta de nieve con un enfado tan negro como la noche.

      La nieve caía con tal fuerza que las luces de los edificios del otro lado del Gran Canal no eran más que reflejos y no había manera de ver a diez metros de distancia.

      Aunque no había nada que ver. Chloe se había ido.

      Había tomado un avión para marcharse de la ciudad esa misma noche y el mal tiempo hacía imposible que la siguiera… ni siquiera en su jet privado.

      Lorenzo soltó una palabrota, agarrándose a la balaustrada con dedos tan fríos y duros como la piedra.

      Él sabía dónde había ido, estaba casi seguro. A casa de su mejor amiga, Liz, en un pueblecito al sur de Londres. Pero, como precaución, tenía gente esperando en la puerta del aeropuerto de Gatwick para confirmar su destino.

      No era un viaje largo. De hecho, seguramente ya estaría cerca.

      Lorenzo levantó un brazo automáticamente para mirar el reloj y volvió a soltar una palabrota al ver que tanto el reloj como la manga de la chaqueta estaban cubiertos de nieve.

      Furioso, se volvió abruptamente para entrar en el dormitorio, apartando la nieve con manotazos impacientes. Pero ya se estaba derritiendo con el calor de su cuerpo, de modo que se quitó la chaqueta.

      Y se quedó inmóvil al ver el vestido de novia de Chloe abandonado sobre la cama. Su corazón empezó a latir violentamente dentro de su pecho…

      ¿Cómo se atrevía a abandonarlo así?

      ¿Cómo se atrevía a salir huyendo en medio de la noche?

      Romper su matrimonio no era una decisión que pudiera tomar por capricho, sencillamente porque él había aplastado ese ataque de romanticismo.

      Pero eso ya no importaba. No sabía si su declaración de amor había sido genuina o una trampa calculada. O si no era más que algo que había despertado la ceremonia y el banquete. Daba lo mismo, al escapar de allí había sellado su suerte. Su matrimonio estaba roto.

      Lorenzo tomó el vestido y se encontró recordando lo guapa que estaba Chloe con él puesto. Había pasado gran parte de la tarde imaginando cómo iba a quitárselo…

      De verdad había creído que sería una buena esposa y una buena madre para sus hijos. Pero su unión había terminado antes de que empezase.

      Entonces recordó algo y tuvo que apretar los puños, sin darse cuenta de que estaba aplastando la tela entre los dedos. No era la primera vez que alguien escapaba del palazzo. Pero nadie volvería a hacerlo nunca más.

      Lorenzo miró la delicada seda blanca y luego, con un abrupto movimiento, la tiró salvajemente hacia el balcón.

      Se quedó de pie, mirando un momento el vestido, obligándose a sí mismo a respirar pausadamente y haciendo un esfuerzo sobrehumano para que su corazón latiese de manera controlada.

      El vestido ya no podía distinguirse de la nieve que había caído sobre el suelo de piedra del balcón. Y si no dejaba de nevar pronto estaría cubierto por completo.

      Furioso, se dio la vuelta y salió de la habitación.

      Capítulo 2

      Tres meses después

      ERA UN precioso día de mayo. El sol brillaba, los pájaros cantaban sobre las ramas de los árboles… y Chloe estaba frente a la tumba de su mejor amiga con una niña huérfana en los brazos.

      Resultaba casi imposible creerlo, pero era cierto. Liz, la madre de Emma, ya no estaba con ellas.

      Había tenido tres meses para hacerse a la idea de que su querida amiga estaba perdiendo la batalla contra el cáncer, pero aun así su muerte había sido una horrible sorpresa.

      Aquella fría noche de febrero, cuando volvió de Venecia, había ido directamente a casa de Liz, en el pueblo. Estaba desesperada por ver a su amiga y contarle lo que le había pasado con Lorenzo. Pero lo que necesitaba sobre todo era buscar el consuelo de su compañía.

      Sin embargo, en cuanto abrió la puerta, Chloe se dio cuenta de que ocurría algo. El cáncer que llevaba meses en remisión había vuelto.

      Liz no había querido contárselo para no estropear el que debería ser el momento más feliz de su vida, el día de su boda. Pero lo más descorazonador era que la enfermedad había progresado hasta el punto de que los médicos ya no podían hacer nada.

      Chloe miró a la niña que tenía en brazos, sintiéndose helada y vacía. El sol del mes de mayo no era capaz de calentarla y, en ese momento, pensó que jamás volvería a hacerlo.

      –¿Estás bien, cariño?

      Chloe notó la preocupación en la voz de Gladys, la amable vecina de Liz, que había sido un apoyo increíble durante las últimas semanas. Había intentado animarla en los peores momentos y se había ofrecido a cuidar de la niña para que Chloe pudiese acompañar a Liz en el hospital.

      Chloe se volvió, intentado que su sonrisa pareciese convincente, aunque sabía que no era fácil engañar a Gladys.

      –Estoy bien, sí.

      –Ha sido un funeral precioso. Los versículos de la Biblia que Liz quiso que leyeses