de setenta y cinco milímetros; el forro exterior del casco tiene sesenta y tres milímetros de espesor; las planchas de la cubierta, cincuenta milímetros de espesor; y toda la madera empleada carece de nudos. Lo sé porque la encargué especialmente a Puget Sound. Además, el Snark tiene cuatro compartimentos estancos, o sea que está dividido en cuatro secciones independientes a prueba de agua. Por muy grande que sea una vía de agua en el Snark, solamente podrá inundarse uno de estos compartimentos. Los tres restantes mantendrán el barco a flote y nos permitirían localizar y reparar la vía de agua. Esta distribución tiene además otra ventaja. El último compartimento, el situado más a popa, contiene seis depósitos con un total de más de cuatro mil litros de combustible. Es muy peligroso transportarlo en una pequeña embarcación que navegue por la vastedad de los océanos. Pero los riesgos se reducen mucho si los depósitos son bien estancos, y a su vez, situados en un compartimento que también sea estanco.
El Snark es un velero. Fue construido para navegar con la fuerza de los vientos. Pero también lo dotamos de un motor de setenta caballos como elemento auxiliar. Es un motor bueno y potente. Pagué mucho dinero por hacerlo venir desde Nueva York. En cubierta, sobre el motor, hay un cabrestante. Pesa varios cientos de kilos y ocupa mucho espacio. Como comprenderá el lector, sería ridículo tener que levar el ancla a mano disponiendo a bordo de un motor de setenta caballos. Por lo tanto, instalamos el cabrestante y le hicimos llegar la potencia del motor mediante una transmisión fabricada especialmente en una metalurgia de San Francisco.
El Snark tenía que ser un barco confortable y no escatimamos medios para conseguirlo. Por ejemplo, cuenta con un cuarto de baño, pequeño y compacto es cierto, pero con todas las comodidades que cabría esperar de un cuarto de baño en tierra firme. Es como un sueño maravilloso, repleto de aparatos, de bombas, de palancas, de válvulas para agua de mar. Durante la construcción pasé noches en vela pensando en el cuarto de baño. Después le tocó su turno al bote salvavidas. Va estibado sobre cubierta y ocupa el poco espacio libre que habría quedado para hacer ejercicios. Pero es algo así como un seguro de vida para nosotros, y cualquier nauta prudente, aunque hubiese construido un barco tan estanco y robusto como el Snark, procuraría disponer también de un buen bote salvavidas. El nuestro es de los buenos. Excelente es. Se había convenido que costaría ciento cincuenta dólares, pero cuando me tocó pagar la factura, ascendía a trescientos noventa y cinco dólares. Esto ya nos indica lo bueno que debe ser.
Podría extenderme relatando las virtudes y maravillas del Snark pero me contengo. Ya he alabado demasiado a mi barco, y lo he hecho con un propósito concreto, como se verá antes de que concluya mi historia. Y por favor, no olvide el título que encabeza este escrito: Lo inconcebible y monstruoso.
Habíamos planeado que el Snark zarparía el 1° de octubre de 1906. Que no pudiera cumplir fue algo realmente inconcebible y monstruoso. No había excusa para que no pudiera hacerse a la mar, excepto por el hecho de que aún no estaba en condiciones de hacerlo, y yo no concebía ninguna razón por la que no pudiese estar en condiciones. Nos prometieron que estaría listo el primero de noviembre, luego el quince de noviembre, luego el primero de diciembre; y nunca estaba a punto. El primero de diciembre, Charmian y yo dejamos las dulces y limpias tierras de Sonoma para trasladarnos a la sofocante urbe; pero no por mucho tiempo, ¡oh, no!, solamente por dos semanas, pues queríamos zarpar el quince de diciembre. Y estaba seguro de que así sería, pues Roscoe me lo había dicho, fue por consejo suyo que vinimos a pasar las dos últimas semanas en la ciudad. Pero pasaron las dos semanas, pasaron cuatro semanas, pasaron seis semanas, pasaron ocho semanas, y cada vez parecía estar más lejos nuestra partida. ¿Por qué? No me lo pregunten a mí. No sabría qué decir. Es la única cosa en mi vida que nunca he podido acabar de entender. No hay explicación para esto; si la hubiese la habría encontrado. Yo, que soy un artesano del lenguaje, reconozco mi incapacidad para explicar el motivo de que el Snark no estuviese listo. Como ya dije antes, y ahora debo repetir, era algo inconcebible y monstruoso.
Las ocho semanas se convirtieron en dieciséis, Roscoe se acercó y me dijo:
–Si no zarpamos antes del primero de abril, podrás emplear mi cabeza para jugar al fútbol.
Dos semanas más tarde, confesó:
–Estoy empezando a entrenar a mi cabeza para el partido.
–No desesperemos –nos decíamos Charmian y yo–; pensemos qué magnífico barco será una vez acabado.
Para darnos ánimos no parábamos de contarnos las virtudes y excelencias del Snark. Tuve que pedir más créditos y volver a mi escritorio para trabajar duramente, y rehusé tomarme algún domingo libre para ir con mis amigos al campo. Estaba construyendo un barco, aunque se hiciese eterno; y sería un barco con todas las de la ley, con mayúsculas –B–A–R–C–O–; y no importaba lo que pudiese costar, sería un BARCO.
Hay otra cosa del Snark de la que estoy muy orgulloso y de la que aún no he hablado: su proa. Ninguna ola podrá pasarle por encima. Es una proa que se ríe del mar, reta al mar, desafía al mar. Y además, una proa hermosa; sus líneas son un sueño; no creo que ningún barco haya lucido nunca una proa que a la vez sea tan bonita y tan perfecta. Está concebida para ensartar los temporales. Tocar esta proa es acariciar el extremo cósmico de todas las cosas. Mirarla es comprender que no hemos escatimado medios para conseguirla. Cada vez que se retrasaba el inicio de nuestra singladura, o que nos aparecían nuevos gastos imprevistos, lo soportábamos pensando en esa maravillosa proa.
El Snark no es un barco tan grande. Cuando calculé que un presupuesto de siete mil dólares sería suficiente, me consideré generoso y correcto. He construido casas y graneros, sé de sobras que la mayoría de los proyectos terminan costando más de lo que uno se imagina al principio. Creía dominar estos cálculos cuando estimé que para la construcción del Snark bastarían siete mil dólares. Me costó treinta mil. No, no acepto preguntas. Es la verdad. Yo firmé los cheques, yo tuve que ganar el dinero. No hay explicación posible. Estará de acuerdo conmigo, lector, en que se trata de algo inconcebible, de algo monstruoso, lo sé, y esta es la historia.
Otra de las grandes dificultades eran los retrasos. Tuve que tratar con cuarenta y siete trabajadores distintos y con ciento quince empresas. Ni uno solo de los trabajadores, ni una sola de las empresas, hicieron lo que debían hacer en el plazo convenido, sólo eran puntuales para presentarme nuevas facturas. Los trabajadores apostaban el alma a que lograrían concluir determinada fase en determinada fecha; por regla general, no solían retrasarse más de tres meses. Y así iban las cosas, y Charmian y yo nos consolábamos mutuamente explicándonos lo espléndido que era el Snark tan seguro y tan fuerte; a veces nos hubiésemos subido al chinchorro para remar alrededor del Snark y deleitarnos admirando su proa, increíble de tan hermosa.
–Imagínate –le dije a Charmian–, que estamos en pleno temporal ante las costas de China, y piensa en el Snark surcando majestuosamente las aguas, atravesando el temporal con su espléndida proa. Ni una gota caería por encima. Estaría más seca que una pluma, y nosotros jugando a la baraja en la cabina, a la espera de que el tiempo amainase.
Y Charmian, emocionada, me apretó la mano exclamando:
–Todo habrá valido la pena: el retraso, y los gastos, las preocupaciones y todo lo demás. ¡Oh, qué barco tan maravilloso!
Cada vez que contemplaba la proa del Snark o analizaba sus compartimentos estancos, lograba que me subiese la moral. Sin embargo, nadie más mantenía una moral elevada. Mis amigos habían empezado a hacer apuestas contra las diversas fechas previstas para iniciar la singladura del Snark. Mr. Wiget, que se había quedado a cargo de nuestro rancho en Sonoma, fue el primero en cobrar sus apuestas. Cobró el día de Año Nuevo de 1907. Después de esto las apuestas se volvieron más fuertes. Mis amigos revoloteaban a mi alrededor como arpías, haciendo apuestas cada vez que les daba una nueva fecha prevista. Yo me iba volviendo cada vez más temerario y tozudo. Y apostaba, y apostaba, y seguía apostando; y perdía todas mis apuestas.
–No te preocupes –solía decirme Charmian–; piensa solamente en su proa y en cómo surcará el Mar de la China.
–Como pueden ver –les decía a mis amigos mientras les pagaba sus últimas apuestas–, no escatimo ni problemas ni dinero para conseguir que