cualquier caso, la duda siempre nos sitúa ante la obligación de resolver un problema: ya sea el problema de la desconfianza a actuar, o el de encontrar las vías de solución para el empleado.
Una mujer dirigía una empresa con un socio, pero siempre tenía conflictos y problemas con él. Creía que, como cristiana, debía resolver estos problemas. Simplemente debía confiar más en él. Ahora bien, no se disiparon las dudas de si realmente iba a ser posible seguir trabajando juntos. Le aconsejé que rezase por este hombre. Cuando llevaba un par de minutos rezando por él sintió un malestar en el estómago. Al comentarlo tuvo claro que debía separarse de él. La oración, que en realidad debía mejorar la relación, le dejó claro que la esperanza en una mejora era una ilusión. El rezo le mostró que su duda era correcta, y así encontró la claridad interior para separarse de ese hombre.
Si dudas de las capacidades de un empleado, siéntate con toda tranquilidad y medita profundamente sobre dicha persona. ¿Qué le mueve? ¿Qué le oprime? ¿Por qué padece? ¿Qué desea? ¿Qué le impide desarrollar lo que hay en él? ¿Y cómo encuentro la llave para alcanzar su interior más profundo, donde se encuentran sus capacidades y fortalezas? ¿Qué le podría ayudar? ¿Qué le resultaría positivo? ¿Cómo puede encontrar esta persona su camino en la vida? A continuación bendice a ese empleado. Imagínate que la bendición sale de tus manos y fluye hacia ese empleado y lo atraviesa, de manera que él pueda entrar en contacto consigo mismo. Tu bendición no debe cambiar a tu empleado, sino atravesarlo para que entre en consonancia consigo mismo, para que sea totalmente él mismo. Tras esta bendición puedes profundizar en ti mismo. ¿Tu bendición te muestra que el empleado lo puede hacer bien? ¿O la bendición te muestra que te deberías separar de él porque le iría mejor en otro sitio, donde podría desarrollarse mejor en otra empresa o en otro puesto?
4. Dudar de uno mismo
En una relación no existe solo la duda sobre el otro, sino la duda sobre uno mismo. Dudo de que sea capaz de mantener una relación. Dudo de que sea la pareja perfecta para el otro o la otra. Y sobre todo dudo de mí, no solo en cuanto a mi relación sentimental. Dudo de si seré capaz de tener la vida que quiero, de si soy lo suficientemente inteligente para imponerme en la vida. Dudo de todo en mí. Con frecuencia tenemos un juez en nuestro interior —Sigmund Freud lo llama el superego— que continuamente nos pone en duda y nos quita valor. Eso nos causa inseguridad. Entonces no podemos decir: ¿esta voz interior es mi conciencia? ¿O se corresponde con el superego, con el juicio de los padres, que hemos interiorizado en nuestro superego?
Las personas que dudan de sí mismas no confían en que puedan hacer nada, y con frecuencia son pasivas cuando se trata de asumir la responsabilidad de su propia vida. Desperdician la vida porque quedan ancladas en la duda. La duda les impide mantener una relación. La duda les impide presentarse a un puesto laboral; consideran que no son lo suficientemente buenos para la tarea, que hay otros que son mejores. Así, dudar de mí mismo me puede alejar de la vida.
A veces consigo ver en diferentes conversaciones lo fundamental que puede llegar a ser la duda en uno mismo. Una mujer me explicaba que de pequeña siempre dudó de si era realmente hija de sus padres, o si había llegado a la familia desde fuera. Una duda tan fundamental provoca inseguridad en las personas. No estar seguro de los orígenes. Dudar de si sus padres son realmente sus padres biológicos. Con frecuencia no se consigue averiguar de dónde viene esta duda. Posiblemente sea una inseguridad fundamental sobre la propia identidad. Y esta inseguridad se manifiesta en dudas concretas sobre las capacidades propias y para seguir con la propia vida.
La duda de la niña de si es realmente hija de sus padres se presenta con frecuencia en una fase concreta de la vida. En la pubertad se duda de la propia identidad: ¿Quién soy? Se siente que la vieja identidad se desmorona. Y no podemos decir quién somos realmente. Pero la duda sobre uno mismo es al mismo tiempo un desafío para preocuparse por la propia identidad. Estas dudas sobre la identidad vuelven a aparecer con frecuencia entre los 18 y los 24 años. Hasta entonces hemos estado en casa, posiblemente en el instituto. Ahora estudiamos en un lugar extraño. No conocemos el entorno, dudamos de nosotros mismos. Hasta ahora todo ha ido bien. Ahora tenemos dudas de que vayamos a superar los estudios, sobre si hemos elegido el campo de estudio correcto. Estas dudas sobre la identidad pueden conducir con frecuencia, en esta edad, a fases depresivas. Unas dudas similares aparecen hacia la mitad de la vida. Nos preguntamos: ¿esto ha sido todo lo que he podido hacer hasta ahora? ¿Cómo voy a seguir? ¿Quién soy en realidad? ¿Solo soy el hombre de éxito, la madre feliz? ¿Cuál es mi verdadera identidad?
Otras dudas se refieren al amor de los padres. Los niños dudan del amor de los padres. Precisamente, cuando se les regaña, o cuando se les trata con rudeza, cuando los padres se burlan de ellos, en ese momento dudan sobre si los padres los quieren realmente, o si solo son una carga para sus padres. Las dudas sobre el amor de los padres conducen también a dudar del valor de uno mismo. Dudo de que valga la pena que nadie me quiera, que sea lo suficientemente valioso para que me quieran mis padres. Y a continuación estas dudas se convierten en dudas sobre si quien se acerca a mí es sincero, o si solo es amistoso porque quiere algo de mí.
La duda acerca de uno mismo puede ser insoportable. Se duda de todo. La duda acerca de uno mismo impide cualquier tipo de autoconfianza. Por las noches no se puede descansar porque se duda sistemáticamente de todo lo que se ha hecho o dicho. Todo se pone en cuestión: «No ha estado bien. ¿Qué piensan los demás de mí? ¿Cómo puedo hablar de manera tan risible, cómo me puedo comportar de manera tan rara?». La duda sobre uno mismo se convierte en una acusación y en una desvalorización de uno mismo.
Hace poco me explicaba una mujer que tiene muchas dudas sobre sí misma. Duda sobre si es una buena madre, si ha educado bien a sus hijos. En cuanto los niños pasan una fase difícil, se tortura con dudas sobre sí misma: «¿Qué he hecho mal? ¿Tengo la culpa de que los niños no se estén desarrollando como me hubiese gustado? ¿He transmitido a mis hijos las dudas sobre mí misma, de manera que ahora no pueden desarrollar una confianza en sí mismos?». También tenía constantemente dudas sobre sí misma en la empresa en la que trabajaba: «¿Hago bien mi trabajo? ¿Mi jefe está contento conmigo? ¿No lo habría podido hacer mejor?». Estas dudas sobre sí misma le consumen gran cantidad de energía, de manera que no puede hacer el trabajo con tranquilidad. Le acompaña constantemente esta crítica interior que duda de todo lo que es, de todo lo que hace, pero también de todo lo que piensa. Se pregunta siempre: «¿Rijo bien? ¿Mis pensamientos son cómicos o quizás enfermizos?». Le resulta difícil encontrarse con otras personas. Duda sobre si los otros la quieren, o si se va a comportar correctamente con ellos. Estas dudas sobre sí misma le provocan una profunda inseguridad. Padece por ello, pero no puede superar las dudas sobre sí misma.
Cuando se pregunta acerca de la causa última de las dudas sobre uno mismo, con frecuencia se tropieza con las dudas de los padres sobre sus hijos. A menudo, los padres critican continuamente a los niños: «Eres lento. No lo puedes hacer. Eres un fracasado. Otros de tu misma edad hace tiempo que lo saben hacer. Siempre lo haces mal». Estas frases de los padres son una muestra de sus dudas sobre sus hijos. Aunque haga tiempo que murieron los padres, estas palabras siguen presentes en el interior; se han convertido en las palabras del superego. A pesar de que como adultos sabemos que en estas dudas sobre nosotros mismos se manifiestan, en última instancia, las dudas de nuestros padres, nos resulta muy difícil deshacernos de ellas. Este discernimiento por sí solo no disuelve este tipo de dudas. Es necesario una práctica muy larga para disolver este patrón tan antiguo y confiar cada vez más en nosotros mismos.
Toma asiento en soledad y escucha en tu interior. Deja surgir todas las dudas que aparecen de manera espontánea. Analiza cada duda y después responde a cada duda que surge en ti: «Soy yo mismo». Dedica 20 minutos a estar sentado y meditar solo sobre la frase «Soy yo mismo». Se trata de las palabras que Jesús pronunció tras su resurrección ante los apóstoles cuando dudaron de que fuera realmente el Jesús al que habían conocido y que había muerto en la cruz. La frase griega ego eimi autos tiene un significado especial en la filosofía estoica. «Autos» hace referencia al santuario interior en el que encontramos al yo original y genuino. Así, ante cualquier pensamiento y duda que surja en ti, pronuncia siempre estas palabras: soy yo mismo. Entonces, las dudas se empezarán a relativizar. No tiene