Jiménez.
–¡Pero no es lata! –chillé–. Es alegre, musical, con caballos de oro, águilas blancas, cocodrilos luminosos.
Parece festival Otis1 –me interrumpió Ramírez–. Yo pensaba que los animales no tenían alma.
–Claro que no –dijo otro.
–Di si vale la pena ir al cielo –Jiménez otra vez.
–¿Conociste a Dios?
Por suerte entró la mamá del Soto trayéndonos helados, un poco derretidos, pero algo les quedaba en el palito.
–El heladero me los dio más baratos porque... estaban así –explicó entregando el bolo de aguas, papeles y palos–. Los bebimos ahí mismo.
–¡Ay! –clamó ella de repente como si la hubiera picado una abeja–. Me olvidaba de que vino la Domi a buscar a Papelucho...
–¿Para qué? No es hora de comida –alegué.
–Ahora que me acuerdo, dijo que un señor te esperaba.
La mamá del Soto es volada y golosa, y se chupaba los palitos que dejamos nosotros.
Un señor esperándome... ¿cuál sería mi delincuencia? Como rodado de piedras me caían las culpas... Porque uno cree que si van a su casa a buscarlo, será por algo malo que hizo. Pero ¿qué? Uno hace tantas cosas que salen cataclípticas...
–¡Vuelvo altiro! –dije soltando mi embrague que me tenía frenado y partí pateando mis culpas.
Lo fatal fue ver a la Domi sentada en el sofá del living cachiporreándose con un señor de terno.
–¡Ahí lo tiene! –dijo apuntándome con su pera. Se tapó las rodillas y de un brinco se levantó del sofá. El gallo también se levantó y me dio la mano. Yo le miraba los bolsillos por si traía grillos o pistola.
–No me ha querido largar para qué te busca –dijo la Domi coqueteando entera–. Pero estaré al aguaite por si quiere molestar...
Me sentí colorado: la Domi pensaba igual que yo y me enronché de culpas.
–Tuve que venir personalmente porque no contestaban tu teléfono –dijo el gallo sentándose.
–Fuera de servicio –expliqué, sacando pecho y valor.
–Quiero hacerte unas preguntas –sacó una libretita y lápiz–. Veamos... cuéntame algo de ti.
Aceleré mis sesos y, poniendo primera, pensé: “El único modo de que no me haga preguntas es preguntarle yo a él”.
–Yo le diré –empecé– que antes de contarle de mí, me gustaría saber lo que es usted. ¿Es averiguador universal?
Soltó una risa dentosa con brillos de oro por dentro.
–Encuestador o investigador, si quieres –contestó.
–O sea que le gusta preguntar. ¿Le paga alguna crema de pelo, un canal de televisión o la policía?
–A ti no te importa quién me pague –se enrabió–. Y vas a arrepentirte de tu impertinencia.
–Acuérdese de que los niños son niños, Rolando –apareció la Domi con una Coca Cola, muy sonriente.
El tal Rolando volvió a mostrar sus dientes enchapados y recibió el vaso que usamos de florero para el mes de María.
–No lo quise ofender –dije–, pero si uno trabaja, alguien le paga. ¿O es puro aficionado?
El Rolando se atoró y le salió gas por la nariz.
–Domitila tiene razón –dijo limpiando los salpicados–. Es mi primera experiencia con niños y también la última.
–¿Está enfermo? –pregunté apurado.
–¡No! Pero encuestaré adultos en adelante.
Yo me quedé perpetuo.
–Quise hacer un ensayo, pero en realidad mi misión era avisarte que saliste sorteado en el concurso, con una bicicleta –y me alargó un papelito amarillo.
Me habría creído muerto otra vez si no estuviera enganchado en “valiente”.
–¡Gracias! –dije mientras me sujetaba de correr y salir gritando–: ¡Me gané la bicicleta de oro!
1 El Festival OTI (Organización de la Televisión Iberoamericana) de la Canción se inició en España en 1972 y reunió a los principales cantantes de la canción popular iberoamericana a lo largo de sus siguientes versiones.
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