Jennifer Drew

Más dulce que la miel


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temprano. Esperaba que le hicieran un encargo importante, algo que lo llevara a ganar el premio Pulitzer.

      Excepto un par de periodistas que estaban de vacaciones, el resto de los empleados asistiría a la reunión semanal en la que se asignaban los trabajos y el espacio que los artículos ocuparían en el periódico.

      A pesar de llevar varios años trabajando como periodista a Jeff le seguía gustando el ambiente de la sala de redacción. Al fin y al cabo, llevaba sangre de periodista en las venas. Len Wilcox, su padre, era un periodista retirado que había trabajado durante más de cuarenta años en el periódico Defender, de Minesota.

      —Eh, Jeff, ¿quieres celebrar tu cumpleaños esta noche en ese bar de la espuma que han abierto? —le gritó Brett Davies desde su mesa—. Podemos ir a ver cómo las mujeres se ponen espuma por el cuerpo.

      —Tendré que dejarlo para otro momento.

      —Ya, claro. Eres todo un juerguista, Wilcox.

      ¡Qué diablos! A lo mejor debía de salir de juerga con Brett. ¿Cuándo había salido de fiesta la última vez? Su padre siempre conseguía más espacio que los demás en la primera página del periódico y aún le quedaba tiempo de tomarse unas cervezas después del trabajo. Claro, que su madre se cansó enseguida y lo echó de casa. Ella vivía en Santa Fe, cerca de su hija, Ginger, y su familia. Jeff se había quedado al cuidado de su padre.

      —Oh, oh —dijo en voz alta al ver que había alguien en su mesa.

      Patty, del departamento de publicidad estaba mirando la pantalla de su ordenador. La melena oscura le caía sobre la espalda de forma que cubría el top que llevaba y parecía que fuera desnuda. Jeff estaba seguro de que seguía enfadada porque él le había dicho que la llamaría para tomar una copa y no lo había hecho.

      Quizá debería llamarla. Después de todo, tenía un cuerpo estupendo.

      ¿En qué estaba pensando? Eso sería darle falsas esperanzas.

      Entró en el despacho de la periodista culinaria y dijo:

      —Buenos días, Auntie.

      Liz Faraday levantó la vista de la pantalla del ordenador y lo miró.

      —Feliz cumpleaños, Jeffy, toma un cruasán.

      —Gracias, pero no me apetece. He desayunado cereales y una tostada con mi padre.

      —¿Qué tal está el viejo malhumorado?

      Liz había cocinado para Len en un par de ocasiones, al principio de que él se mudara allí. Lo único que tenían en común era que ambos estaban divorciados.

      —No lo veo mucho.

      —Supongo que sigue yendo al Fat Ollie’s a contar batallitas de guerra con el resto de los periodistas retirados.

      Jeff se encogió de hombros. Durante los días pasados, varios de los periodistas que acudían al Fat Ollie’s habían llamado a su casa preguntando por su padre. Era extraño, pero cada vez que Jeff le preguntaba algo a su padre, este le respondía con evasivas.

      —¿Has pasado por tu mesa? —preguntó Liz.

      —Aún no.

      —He hecho una tarta para que te la lleves a casa. No dejes que se la coman los buitres.

      —¿Me has hecho una tarta? Muchas gracias.

      Llamaron por teléfono y Liz dejó que sonara varias veces.

      —Hay que dejar que piensen que estás ocupada —le dijo a Jeff antes de descolgar. Escuchó durante unos segundos y después dijo—. Enseguida te lo mando.

      —Su majestad quiere verte —le dijo a Jeff cuando colgó—. Ahora.

      Decker Horning siempre tenía prisa. Jeff sentía curiosidad por ver qué quería, pero primero tenía una deuda importante que saldar.

      —Antes de irme, quería decirte que arrinconé a Rossano en Taste of Phoenix —le dijo a Liz.

      —No te vi. Me gusta hacerles sudar un rato antes de aparecer. ¿Qué tal te fue?

      —Como esperaba, pero en lugar de arrinconarlo a él, metí a una repostera en un lío.

      —Chico malo.

      —La utilicé para esconderme hasta que llegara él. Resultó que él es un cliente habitual del restaurante Dominick’s, donde trabajaba ella. La han despedido por mi culpa.

      —¿Ese idiota de Dominick la ha despedido? ¿Te puedes creer que intentó sobornarme con champán de segunda? ¡Cretino!

      —El mismo. ¿Hay alguna posibilidad de que la ayudes a encontrar otro trabajo?

      —¿Es la que hizo esos pastelitos de queso que había en la mesa del Dominick’s?

      —Sí.

      —Estaban muy bien hechos. ¿Cómo se llama?

      —Sara Madison. ¿Puedes ayudarla?

      —Pensaré sobre ello.

      —Gracias, Liz. Estoy en deuda contigo.

      —Todo el mundo lo está. Eso me gusta.

      Jeff se marchó, pero en lugar de dirigirse al despacho del redactor, pasó por su mesa para recoger la tarta que Auntie le había preparado. Decidió llevarle un pedazo a Deck para compensar la espera. Su jefe esperaba que los periodistas aparecieran frente a él en el momento en que los llamaba. Por suerte, era una persona golosa y un pedazo de tarta haría que se calmara.

      ¿Y por qué quería verlo antes de la reunión? Si quería ofrecerle un encargo, debía de ser algo importante.

      Patty también le había dejado un regalo sobre el escritorio. Había colocado el patito de goma más feo que Jeff había visto nunca sobre la tarta de chocolate que le había preparado Auntie. Había una nota junto al patito: ¿De qué tienes miedo, Jeff?

      —De las psicópatas como tú —murmuró él, y se dirigió al despacho del redactor.

      Decker Horning era una persona arisca que mandaba sobre todos los periodistas de la sala.

      —Has tardado mucho en venir —lo recibió con cordialidad para ser él.

      Jeff se encogió de hombros. Sabía que todo lo que dijera podía volverse en su contra.

      —¿Qué sabes de Search for Life Out There? —le preguntó.

      —Es el proyecto de Randolph Hill. Son un gupo de astrónomos que dicen escuchar señales provenientes del espacio. Tienen una antena parabólica en West Virginia.

      —Hill no es un chiflado —dijo el redactor—. Y el dinero que no consigue del gobierno, lo consigue a través de donativos privados.

      —¿No me digas que ha encontrado extraterrestres verdes ahí fuera?

      —Me he reunido con Hill varias veces. Es un buen científico, sensato y con los pies en la tierra. Estará en Sedona, en el centro Las Mariposa, cuando se celebre un seminario que durará dos semanas. Ahí es dónde tú entras en juego.

      —Parece más un trabajo para un periodista científico.

      —Hill quiere poner en evidencia a los chiflados y charlatanes que dicen que los extraterrestres van a comprar al supermercado con Elvis. Está interesado en la posibilidad de que haya vida en otros planetas, y no en la porquería que la gente ve en las películas de ciencia ficción —Jeff emitió un gruñido. Eso parecía una noticia de tabloide. Él era un periodista de investigación, y no uno cualquiera—. Sé lo que estás pensando —dijo Deck—. Escucha, mientras Hill hace esto, el guru de Arizona también estará en Las Mariposas.

      —¿Barrett Borden Bent?

      El redactor asintió y Jeff comprendió por qué lo había llamado a él. Barrett Borden Bent era el fundador de First Contact Society, un completo chiflado o un astuto timador. Decía que era