Antonio Galindo Galindo

Las mentiras del sexo


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muy poco– en los colegios no había un asignatura que se llamara sexualidad? Hemos estudiado matemáticas, lengua, sociedad, ciencias, algo de educación física y nada de relaciones entre personas, maneras de ser feliz, desarrollo personal o sexual. Tampoco en las familias se han abordado estos temas con naturalidad y espontaneidad. ¿Le has preguntado alguna vez a tu madre o a tu hijo qué le gusta en la cama, si disfruta con la felación o si ha probado la penetración anal?

      Entiendo que menos aún habrás preguntado a ningún padre de un amigo con cuántas mujeres ha tenido relaciones sexuales o si, siendo aparentemente una persona heterosexual, ha probado el sexo con hombres. ¿Te imaginas la cara que pondrían? En cambio, nos parece lo más normal del mundo preguntarle cuántos coches ha tenido o tiene, o si ha probado correr a doscientos kilómetros por hora.

      En los libros de texto que estudian los niños en las escuelas, al tratar la vida de los animales se suele decir que los seres vivos nacen, se reproducen y mueren. Se habla de reproducción, sí, pero de manera no sexualizada: en las páginas de estos libros hemos podido ver fotos de animales naciendo, pero raramente de animales copulando; el sexo, al igual que la muerte, no se suele tratar con claridad. De ahí que quizás el sexo y la muerte en los animales represente cierto tabú, sencillamente porque primero lo es en los humanos. ¿Cómo es posible que partes fundamentales de la vida –el sexo y la muerte– no se enseñen a los niños en las escuelas?

      No tenemos ningún inconveniente al hablar del tiempo, de la guerra de Irak o de lo que nos gusta comer. De unas cosas se habla con naturalidad, de otras no. Fíjate entonces: el sexo es un tema que no es público, que se relega a la intimidad (y a veces ni siquiera eso), es un tabú, un ámbito en el que las personas no se suelen sentir libres de decir, comentar o compartir lo que sienten y desean. Y en cambio es algo que nos pertenece, que llevamos puesto. Puedo ser el hombre más pobre de la tierra por la razón de que no tengo dinero, pero el sexo lo llevo encima, es mío, me pertenece. Nadie me lo puede arrebatar. Se pueden robar el dinero o las posesiones externas. Pero nadie me puede robar el sexo. El sexo es mío, va conmigo; pero en cambio su uso y disfrute –y menos aún el hablar con libertad de ello– son aún algo extraño e incluso obsceno.6 Tener dinero es algo externo, pero la sexualidad está con nosotros, no tenemos que comprar nada para tener pene o vagina,7 aunque seamos pobres tenemos genitales. ¿Por qué entonces, de algo que nos pertenece y que es nuestro, hacemos un tema aparte, un tema que no abordamos, pero del que no podemos desprendernos?

      Podemos hablar impunemente de las guerras –que para mí serían cosas más obscenas que el sexo–, de los muertos de hambre en el mundo, de las catástrofes, pero entrar en temas sexuales con la misma naturalidad y frescura con la que tratamos estos temas puede considerarse incómodo. Hemos asociado lo sexual a lo obsceno, como si lo que tiene que ver con nuestros genitales, con el deseo sexual de otras personas, con el uso del placer físico, fuese algo indigno, malo o perverso; cuando no hay nada perverso en ninguna de nuestras manifestaciones como seres humanos.

      Hagamos un experimento: lee las frases que aparecen a continuación de la siguiente manera: primero una frase de la columna izquierda y luego su correlativa de la derecha. ¿Cómo te hacen sentir? ¿Tienes reacciones diferentes ante ellas?

Me gusta tocarme un dedo Me gusta tocarme los genitales
Me gusta el helado de fresa Me gustan las tetas grandes
Disfruto paseando Disfruto chupando el pene de mi chico

      En todas las frases estamos hablando de cosas que hacemos o de gustos, pero parece que abordar los gustos que no hacen referencia a lo sexual y hacer referencia a ciertas partes del cuerpo o al sexo conllevan dos percepciones diferentes. Y son diferentes en cuanto a nuestras reacciones y cómo nos hacen sentir el decir o escuchar este tipo de declaraciones ¿Por qué no hablamos con el mismo tono emocional de ambas cosas? Tanto en unos casos como en otros estamos sencillamente describiendo lo que hay, lo que sentimos o lo que nos gusta, ¿dónde está entonces la diferencia? En nuestros juicios o en nuestras dificultades o no para hablar con la misma claridad de un tema u otro. Parece que hablar de los gustos sexuales –y más aún en un espacio público– es incómodo, raro, extraño, malsonante o incluso provocador según quién tengamos delante.

      ¿Por qué hablar de tocarse un dedo no genera ninguna reacción, pero hablar de tocarse los genitales sí puede provocarla? ¿Qué me dices de la diferencia entre «Me gusta el helado de fresa» y «Disfruto chupando el pene de mi chico»? ¿Dices ambas cosas con la misma libertad, o más bien, en lo que respecta a la segunda, eliges dónde y cómo decir algo así, o incluso ni te permites reconocerlo? O puede que expresar que te encanta masturbarte por la mañana te cause rubor y te avergüence reconocerlo ante ti mismo o los demás.

      ¿Por qué una rodilla no es un tema de conversación y los senos, la vagina o el pene sí lo son? ¿Qué tienen los genitales que no tiene la rodilla? ¿Hay algo malo en el pene, que lo haga más indigno que un brazo, cuando ambos son parte del cuerpo? ¿Lo explica el hecho de que la rodilla está más abajo que los genitales? No, porque los pies aún están más abajo y no son un tema de preocupación como lo puede ser el culo. ¿Es cuestión de estar más arriba o más abajo?

      Claro que no. Las razones por las que el sexo es un tema diferente al de la rodilla son diversas, además de apasionantes, y tienen que ver con nuestra historia, nuestra educación, la cultura y la moral en la que vivimos, además de con las creencias que tenemos sobre cada cosa. Y también es importante el propio concepto de lo que creemos que es la familia, el uso del sexo fuera o dentro de ella y lo que consideramos prohibido o permitido.

Cuando no queremos hablar de sexo, el sexo se convierte en un tema inquietante –Papá, ¿te gusta mamá? –Claro hijo, la quiero mucho. –Me refiero a si te atrae sexualmente. –¡Qué cosas dices, claro!, ¿cómo no me va a gustar…? –¿Y disfrutas con ella en la cama? –Bueno…, ¿a qué viene este interrogatorio? –Me preguntaba si deseabas a mamá, eso es todo. –Pues es mi esposa, ¿cómo no la voy a desear? –Vale, perdona… Cuando hablamos de sexo con naturalidad, el sexo se convierte en un tema más de conversación –Papá, ¿te gusta mamá? –Sí, es un tipo de mujer que me gusta. –¿Te atrae sexualmente? –Antes más que ahora. –¿Y disfrutas con ella en la cama? –Ha habido períodos que no, pero ahora me lo paso bien. –¿La deseas? –Sí, aunque me he dado cuenta de que también deseo a otras personas. –Bien, a mí me pasa lo mismo…

      ¿TIENE EDAD LA SEXUALIDAD?

      Observemos las siguientes situaciones:

       Situación 1

      Una madre vino asustada a mi consulta diciendo que su hijo de dos años había tenido una erección, que si era normal, que estaba muy preocupada porque no sabía si eso era signo de perversión sexual.

       Análisis de la situación

      Lo que no sabía la madre es que lo que no era normal era su visión de las cosas, que veía anormalidad en su hijo cuando la propia vivencia de la sexualidad es un proceso natural, evolutivo y símbolo de desarrollo. Posiblemente dado que ella no tenía una vivencia natural de su sexualidad pensó que la excitación de su hijo era algo enfermizo. Pero el problema no estaba en la erección de su hijo, sino en la mente ignorante de la madre.

       Situación 2

      Una profesora de 65 años conoce en un congreso a otro profesor de 35 años con el que comparte un equipo de trabajo en un debate. Tras tres días de intercambio