María Luisa Puga

Diario del dolor


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la orilla de la cama”. “Tu lugar, Dolor, lo ha tomado la computadora”. Puga sobrevive y pervive como si presintiera que las nuevas lectoras la entenderán de manera distinta a como ella hubiera querido entenderse: aceptando que ella es dolor.

      En la camioneta el hombre y yo somos parejos. Hablamos como si nada estuviera pasando. Somos lo que hemos sido siempre: pareja, amigos, cada uno.Me siento muy bien en la camioneta, solo que a veces lo miro de reojo y sé que le sucedió algo: una embolia que le paralizó todo el lado derecho, osea yo.

      Esta no-humanidad, o cyborgrización, se completa cuando el dolor se vuelve colectivo. Su dolor la trasciende y afecta a otros, los obliga a colectivizar los cuidados, a percibir la vida tal y como es: sin Descartes de por medio, con Nietzsche llorando, con el caballo rumiando. Con los trastes limpios, la cama tendida, el bastón al lado, el cuerpo muriendo, como todos los cuerpos. Somos presente. Nadie está exento de dolor, todas dolemos y adolecemos. El dolor es igual que un gato, dice María Luisa Puga.

      Lo fundamental de este libro reside en el acierto que tuvo la autora de querer compartirnos lo que ella vivió, autorreferenciarse, no hacerse un juicio sobre sí misma, sino presentarse tal cual lo sentía para que nosotras, sus nuevas lectoras, con todos los conocimientos adquiridos a lo largo de estos años en los que hemos compartido saberes con otras mujeres, pudiéramos darle el lugar que merece a este texto.

      No es solo un diario sobre cuerpo y escritura, sino un testimonio de un curso de vida que probablemente pudo ser distinto si la salud pública no diera por hecho que puede decidir el destino de los enfermos, o si dejara de deshumanizar a las personas con dolencias y en vez de recetar la supresión del dolor, escuchara y tuviera la voluntad de entender el proceso vital por el que todas pasaremos. Que los pacientes no ejercieran la paciencia para ser atendidos, sino para cruzar el umbral del dolor con mayor dignidad. O que la colectivización de los cuidados no estuviera cruzada por la capacidad de quién puede pagarlos y quién no. Que fuera un bien común. “A ese doctor no lo he vuelto a ver, pero ya sabes, en Nutrición no tienes doctores, tienes expediente. Solo así existes. Tú, por ejemplo, no eres más que anécdota. Así es esto de la enfermedad.”

      Que este Diario se reedite justo ahora, en tiempos en que los Estados han entrado en crisis justo por el mal manejo de una pandemia global, es la prueba de que María Luisa Puga escribió para nosotras y para nuestro tiempo. Abrazamos al dolor, porque no pensamos y existimos. Sentimos porque existimos. Somos dolor y por eso trascendemos.

      brenda navarro

      diario del dolor

      Para el doctor

      J. Gabriel Herrejón Cervantes

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