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E-Pack Placer marzo 2021


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que acatara las órdenes de su esposa, a la que conocía desde hacía un día, sería visto como débil, y no podía permitir eso.

      —Al fin y al cabo es un hombre, milady — dijo sin responder a su pregunta, aunque sin negarla. Ella se puso roja y Brice pensó que iba a explotar, pero en vez de eso entornó los ojos un instante y lo miró. Sin darle opción a hacer más preguntas, le hizo gestos para que siguiera a sus hombres.

      El padre Henry se movió como para ponerse entre Gillian y él. Brice había visto al anciano hacer lo mismo en Taerford, mediando entre el señor y su dama en varias ocasiones. Pero en aquel momento no podía tener un buen resultado para sus planes.

      —No tenéis razón para preocuparos por la seguridad de la dama, padre —dijo—. Es mi esposa —la mujer en cuestión se volvió hacia él.

      —¿Entonces defenderéis mis derechos contra el intento de mi hermano por quitármelos?

      Brice contuvo la necesidad de reírse. No importaba que admirase casi todo lo que descubría de ella, pues no podía mostrar aprobación.

      —Queréis decir mis derechos, lady Gillian, ¿verdad? —estiró el brazo y le tomó la mano—. Ahora que puedo controlar todo lo que habéis aportado a este matrimonio.

      Brice pensó que su esposa se quedaría allí clavada, pero capituló y caminó junto a él. Al menos estaría a su lado y podría protegerla de cualquier cosa que ocurriera. Pensó en todas las cosas que había sucedido aquel día.

      Al regresar a la tienda y descubrir que se había ido, había estado a punto de gritar su nombre. Había tenido que ausentarse un momento por una reunión antes del amanecer, pero esperaba regresar antes de que ella se despertara. En vez de eso, se encontró con una cama vacía y una mujer desaparecida. Lo primero que pensó fue que había vuelto a escapar. Luego examinó esa probabilidad con su parte racional.

      Al recordar que le había dicho al sacerdote que lo ayudaría durante el día, Brice supo dónde había ido y su irritación por haberlo preocupado aunque sólo fuera un momento se había notado en su saludo. Ahora quería tranquilizarla, pero no se atrevía. Gillian era una mujer inteligente y lo comprendería cuando tuviera ocasión de explicárselo.

      Sin duda lo haría.

      Ya casi habían llegado al campo abierto donde se encontraban sus hombres cuando ella se soltó y comenzó a andar sola.

      Tal vez no lo comprendiera.

      Como le había dicho la noche anterior, había muchas cosas que resolver entre ellos cuando acabara el día. No era el momento.

      Atravesaron las filas de tiendas y pronto se aproximaron a las filas de hombres que esperaban a luchar. Gillian pareció perder el paso firme y volvió a sorprenderlo al darle la mano.

      —¿No hay otro camino? —preguntó.

      —Tu hermano dijo que te entregaría la fortaleza cuando supiera que estás a salvo y que esto ha sido idea tuya.

      Gillian se detuvo tan en seco que él dio tres pasos antes de darse cuenta. Se dio la vuelta y la vio allí de pie, con expresión incrédula.

      —Gillian, no hay tiempo para esto. La vida de mis hombres está en juego.

      —Es un mentiroso —se cruzó de brazos y volvió a desafiarlo. Es un maldito mentiroso degenerado y no merece tu confianza.

      Sospechando lo que sospechaba y sabiendo tan poco, Brice no podía revelar lo que había descubierto sobre su hermano y sus planes.

      —¿Y en ti sí se puede confiar? Dime por qué. ¿Fue cuando te escondiste? ¿O cuando mentiste sobre tu identidad? O tal vez debería confiar en ti porque me dejaste inconsciente antes de huir. ¿En cuál de esos momentos entre nosotros debería basarme para hacer ese juicio sobre ti?

      Ella se sonrojó y apartó la mirada.

      —Vamos —añadió él—. Te espera tu hermano.

      Gillian no dijo nada más mientras la conducía hacia el campo abierto que los separaba de su hogar y de los soldados de su hermano. Su hermano y dos de sus hombres estaban sentados a lomos de sus caballos, observándolos en silencio. La bandera de tregua junto a él era la única razón por la que Brice no lo había hecho ya pedazos.

      Sus hombres esperaban una trampa de algún tipo y estaban visiblemente alerta. Lucais, Stephen y los demás al cargo de los diversos batallones observaban con cuidado, atentos a cualquier señal o algo fuera de lo normal. Todo estaba planeado para que, al finalizar el día, él fuese lord de Thaxted en todos los sentidos.

      —Oh, querida Gillian —dijo Oremund—. ¡Estás a salvo! —se bajó del caballo y le abrió los brazos—. Ven y deja que te salude como un hermano debería saludar a su querida hermana.

      Brice observó que la sonrisa de Oremund no parecía sincera y que Gillian no se apartaba de su lado.

      —La dama se queda aquí hasta que zanjemos el asunto, Oremund.

      El único rasgo en común que pudo ver entre los hermanos era el color del pelo, así que Gillian debía de parecerse a su madre más que al padre que tenían en común.

      —Os he dado mi palabra, lord Brice. ¿No confiáis en mí?

      Frunció el ceño y esperó su respuesta. Brice sentía la tensión de Gillian. La miró para intentar adivinar lo que estaba pensando. Ella no dijo nada y se quedó mirando a su hermano.

      —Tu difunto rey también le dio su palabra a mi rey, Oremund.

      No era una negación ni un insulto directo, pero lo suficiente para asegurarse de no ser tomado por tonto. El hijo de Eoforwic asintió comprensivo.

      —Hermana, lord Ruedan desea saber si has entrado en este matrimonio por voluntad propia o si has sido obligada —dijo Oremund.

      Brice agarró la empuñadura de su espada. A juzgar por la expresión recelosa de Oremund, sabía que estaba a punto de obtener una respuesta al insulto, pero le había jurado a Oremund que no interferiría con las respuestas de Gillian.

      —Yo… —comenzó ella, pero Oremund la ignoró.

      —Pasara lo que pasara, sea cual sea la pésima decisión que te hayas sentido obligada a tomar, lord Brice me ha dado su palabra de libertarte de ella.

      Brice advirtió su sorpresa y asintió, aunque no tenía intención alguna de dejarla ir. Que pensaran lo que quisieran; ella era suya. Pero darle aquella opción a renegar de sus promesas era como abrir una ventana a sus pensamientos, y eso le sería útil en los días venideros. Ella se quedó mirándolo mientras su hermano continuaba, pero Brice no sacó ninguna impresión de sus ojos, vacíos de toda emoción.

      —¿Y bien, Gillian, quieres librarte de tu situación? —preguntó Oremund.

      Sus hombres se movieron inquietos tras ellos. Pocos comprenderían las razones de sus actos, pero ninguno lo cuestionaría. Al menos en aquel momento; aunque, a juzgar por la mirada de varios de sus capitanes, habría preguntas más tarde.

      —No.

      Su respuesta fue sorprendente y simple, y no la que su hermano esperaba, aunque nunca la había comprendido. Gillian no estaba segura de que lord Brice la comprendiera tampoco, pero él no había hecho nada aún que la hiciera sentir tan aterrorizada como con su hermano. Y aunque le hubiera gustado ser libre del control de los hombres, sabía que las cosas en el mundo no funcionaban así y nunca sucedería. Dado que había visto su honor, y aunque provocaba lo peor en él, Gillian decidió compartir realmente su destino con él.

      —Piensa cuidadosamente en tus palabras, hermana —le advirtió Oremund—. El destino de tu gente, de tu familia, está en juego aquí.

      Otra amenaza disfrazada de preocupación. Muchas de sus gentes habían sido saqueadas por Oremund, o vendidas mientras el ejército de Guillermo el Conquistador y los estragos de un invierno duro se abrían paso por el país. El pueblo