Arwen Grey

Mi honorable caballero - Mi digno príncipe


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No le había hecho daño, pero necesitaba hacer algo con las manos, algo que ocultara su temblor.

      —Eso es absurdo —murmuró furiosa, incapaz de mirarle—, él se retiró mucho antes de que sucediera lo de mi prima. Si hay alguien de quien jamás podría sospechar, es de Joseph.

      —Cassandra… —comenzó él—, no debéis fiaros de nadie.

      Ella alzó una mano y la plantó ante su rostro.

      —No, no quiero hablaros, no quiero veros. Si no debo fiarme de nadie, tampoco voy a fiarme de vos y de vuestro odio insensato por un hombre que no ha hecho nada malo. Dejadme sola, por favor.

      Benedikt apretó los dientes, sin saber cómo defender su postura. Era cierto que tenía motivos para culparle de parcialidad, ya que no comprendía nada de lo que había ocurrido en Rultinia antes y durante la guerra. En cuanto al ataque de Iris, tendría que investigar si era cierto que todos los hombres de Joseph se habían retirado temprano, tal y como ella aseguraba.

      —Lamento que penséis que pueda juzgar a un hombre por falsas premisas. Os juro por mi honor que todo lo que sé de Joseph está basado en pruebas, pero quién soy yo para intentar convenceros de nada —añadió con una risa irónica.

      Cassandra no lo vio, pero escuchó el entrechocar de sus tacones antes de que él abandonara la casa, quizás rumbo a los establos.

      —Los hombres y su honor… —masculló ella entre dientes, prefiriendo centrarse en su enfado hacia sir Benedikt que en la desconfianza que comenzaba a sentir en el interior del pecho. Porque, como él decía, empezaba a pensar que ya no podía fiarse de nadie.

      Cassandra subió las escaleras hasta el piso superior para reunirse con su prima. Le había prometido reunirse con ella antes de la comida y acompañarla en todo momento, y por ahora le estaba fallando estrepitosamente. Estaba tan alterada por su encuentro con Joseph y su posterior discusión con sir Benedikt que no se dio cuenta de que Iris no estaba sola hasta que fue demasiado tarde.

      —¡Oh, Dios santo! Lo… lo siento mucho —exclamó, volviéndose de espaldas al ver que estaba interrumpiendo una escena íntima entre la joven y el conde Charles, que la besaba de una manera nada fraternal.

      Cogidos in fraganti, los dos se separaron como tocados por un rayo, aunque fueron incapaces de romper del todo el contacto entre sí, y permanecieron con las manos unidas.

      —Cassandra, por favor. No vayas a pensar nada malo. Charles… el conde y yo…

      Cassandra, sin volverse, alzó una mano y la agitó como para quitarle importancia a sus palabras.

      —Siempre que tú hayas aceptado libremente sus atenciones, lo que hagas no es asunto mío, pero recuerda que estás en un lugar de paso público y que tu padre podría veros.

      Iris soltó a Charles y se acercó a su prima, que parecía incapaz de mirarlos.

      —Querida prima, no entiendo tu vergüenza. Creía que tú eras más mundana que yo en estos asuntos, y más todavía después de lo que vi anoche, a la luz del fuego. ¿Qué diría padre si supiera que estuviste con un hombre en camisa en mi dormitorio? —le susurró al oído con una sonrisa casi demasiado inocente.

      Cassandra abrió los ojos de par en par y se volvió hacia ella, las mejillas encendidas en rubor. ¿Era posible que Iris hubiera presenciado el momento en que sir Benedikt y ella habían estado a punto de…?

      —¿Cómo es posible que vieras algo si estabas dormida? —Se calló al ver la sonrisa burlona de su prima. Con sus palabras estaba admitiendo más de lo que había ocurrido en realidad—. En todo caso, no ocurrió nada. Y ahora, explícame qué haces aquí abrazada a este conde —añadió señalando a Charles, que trataba de ocultar una sonrisa tras la mano. Era evidente por su sonrojo, y por el modo en que evitaba mirarlos de frente, que Cassandra era una mujer mucho más pudorosa de lo que daban a entender sus palabras abiertas y sus ligeras peleas con Benedikt.

      Iris admitió el cambio de tema y volvió junto a Charles, que la envolvió con un brazo.

      —Felicitadnos, prima —dijo él con una sonrisa resplandeciente y bajando la cabeza en una reverencia a medio camino entre la burla y la formalidad.

      Cassandra tardó unos segundos en comprender lo que él quería decir. Paseó su mirada incrédula de uno a otro, sin saber muy bien cuál de los dos parecía más feliz. ¿Era posible que, pese a todo, él le hubiera pedido a Iris que fuera su esposa?

      Iris le tendió una mano y tomó la suya, apretándosela con fuerza, incapaz de reprimir durante más tiempo su felicidad.

      Cassandra olvidó durante unos instantes el temor ante la negra amenaza del atacante, del posible deshonor de su prima, su irritación hacia sir Benedikt y todo lo demás. Había cosas que todavía podían marchar bien, después de todo, pensó mientras abrazaba a Iris y se dejaba besar por un tímido conde Charles.

      Trece

      La hora de la comida fue tensa, aunque lord Leonard Ravenstook no pareció notar la ausencia de sus invitados predilectos a causa de la alegría por el regreso de su hija y de las grandes nuevas que le había dado.

      A veces dejaba de comer y la miraba, entre la felicidad y las lágrimas, y tenía que obligarse a volver a atender las conversaciones de los demás. Atrás habían quedado las preocupaciones sobre enfermedades y epidemias, así como su intención de avisar al doctor Ambrose.

      Tampoco le preocupó que el príncipe Peter siguiera sin hacer acto de presencia, ya que Cassandra justificó la ausencia de sir Benedikt diciéndole que había ido a buscarle. No sabía si era cierto, pero no le parecía descabellado.

      Mientras la joven era testigo de la felicidad de su prima y su prometido, así como del aspecto relajado y rejuvenecido de su tío, ansiaba que esa tranquilidad perdurara durante mucho tiempo, porque, a pesar de que Iris parecía tranquila y feliz, la conocía lo suficiente como para saber que no estaba tan relajada como parecía. A veces sorprendía en sus ojos una mirada lejana o un temblor en sus manos que le decían a las claras que siempre tenía presente el riesgo que había corrido y que quizás todavía corría. Sentada junto al conde, se la veía serena y sonriente, y esperaba que esa serenidad se reflejara en su interior. Ojalá ella pudiera estar tan tranquila como ellos dos parecían estar, se dijo con un suspiro.

      Desde que había discutido con sir Benedikt no había sido capaz de quitarse esa sensación de desasosiego que le atenazaba el corazón.

      Ahora se preguntaba si no debería haberle dado la oportunidad a sir Benedikt de explicarle sus motivos para pedirle que se mantuviera alejada de Joseph. Al menos le debía eso. Él se había mostrado en todo momento dispuesto a ayudarlas, y si había considerado necesario aconsejarle aquello era porque debía tener algún motivo.

      Se sintió sonrojar al caer en la cuenta de cuál podía ser. ¡Oh, Dios! ¿De verdad la creía él tan estúpida como para pensar que podía bromear sobre asuntos tan delicados como su origen o aquel oscuro asunto de su traición? Estaba de acuerdo en que era testaruda e impetuosa, y que pocos hombres soportarían con tanta paciencia que una mujer les llevara la contraria tan a menudo como él, pero ella no era del todo insensata. Era capaz de ser razonable, sobre todo en un asunto como aquel, en el que había que ser cauta y prudente como nunca. Joseph pertenecía a la realeza, al fin y al cabo, ella jamás osaría hablar a la ligera sobre ese tipo de asuntos con él.

      Pero ¿por qué no quería él que hablara con Joseph? ¿Qué temía sir Benedikt? Había dado incluso la sensación de que Joseph era peligroso.

      Por el momento sería mejor dejarlo pasar o se volvería loca. Trató de participar del entusiasmo de su familia y olvidar a sir Benedikt y a Joseph, pero solo lo logró a medias. Intentar adelantarse a los acontecimientos solo conseguiría ponerla más nerviosa, por lo que debía relajarse antes de preguntarle qué se proponía y cómo pensaba llevarlo a cabo sin poner en riesgo ni la reputación de su prima ni la armonía en casa de su tío.

      Cassandra