Como profesional especializado en ciencias, soy más de la creencia de la aparición de las células procariotas que, surgiendo de las moléculas generadas por la propia energía química de la Tierra, adoptaron la luz solar como fuente de energía, siguiendo los pasos de los planetas de la Vía Láctea. Millones de años más tarde, esas células trasmutaron a bacterias capaces de realizar la fotosíntesis, por lo que se empezó a consumir el CO2 de la atmósfera para liberar oxígeno; y, con ello, se formó la capa de ozono que absorbió gran parte de la radiación ultravioleta del Sol.
Así, los organismos unicelulares que llegaron a la superficie de la Tierra tuvieron mayores probabilidades de sobrevivir y poco a poco se fue desarrollando la vida y las especies: primero los dinosauros y, posteriormente, los mamíferos, y entre ellos, nuestros primeros antepasados: los primates.
Segundo cuento. La especie humana y su evolución
Hace 6 millones de años, un pequeño mono africano fue el primer ancestro de nuestra raza, así como de los bonobos y chimpancés. Esto nos indica que conocer a nuestros antepasados es también conocernos a nosotros mismos. Sus conductas, su manera de relacionarse también forma parte de nuestro ser y, por ese motivo, vamos a profundizar un poco más en ellos, en nosotros; pues, como dijo Galileo: «La mayor sabiduría que existe es conocerse a uno mismo».
¡Así que… allá vamos! Al analizar el genoma humano y su proceso evolutivo, se ha descubierto que el Homo sapiens comparte casi el 99% de sus genes con el chimpancé y el bonobo. Para mayor precisión, el genoma de cualquier individuo de nuestra especie tiene una diferencia únicamente del 1,24% con respecto al genoma de los chimpancés y un 1,62% con respecto al de los gorilas. Si hay tan poca diferencia entre nosotros y ellos, imaginaros la cantidad de pensamientos y sentimientos en común que tenemos entre nosotros mismos, los humanos. Eso nos indica que, al final, todos acabamos operando de maneras similares, exceptuando nuestras peculiaridades; por eso estoy convencido de que este camino que estás iniciando con esta lectura te ayudará personalmente.
El primer punto en común entre nosotros, a diferencia de nuestros parientes primates, es la bipedestación.
El clima variaba continuamente, no había casi árboles y nos teníamos que desplazar, para buscar comida y agua, por el suelo, con lo cual no veíamos lo que teníamos delante y éramos muy fácilmente devorados por las bestias. Tras muchos años de evolución, empezamos a caminar sobre las dos patas traseras.
Ya éramos plantígrados y nuestro cerebro iba creciendo y evolucionando. La adaptación de nuestra raza ante tales circunstancias hizo que fuéramos capaces de caminar erguidos. Esta evolución adaptativa tiene vital importancia para conocer por qué somos así en la actualidad.
En definitiva, todos pasamos por procesos de cambio, tal como lo han hecho nuestros ancestros y, a lo largo de nuestra vida, debemos adaptarnos a las dificultades que surjan para salir más fuertes. Ya lo decía Charles Darwin: «No es la más fuerte de las especies la que sobrevive, tampoco es la más inteligente la que sobrevive: es la que se adapta mejor al cambio».
Tercer cuento. Nuevos orígenes en África
Los cambios son necesarios, y, citando otra vez a Darwin: «En la lucha por la supervivencia, el más fuerte gana a expensas de sus rivales debido a que logra adaptarse mejor a su entorno». Y eso fue lo que sucedió.
Los primeros homínidos bípedos fueron los australopitecos, de los que se conservan esqueletos muy completos, un ejemplo es el de la famosa Lucy. Su desaparición se ha atribuido a la crisis climática que hace unos 2,8 millones de años condujo a una desertificación de la sabana, con la consiguiente expansión de ecosistemas esteparios.
El Homo habilis, el antepasado más antiguo del género humano apareció hace aproximadamente 2,4 millones de años. Su desarrollo evolutivo se produjo gracias a la introducción de la carne en su dieta, lo que provocó un aumento del cerebro y de sus capacidades cognitivas al incorporar una mayor cantidad de micronutrientes en su alimentación. Finalmente, desaparecieron hace 1,6 millones de años, dando paso al Homo erectus.
El Homo erectus fue el primer tipo de homínido capaz de manipular y trabajar con el fuego. De esta manera, pudieron batallar contra el frío y alimentarse de animales después de cocinarlos. Por lo tanto, su ingesta de carne era muy elevada, lo que generó modificaciones en las mandíbulas y en el cráneo. Más tarde, aparecieron el Homo Neanderthal y el Homo sapiens, que coexistieron hace unos 230.000 años.
Como se puede observar, los cambios son constantes y el acto de sobrevivir viene impregnado en nuestro ADN; por eso tengo la certeza de que cualquier ser humano es capaz de adaptarse a los estragos de la vida y superarlos. Para comprobarlo, solo tienes que echar la vista atrás, tanto hacia la historia universal como a tu vida personal. No eres la misma persona que hace unos años y no lo serás dentro de un tiempo. Evolucionamos.
Los instintos de la evolución
Esta breve introducción histórica me permite destacar la idea de que toda la evolución se debe a los instintos naturales que nos han permitido competir con la crudeza de la selección natural. Esos instintos, acumulados durante millones de años, se instalaron en nuestro cerebro como naturales: la supervivencia del ser (miedo), la supervivencia de la especie (reproducción), la jerarquía (poder y sumisión), la territorialidad (propiedad), las relaciones sociales, la ira, el éxito, la sorpresa, el asco, la tristeza y la alegría. Hace tan solo unos pocos miles de años que hemos empezado a disponer de más tiempo, para dedicarlo no solo a la supervivencia, sino también a la organización de pequeños grupos, es decir, a la convivencia humana.
En consecuencia, nuestro cerebro empezó a crecer gracias a una mejor alimentación y a nuevas emociones sociales que surgían de las relaciones entre los clanes, y es probable que de esta manera naciera el sentimiento de colaboración.
Partiendo de esta idea, evolucionemos; así que utiliza este libro como herramienta para llegar a tu bienestar emocional. Pero, antes, imagina por un momento que eres uno de esos primeros seres humanos, que te encuentras en medio de la naturaleza, pasas el tiempo cazando y recolectando, es decir, sobreviviendo… Las amenazas a las que te enfrentas pueden ser fuerzas de la naturaleza, los depredadores, las enfermedades y los enemigos. La respuesta para afrontarlas es la misma: la fuerza y la decisión, ya sea para tratar de escapar de un incendio, de pelear con un felino, o de enfrentarte a un enemigo del poblado vecino. Salir corriendo o luchar serán las dos mejores opciones para enfrentarte a esas amenazas. Ahora, imagínate en una fábrica o una oficina, o en el campo en el que trabajas de sol a sol… ¿Qué temes? ¿Inclemencias, felinos y tribus? Seguro que no, tal vez tendrías miedo a perder el trabajo, a no conseguir tus objetivos, a no poder llegar a terminar un trabajo a tiempo, a disgustar a tu jefe, o a diferentes problemas de índole profesional o familiar. Sin embargo, ninguna de estas amenazas se puede resolver corriendo o luchando. En unos pocos miles de años, hemos pasado de solucionarlo todo con el uso de la fuerza a resolverlo con la inteligencia. No obstante, un cambio de paradigma tan rápido no permitió a nuestro cerebro y al resto del organismo adaptarse a la misma velocidad, lo que provocó, y sigue provocando, que nuestro cuerpo reaccione a las amenazas tal y como lo venían haciendo nuestros antepasados, a pesar de que ahora estas amenazas sean muy distintas y requieran de estrategias completamente diferentes.
¡Conozcamos nuestro cerebro para poder elaborar las estrategias que necesitamos con el fin de afrontar los problemas con inteligencia!
3. Conozcamos nuestro cerebro
«Cuando entendamos el cerebro,
la humanidad se entenderá a sí misma».
RAFAEL YUSTE
¿Por qué considero vital un capítulo sobre el cerebro humano? Pues, como dijo Chaplin, «nuestro cerebro es el mejor juguete que se ha creado. En él están todos los secretos, incluso el de la felicidad». Cuando estudiaba Psicología tengo que decir que una de las