Sixto Paz Wells

Egipto, la Puerta de Orión


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señalados.

      –¡¿Un robo por catálogo y bajo pedido?!

      –¡Eso parece!

      »Desaparecieron cincuenta y cuatro objetos, entre ellos dos esculturas de Tutankhamón, y posteriormente la Policía y el Ejército tendieron un cerco, pudiendo recuperar una veintena de los mismos.

      »Pero hasta esto podría ser una cortina de humo, porque otros museos también fueron saqueados y de forma más agresiva, como el Museo de Malawi en la provincia de Minya, donde había objetos asociados a Akhenatón y su herejía. De allí desaparecieron 1.049 objetos de los 1.089 que se exponían, y los que no pudieron llevarse los destrozaron e incendiaron a propósito. De todos ellos, según las autoridades, 656 han sido recuperados.

      –¡Terrible, Henry!

      –Pues del almacén y de la sección de cartas de Amarna desapareció una importante tablilla de arcilla en acadio, que, como sabrás, era el idioma diplomático de los pueblos de Medio Oriente en el Imperio Nuevo, junto con unos de los curadores asignados a esa sección. Esta tablilla o carta estaba grabada en cuneiforme y contenía una serie de revelaciones del propio faraón Akhenatón, pero se desconocía su existencia pues se encontraba almacenada desde hacía muchos años y, como muchas otras cosas, se hallaba apartada esperando catalogación. Esto hacía que oficialmente se ignorara su existencia en los catálogos y por ello no era conocida.

      »He coordinado con esa persona para reunirnos en el Museo Egipcio de Turín, para que verifiquemos su autenticidad y antigüedad, y de allí, y una vez que la negociación se haya concretado, se proceda a llevarla al Hermitage de San Petersburgo, que son quienes están interesados en adquirirla.

      –¿Y por qué me dices todo esto? ¿Por qué me podría interesar a mí una operación encubierta de tráfico de antigüedades?

      –¡Por su contenido, Esperanza! Su contenido es revelador… Te doy una pista: es tan importante como el papiro que se encuentra en Turín, el Canon Real de la época ramésida. Si vas a ir a Egipto, seguro que algo de todo esto te debe estar llevando hasta allí.

      –¡Ahora el perspicaz eres tú, Henry!

      –Siento que en este momento internamente debes estar percibiendo confirmación de algo. ¿Estoy en lo correcto?

      –¿No irás a decirme que es un texto asociado con las genealogías egipcias y que enriquece lo poco que sabemos del texto Aegyptiaca (Historia de Egipto) del sacerdote Manetón de la época ptolemaica, que estaba en Alejandría y que desapareció, y del que solo se conocen comentarios de otros autores contemporáneos o posteriores, que trata de la historia de la humanidad, las genealogías egipcias y la cronología de sus gobernantes?

      –¡Más que eso, doctora Esperanza Gracia!

      –¿Más? ¡Eso sí que es fascinante! ¿Y está completo?

      –Al parecer sí… Se trata de la descripción de un objeto sin igual mantenido en relativo secreto a través de las diversas dinastías y desde antes, al parecer desde el periodo arcaico o predinástico. Estuvo en Heliópolis y de allí fue llevado a la ciudad de Akhetatón o Ekhnaton (actual Tell el-Amarna) por el propio faraón Akhenatón o Amenofis IV. Me interesaría que vieras esa carta de arcilla cocida y me dieras tu impresión.

      –¡Lo siento, Henry, pero no sé traducir la escritura cuneiforme, y respecto al acadio, justo estoy empezando a aprender a leer las escrituras jeroglífica y hierática!

      –Tendremos a un traductor a nuestra disposición, Esperanza, pero sé que tú puedes encontrar mucha información entre líneas.

      –¿A qué clase de información te refieres?

      –A aquella que compromete todo lo que creemos y pensamos hasta ahora. La información describiría la existencia y localización de una piedra verde venida del espacio exterior con la energía de la Creación. Por eso sería importantísimo, y no creo en las casualidades y que estés aquí en este momento.

      –No conozco lo suficiente el Antiguo Egipto, pero ¿los archivos reales de los faraones no estaban en papiro y en idioma egipcio? Toda la correspondencia que se enviaba o se recibía era copiada y traducida, siendo fiel copia de lo intercambiado en acadio. El acadio era como el inglés en aquellos tiempos.

      »Siendo la burocracia egipcia tan celosa de su lengua, ¿por qué habrían puesto en acadio un texto que no fuera una conversación diplomática? ¿Para la correspondencia interna lo establecido no era que fuera en jeroglífico o hierático? ¿Sería acaso para ocultarlo de la propia burocracia de la corte?

      –Quizás ciertamente buscaron ocultar dicha información a los propios cortesanos, Esperanza.

      –Henry, la propuesta me parece fascinante. Déjame meditarlo el resto del viaje y al bajar te contesto.

      –Me parece bien, tómate tu tiempo. Pero tienes que reconocer que es una oportunidad única, y quizás te sirva para el viaje que has emprendido.

      »¿Para qué podrías estar viajando a Roma si no fuera para algún gran descubrimiento? ¿Estoy en lo cierto?

      –¡Sí, en parte!

      Cuando horas más tarde el capitán saludó a los pasajeros por el altavoz señalando el descenso a Roma, pidió que se ajustaran los cinturones y se prepararan para el aterrizaje, el británico se acercó una última vez a Esperanza.

      –¿Qué has decidido, Esperanza? ¿Te vienes a Turín? La reunión será dentro de cuatro días.

      –¡Sí iré, Henry! De hecho tenía que ir allí para ver el Papiro del Canon de Turín.

      –¡Magnífico! Aquí te dejo mi tarjeta para que me localices.

      –¡Nos vemos en cuatro días en Turín, Henry!

       La llegada a Roma fue sin contratiempos. El avión de Alitalia procedente de Nueva York cumplió su itinerario tal como estaba previsto.

       Esperanza se iba a encontrar en aquella histórica ciudad, capital durante siglos del otrora gran Imperio romano que aportara tanto a la humanidad, con un querido amigo suyo, el padre Dante Antonioni, sacerdote jesuita, historiador y paleógrafo, que la había acompañado poco tiempo atrás en el viaje que la llevó al descubrimiento de la última ciudad de penetración de los incas en las selvas del Madre de Dios, frontera de Perú con Brasil, la ciudad de Paititi o Paiquinquin Qosqo.

      Tras pasar por el control de pasaportes se acercó a recoger su maleta y entonces vio de espaldas a un anciano indígena de los Q’ero de la región de Paucartambo en el Cusco. Pero ¿qué hacía allí en Roma a miles de kilómetros de distancia de Sudamérica? Resaltaba claramente su humilde y vistosa indumentaria, que incluía el chullo o gorra típica multicolor, al igual que su poncho, sus gruesos pantalones negros de lana y sus ojotas o yanques en los pies.

      –¡Maestro! ¿Es usted? Qué alegría volverle a encontrar después de tantos años. ¿Qué hace por aquí?

      –¡Saludos, mujer jaguar y serpiente integradas! ¿Cómo te encuentras, Esperanza?

      –¡Bien, maestro! Viniendo a cumplir un encargo.

      –¡Quienes te lo encargaron no son buenos! Pero como anteriormente ha ocurrido, a pesar de todo saldrán cosas muy buenas de ello porque la Madre Tierra te está usando como guardiana de la llave del portal secreto.

      –¿Qué portal secreto, maestro?

      –¡El que une el espacio y el tiempo!

      –¿Y usted cómo sabe todo eso, maestro?

      –Has llegado muy lejos porque te han traído. Estás predestinada antes de nacer y en esta vida te tocó ser mujer para que la Tierra hable y cante a través tuyo en el Nuevo Tiempo, sembrando esperanzas, que tanta