Innovación pública: cocreando políticas
y servicios públicos
Si bien encontramos diferentes aproximaciones entre las investigaciones académicas y las intervenciones sobre innovación pública (por ejemplo, Pestoff, 2009; Boyle, 2010; Bason, 2010; Bovaird y Loeffler, 2012; Manzini y Staszowski, 2013), todos reconocen que la cocreación de conocimiento y el cambio impulsado por la intervención en situaciones de alta complejidad social son inevitablemente funciones de múltiples actores y múltiples perspectivas, que ayudan a abordar los problemas desde las necesidades de los ciudadanos.
Una de las definiciones más difundidas de innovación pública es la desarrollada por Christian Bason (2010, p. 8), quién define la innovación pública como el proceso de crear nuevas ideas y convertirlas en valor para la sociedad. El impulsor del cambio es el proceso de cocreación, entendido como un proceso creativo que involucra a las personas e implica una forma diferente de generar conocimiento para innovar en el sector público y para la toma de decisiones. Por su parte, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) ha convertido la innovación pública en el tema central de muchas conferencias recientes e investigaciones, y define la innovación pública como “nuevas ideas que crean valor público para los individuos y la sociedad”, para lo cual sugiere el enfoque de diseño abierto (open design approach) como el medio para fortalecerla (OCDE, 2017a; 2017b).
Uno de los debates terminológicos se centra en diferenciar la cocreación de la coproducción. Mientras que Bason (2010, p. 157) señala que la cocreación concierne a cómo las soluciones son diseñadas y la coproducción a cómo son ejecutadas, otros investigadores no se adhieren a esta distinción, como por ejemplo Boyle (2010). Voorberg, Bekkers y Thomas (2014), quien lidera el proyecto sobre innovación pública Learning from Innovation in Public Sector Environments (Lipse, 2019), abandona el intento de distinguir entre coproducción y cocreación en su revisión de la literatura sobre innovación pública; afirma que parecen estar relacionadas e incluso se podrían usar de forma intercambiable.
En América Latina, la discusión en torno a la innovación pública toma como bases conceptuales la innovación abierta (Chesbrough, 2003), la innovación social (Mulgan, et al., 2007), los procesos co-laborativos de cocreación de servicios y políticas públicas (Bason, 2010; Nesta, 2016), los laboratorios de innovación pública como el MindLab de Dinamarca (Bason, 2010; Nesta, 2014, 2016; Acevedo y Dassen, 2016) y los datos abiertos.
Sin embargo, estas conceptualizaciones no nos ayudan a identificar dónde están las dinámicas de cambio que dan sentido a estos fenómenos. Por ello, consideramos útil reflexionar con responsabilidad y criterio sobre los aportes del pensamiento resiliente en la transformación de nuestras organizaciones públicas, en un mundo complejo, dinámico e incierto.
Pensamiento resiliente, ciencia
de la sostenibilidad y nueva forma de pensar
El pensamiento resiliente forma parte de un movimiento más amplio: la ciencia de la sostenibilidad. Esta última ha surgido como una solución orientada a trascender los límites disciplinarios, busca involucrar a científicos y no científicos con un compromiso ético y tiene el fin de buscar soluciones a los problemas que enfrenta la humanidad: pobreza, cambio climático, migraciones, desigualdad social, entre otras tantas. Desde este enfoque se critica el arraigo de las perspectivas disciplinarias tradicionales que alimentan conceptualizaciones atomizadas de la realidad, en las cuales los aspectos económicos, sociales, biofísicos y sociales se analizan de forma separada en lugar de fomentar la interacción. Una de las características comunes de tales encuadres es la crítica a considerar los problemas de sostenibilidad sin incorporar la cultura, los valores y las relaciones de poder que sustentan las causas más profundas de los problemas socio-ambientales.
Si bien el abordaje sistémico no es nuevo, podemos encontrar aportes de la economía (por ejemplo, Arthur, 1994), la administración pública (por ejemplo, Kickert et al., 1999) y las ciencias sociales (por ejemplo, Ostrom, 2009). El pensamiento resiliente (Folke, 2016), el enfoque de la gestión de las transiciones (por ejemplo, Pahl-Wostl, 2007) y la investigación sobre la sostenibilidad transformacional (Wiek y Lang, 2016) han dado un fuerte impulso a las ciencias de la sostenibilidad con un nuevo paradigma, en el cual el compromiso ético de los investigadores desempeña un rol fundamental en los procesos de transformación hacia un mundo más sostenible.
En este proceso, es importante reconocer que nos encontramos en medio de una profunda transformación de paradigma: hay un tránsito de una cosmovisión del mundo mecanicista, lineal y determinista, a una cosmovisión sistémica, que es compleja, adaptativa, dinámica, emergente, interdependiente y nunca en equilibrio (Meadows et al., 1972; Folke et al., 2002). La narrativa dominante proviene del mundo industrial y explica el mundo como una máquina newtoniana, a la manera de un mecanismo de relojería perfectamente previsible, racional, lineal, determinista, capaz de descubrir una fórmula para calcular y prever todo proceso de cambio. Estas ideas son la base de la concepción determinista del paradigma positivista. Esta concepción del mundo se expresa en el diseño de políticas públicas en un modelo de arriba a abajo (top-down), centralizado y jerárquico, con centro en la planificación, control y evaluación de resultado, y una de sus herramientas dominantes es el marco lógico. Muchos críticos plantean que este modelo mecanicista despolitiza el conocimiento, hace caso omiso a los valores públicos y resta importancia a la deliberación democrática sobre estos que requiere la formulación de una política pública.
El gran desafío está en reconceptualizar esta transición de soluciones puntuales, reactivas, mecánicas, concebidas a partir de una perspectiva de sistemas en equilibrio, e implementada de manera descendente (jerárquica), de predicción y control, a la transformación de todo el sistema, que se concibe desde una visión no lineal, no equilibrada, anticipatoria, creativa, adaptable, imbuido de agencia e implementada a través de la experimentación y redes sociales de aprendizaje. Este último cambio resuena con énfasis en la teoría de la resiliencia de la transformación (Ziervogel, Cowen y Ziniades, 2016).
Pensamiento resiliente
La transformación asociada a la resiliencia se está institucionalizando gradualmente en el vocabulario de los académicos y hacedores de política2 (Feola, 2015). Entonces, surgen interrogantes como ¿es la resiliencia simplemente una moda o es una nueva forma de pensar acerca de las relaciones entre el hombre y el medio ambiente y de la gobernanza de estas relaciones?, ¿tiene un poder real de permanencia?, ¿es la resiliencia un concepto despolitizante que neutraliza la incipiente actividad política o clave para promover formas más empoderantes, emancipadoras y participativas de transformación social?
El término resiliencia3 se deriva del latín resilio, que significa volver atrás, volver de un salto, resaltar, rebotar. Es decir, la capacidad de rebotar tras un impacto y recuperar el estado. Sin embargo, como señala Folke (2016), el término resiliencia va más allá del encuadre estrecho de resiliencia como la capacidad del sistema de resistir las conmociones, de enfrentar el estrés y las fallas sin colapsar. El autor define la resiliencia como la capacidad de las personas, comunidades, sociedades y culturas, para vivir y desarrollarse en ambientes con cambios constantes. Se trata de cultivar la capacidad de sustentar el desarrollo frente al cambio incremental y abrupto, esperado y sorprendente. El enfoque de resiliencia desde la perspectiva de los sistemas socioecológicos es también una forma de pensar el mundo mucho más prometedora; es un concepto dinámico preocupado en la forma de navegar en la complejidad, la incertidumbre y el cambio a través de niveles y escalas (Berkes, Colding y Folke, 2003; Cash et al., 2006; Cumming, Olsson, Chapin III y Holling, 2013) en un planeta dominado por humanos (Steffen, Crutzen y McNeill, 2007) como agentes de cambios (Folke, 2016).
Este enfoque tiene sus raíces asociadas a la ecología, pero con el tiempo se ha fusionado con una diversidad de perspectivas disciplinarias de las ciencias