misma sala…
Mi fachada iba a derrumbarse en cualquier momento, leí la sospecha en los ojos de Alekséi y entendí que había cometido un error imperdonable. La única salida para que no me cazase y perdiera todo lo que había hecho para llegar hasta ahí fue besarlo y darle lo que deseaba desde el día de nuestro primer encuentro. Dejé que me follase contra la biblioteca situada a tres pasos de allí. Hasta me ató con unas cuerdas y me colgó de un gancho que había por encima de la estantería. Consciente de que me estaba poniendo a prueba, le dejé hacer.
Conseguí no mover ni un músculo a pesar del terror que, cual veneno mortal, me iba invadiendo todas las fibras del cuerpo. Me dejé atrapar a su antojo, sin reaccionar a sus maneras bruscas y salvajes. En ese preciso momento sentía que él iba a hacer lo mismo. Me habría gustado irme, sabiendo que en el fondo él habría aceptado porque era un caballero. Pero sus insinuaciones me pesaban como una espada de Damocles colgada encima de mi cabeza, así que le dejé hacer.
—Me decepcionas, Alekséi. No ves la diferencia entre una mujer que quiere follar contigo y una que quiere engatusarte —le provoqué, consciente de firmar mi sentencia de muerte.
—Necesitas que te den una buena lección —murmuró con una voz ronca, inclinándome en el escritorio.
Me cogió firmemente por el pelo, mientras que con la otra mano me subía la falda y se bajaba los pantalones antes de arrancar definitivamente lo que me quedaba de ropa interior. Me separó las piernas y antes de que pudiera enderezarme, sentí cómo me penetraba con gran ímpetu, colmándome más de lo que me imaginaba.
Grité de pavor.
Intenté rebelarme, pero cuanto más forcejeaba, más su miembro me penetraba furiosamente y hasta el fondo.
—Me encanta que seas siempre tan acogedora y estés tan mojadita —susurró con una voz grave, mientras empezaba a moverse más rápido.
Detestaba sus palabras porque eran ciertas. Nadie nunca me había follado de aquella manera, y aunque lo despreciaba, me sometía y me hacía sentir inferior a él. La verdad es que me gustaba, y en el fondo me excitaba más de lo que jamás me habría imaginado.
De repente sentí sus manos recorriéndome el costado hasta llegar a los pechos, que me asomaban por el escote. No podía verlo, pero sentí que me apretaba los pezones con los dedos y los trituraba hasta volverlos turgentes y duros, provocándome un malestar agradable cuando rozaban con la madera del escritorio a cada embestida.
—Alekséi —murmuré, presa de un deseo incontrolable, mientras él, retornando las manos a mi torso, las deslizaba entre mis muslos hasta llegar al botoncito, al que prodigó el mismo trato que a mis pezones.
En unos segundos mi cuerpo se contrajo bajo los espasmos de un orgasmo que me golpeó con la violencia de una tormenta.
—Basta, te lo ruego —le supliqué, mientras sentía que se me contraía todo el cuerpo alrededor de su pene, que continuaba perforándome la vagina, y no dejaba de hacerme cosquillas con las manos.
—Soy yo quien decide cuándo parar —me advirtió con una voz dura e inflexible—. Quiero que disfrutes de nuevo.
—No puedo más —jadeé mientras mi cuerpo se dejaba llevar de nuevo entre las manos de Alekséi.
Entonces sentí que venía contra mí. Suspiré de satisfacción, esperando que esa tortura llegara a su fin. Pero me encontré de nuevo movida hacia adelante, con una mano suya sobre mi pecho y la otra a la altura del clítoris.
Excitada por el orgasmo que todavía palpitaba en mi interior y por sus dedos que jugueteaban entre mis piernas, sentí cómo otro orgasmo me recorría entera.
—Está bien, mi pequeña babushka —dijo sonriendo, liberándome de su cuerpo.
Me vestí precipitadamente, intentando borrar de mi memoria lo que acabábamos de hacer. El tanga era irrecuperable, así que lo tiré. En estas, Alekséi abrió un cajón del escritorio y sacó una cajita que me tendió.
—¿Qué es? —pregunté sentándome en sus rodillas.
—Ábrela.
Obedecí y hallé en el interior un anillo de oro blanco con diamantes engarzados. La piedra del centro era un diamante de corte brillante, rodeado de dos gotas de agua de diamantes. Era un anillo excepcional, el más bello que jamás haya visto.
—¿Qué quiere decir esto?
—Eso depende de ti.
—No soy ninguna puta —aclaré, poniéndome el anillo en el dedo anular derecho con una cierta avidez.
—Nunca dije que fuera el pago por tus servicios.
—No, pero lo has pensado.
—Pienso lo que me da la gana, haz tú lo mismo con tus cosas.
—Entonces tomo este anillo como una proposición por tu parte —lo desafié, dispuesta a hacer de su vida un infierno, al menos lo mismo que yo había vivido a su lado durante meses.
Se ensombreció repentinamente:
—¿Una proposición? ¿Qué tipo de proposición?
—De matrimonio —exclamé, incapaz de creerme mis propias palabras.
¿Cómo podía imaginarme una cosa así? ¿Acaso me estaba volviendo loca o bien el estar tan cerca de un hombre así me hacía desear cosas a las que jamás habría aspirado?
—¡¿Qué?!
—Sí, quiero, Alekséi. Quiero casarme contigo —seguí yo, disfrutando enormemente del descontento que le apareció en el rostro, antes de echarme a reír.
—¡Vete! Tengo cosas que hacer —me espetó a modo de respuesta.
—Yo también. Tengo una boda que preparar —dije como mofa.
Alekséi masculló algo en ruso que me costó un poco entender. Creo que acababa de decir que se casaría conmigo antes muerto que vivo.
—Alekséi, cariño, sabes que yo no hablo ruso. Dilo en mi lengua, por favor.
—Te he dicho que desaparezcas. Espero a alguien y quiero verme con él a solas. Tenemos que tratar de negocios.
Su tono serio y su mirada determinada me dieron a entender que el invitado esperado era una persona muy importante. ¿De quién se trataba? Necesitaba saberlo sí o sí, así que intenté ganar algo de tiempo besándolo, pero de nuevo me apartó.
—No me obligues a ser maleducado, Danielle.
—Vale, tú ganas —dije con un suspiro de rendición.
Al llegar a la puerta pude oír a Alekséi responder al teléfono y decir a los guardias que hicieran entrar al invitado. Lo dijo en ruso, pero comprendí perfectamente cada una de las palabras, y sabía que si quería pillar a esa persona necesitaría encontrar una excusa para bajar al salón pasando por el pasillo principal y la gran escalera.
Me dirigí lentamente a la puerta y salí.
En vez de regresar a la habitación que me había sido asignada, continué mi camino por el pasillo central que acababa en la gran escalera, la cual separaba en dos partes simétricas y opuestas que llevaban ambas al salón de la planta baja.
Con una verdadera satisfacción, me crucé con el invitado de Alekséi justo cuando subía por los primeros escalones de la escalinata.
Llevaba gafas de sol que le ocultaban en parte el rostro, pero tenía algo familiar. Aguardé todavía un poco más, esperando a que llegase arriba del todo de las escaleras, para pasar a su lado. Me echó un vistazo que no pasé desapercibido, pero siguió su camino, como si no hubiese pasado nada. Me habría gustado acercarme a él y hablarle, pero sabía que una actitud así habría suscitado sospechas; pero tampoco podía dejar pasar aquella ocasión única de conocer a la persona