Emilio Vaschetto

Ser loco sin estar loco


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sin estar absolutamente lesionadas, no están sin embargo intactas. (6)

      La mayoría de ellos no tienen ninguna conciencia de su estado real; si para Trélat los locos lúcidos eran incurables, para Moreau de Tours sus excéntricos son “incorregibles”. Son sujetos con un espíritu marcadamente singular que, por la naturaleza de los actos razonables y lógicos, se clasifican fuera del orden establecido. Vale decir, que su singularidad hace imposible la inclusión en una clase o en un tipo clínico específico: son ellos quienes más bien empujan con la “marca de su espíritu” a inventar una clase. Es un buen ejemplo de lo que Jacques Lacan llamaría sinthome.

      Muy tempranamente, nuestros alienistas locales supieron enfrentarse al eterno problema de los límites entre locura y razón. Atentos a las producciones de sus colegas europeos, pero con un modo siempre singular de refracción de las ideas extranjeras, intentaron hacerse cargo de las dificultades intrínsecas al tema en cuestión.

      De un modo muy significativo, esta incómoda presencia de razón en los alienados irrumpe desde un lugar central, en lo que será la primera tesis doctoral sobre la locura en el Río de la Plata. Así, de manera inaugural el trabajo Disertación sobre la manía aguda de Diego Alcorta, publicado en 1827, inicia sus elaboraciones con el siguiente señalamiento:

      Trabajo olvidado, o muy poco tenido en cuenta, será recuperado en 1901, cuando el entonces director de la Biblioteca Nacional, el intelectual franco-argentino Paul Groussac, al publicar los trabajos de Diego Alcorta aclara con astucia en una nota al pie que la manía razonada o sin delirio de Pinel,

      Marcelino Brion, por ejemplo, publica en la Revista Médico quirúrgica (1870) el artículo “De la locura consciente”, donde comenta un caso observado en la Sociedad de medicina práctica de París, en el cual un hombre que se hacía llamar Violette lograba con gran destreza demostrar su integridad intelectual, mientras que sus impulsos resultaban ser más bien morbosos:

      Pero, a pesar de los constantes intentos de tapar las razones de los alienados, o quizás por esto mismo, van a empezar a acumularse toda una larga serie de barrocas nosografías que intentarán, de las formas más variadas, introducir de modo marginal cuadros mixtos de locura y lucidez, hecho que en nuestro país supo encontrar un escenario muy prolífico.

      En este sentido, Alejandro Korn, destaca la prevalencia de las formas intermedias de la locura. Siendo practicante de la penitenciaría, va a desarrollar su trabajo de investigación en las antípodas de lo que configuraría su posterior pensamiento filosófico. Digamos que para ese entonces (1883) la locura estaba absolutamente tiranizada por un organismo enfermo, que no necesariamente debía ser el cerebro sino que podía estar determinada por una lesión radicada en un órgano a distancia (un “delirio neumótico”, tifoideo, etc.). El otro papel lo constituían la herencia, las taras psíquicas, tanto como las enfermedades crónicas en general (no sólo nerviosas) que predisponen a una descendencia morbosa. En el corazón de su investigación señalará que cada locura reviste “un carácter completamente individual” y añadirá que para toda clasificación posee un costado siempre artificial y arbitrario: