con el propio centro espiritual)20 y asimétricos; los hay con un centro que hay que alcanzar, o con varios centros –o pseudocentros que llevarían al principal–, o incluso sin centro (podría ser un laberinto como puro juego de entrada y salida). Podríamos decir que las variaciones de diseño son infinitas.
Generalmente, en los laberintos clásicos, a partir de una cruz van surgiendo círculos que acaban formando un camino entrelazado. Conduce hacia dentro y hacia fuera, siempre es de entrada y de salida y se dirige finalmente hacia el centro. Allí se encuentra el punto de regreso y el mismo camino conduce de nuevo al exterior.21
Humberto Eco22 agrupa los laberintos en tres modelos fundamentales:
a) Laberinto “univiario”: corresponde al laberinto clásico. Tiene una vía, un sendero y, aunque parezca muy complicado, es como un ovillo con dos cabos; se entra por una parte y se sale por la opuesta.
b) Laberinto “manierista”: es un laberinto difícil porque puede hacernos volver continuamente sobre nuestros pasos. Si pudiéramos deshacerlo no nos saldría un hilo, como en el univiario, sino una estructura de árbol con muchas ramificaciones, y solamente una lleva a la salida.
c) Laberinto “rizoma” o “red infinita”, donde cada punto se conecta con los demás, extendiéndose al infinito, como si fuera «un libro en el que tras cada lectura se altera el orden de las letras y se produce un texto nuevo».
7. EL SENDERO Y EL CENTRO
Los elementos más característicos del laberinto son: el sendero o camino que hay que recorrer y el centro, el lugar que hay que alcanzar, la meta que hay que conseguir y que supone aparentemente el objetivo del laberinto, adonde hay que llegar y desde donde habría que salir. Sin embargo, hay que destacar la importancia del sendero; es el recorrido que se hace, la actitud que se mantiene en el trayecto, lo que genera unas transformaciones internas, que culminan al llegar al centro y salir del laberinto. Llegar al centro supone que has tenido que hacer un viaje, haber realizado el difícil camino de transformación personal, de transformación de la conciencia.
Frecuentemente los laberintos –exceptuando los más simples o pseudolaberintos– son recorridos que tienen varios senderos, varios caminos, muchas opciones. Pero sólo uno de ellos será el adecuado, y no se sabe cuál. Eso es lo que genera confusión, desorientación. El laberinto es un recorrido que induce a la desorientación, a la confusión. Produce una sensación de locura («no tiene lógica»), vivencia de muerte («¿saldré viva/o de aquí?», «¿llegaré a encontrar el centro?»...).
Podría decirse que es un «enredo desorientador de caminos en los cuales puede perderse el incauto, pero que sin embargo tiene un auténtico camino hacia el centro».23
Incluso en los más simples, como veremos en el capítulo III, se generan también ciertas sensaciones y percepciones especiales al recorrerlos.
8. FASES DEL LABERINTO
a) El inicio
b) El desarrollo del viaje
c) La salida
a) ¿Por qué o para qué meternos en un laberinto? ¿Qué sentido tiene?
En algunas narraciones el viaje laberíntico se inicia porque en un momento concreto surge un problema y el héroe o heroína deben iniciar un viaje para encontrar la solución al problema. En la novela La historia interminable, de Michael Ende, el viaje se inicia porque el país sólo podrá salvarse de la “Nada” si Atreyu (el héroe) encuentra un nuevo nombre.
Se va en busca de algo extra-ordinario que tiene poderes sobrenaturales (vg.: el Grial). En algunos cuentos alguien se enferma o sufre un encantamiento y hay que iniciar un viaje para encontrar lo que le puede sanar.
¿Cómo nos preparamos para el viaje? ¿Tenemos conciencia de dónde estamos o dónde vamos a meternos? A veces sí, a veces no; sencillamente se inicia y eso no tiene vuelta atrás.
Cuando es posible preparar el viaje porque se es consciente de que se quiere iniciar, no hay que llevar mucho equipaje; pocas cosas, lo mínimo imprescindible. Una pesada mochila nos impediría caminar con la suficiente soltura.
b) Una vez dentro del laberinto ya hemos iniciado el viaje. Hay que recorrerlo.
El desarrollo del laberinto es lo que propiamente podríamos denominar “el viaje”, aunque éste también abarque el inicio y el final.
En ese proceso se generan acontecimientos que el héroe o la heroína tendrá que enfrentar. Es la «aventura» que aparece como la trama de cuentos, novelas o películas.
Ahí aparecerán personajes u objetos que funcionan como aliados/as, y otros que se manifiestan como monstruos o enemigos/as. ¿Cómo enfrentarse a ellos/as?
El laberinto es una experiencia de conocimiento, un viaje de conocimiento, más o menos fácil, con un sendero o varios, más o menos largo, con un centro o varios: pseudocentros o centros engañosos para que descubras el verdadero centro. Es en ese sentido en el que nos interesa el laberinto; cuando hablamos de conocimiento no nos referimos al conocimiento racional, sino a otro más intuitivo, se trata de la apertura a otro nivel de conciencia.
El laberinto es un símbolo sobre el difícil y complejo camino de la vida. «Habla de las verdades de la vida, de las dificultades y luchas, pero también simboliza la entrada, el centro y la nueva libertad una vez se vuelve al exterior».24
c) La salida del laberinto implica volver tras haber hecho el viaje y la transformación interior, afrontando las vicisitudes del camino, conseguir llegar al centro (matar al monstruo, conseguir el objeto mágico de sanación o adquirir el conocimiento necesario para poder volver) y luego retornar al punto de partida que se transforma con el retorno del héroe o heroína, quienes a su vez llegan también cambiados, no vuelven como partieron; todo lo que les ocurrió durante el viaje les ha madurado.
Así como cuando se anda el laberinto uno de los miedos que aparecen es no llegar al centro, una vez alcanzado, otro miedo es no encontrar la salida y quedar atrapado/a.
9. EL VIAJE
El laberinto simboliza un viaje, un viaje espiritual, un viaje heroico. Así se representa en diferentes mitos y leyendas de todo el mundo. Son viajes complicados, llenos de pruebas difíciles por las que la heroína o el héroe han de pasar. Una de las historias de viajes más conocidas en Occidente es la Odisea, de Homero. La Odisea nos narra el viaje que realizó Ulises, rey de Itaca –el héroe–, cuando volvía de la guerra de Troya para llegar a su país y a su casa. Anduvo perdido durante años teniendo que enfrentar un sinfín de viscisitudes, aventuras y desventuras con todo un panorama de emociones.
Mientras, en Itaca ¿qué hace Penélope, su mujer? Teje y desteje, teje y desteje –¿a qué nos recuerda esto? Es lo que se vive también en los laberintos internos, como se verá en los capítulos II y III– mientras Ulises continúa su viaje hasta que consigue volver.
El viaje del héroe se considera como «metáfora del proceso de desarrollo espiritual, durante el cual los diversos paisajes que la figura heroica recorre representan distintos aspectos de la psiquis humana y las pruebas físicas se convierten en exámenes de sus esfuerzos espirituales».25
No hay atajos en el laberinto; es un camino de conocimiento. Hay que hacer todo el viaje, pasar por todas las emociones transformándose en un ser nuevo, depurándose para alcanzar el centro, el conocimiento y volver transformado/a. Eso requiere un tiempo y una maduración personal. ¿De qué serviría querer conocimiento si no se estuviera preparado para recibirlo?
Cada tradición cultural tiene sus pequeños o grandes viajes espirituales. Los más pequeños pueden hacerse con frecuencia –vg. ir en romería a una ermita–, mientras que hay otros que por su dificultad o extensión en tiempo y espacio