asistencia, cuya principal tarea era ayudar a los recién llegados y sus familias. La mujer y los hijos de José Díaz Avilés o la esposa de Juan Villa se beneficiaron de los socorros mensuales del City Committee. Igualmente, se organizaron suscripciones públicas y eventos sociales por parte de la aristocracia y los comerciantes británicos para recaudar fondos y ayudar a los liberales españoles, que se encontraban en una situación económica muy apurada.
La anteriormente citada Paulina Canga, hija de José Canga Argüelles, era una de las estrellas invitadas en este tipo de actos benéficos. Cantante muy cultivada, se convirtió en una habitual de los conciertos y actuaciones a favor de los exiliados españoles que se organizaron en Londres entre 1826 y 1829. Incluso la prensa se hizo eco de las dotes vocales e interpretativas de esta dama española que, en solidaridad con sus compatriotas emigrados, interpretaba un repertorio lleno de canciones patrióticas.94 Unos años después, Paulina intentaría repetir sus éxitos en París, pero le fue imposible al denegársele el pasaporte «por ser mujer de revolucionario». Finalmente, regresó a España en 1831, pero fue detenida y encarcelada bajo la acusación de haber mantenido económicamente a su marido.95
La mayoría de los emigrados no hablaban inglés y no conocían a nadie más allá del núcleo de expatriados, por lo que tenían problemas serios para conseguir un empleo. Afincados en el barrio londinense de Somers Town, una zona de viviendas baratas unida a la capital por un camino conocido como New Road, deambulaban individuos vestidos con capas raídas, que pasaban el día vagando por Euston Square y las zonas próximas a St. Pancras Church.
Quizás por esa razón, durante el exilio de la segunda restauración absolutista, hubo mucho trasiego de emigrados que pasaban de Inglaterra a Francia buscando mejorar su situación. Este fue el caso de la antes mencionada Josefa Mallén, hija del librero francés Diego Mallén afincado en la ciudad de Valencia y esposa de Vicente Salvá, que se refugió en Londres junto con su marido y varios de sus hijos. Su periplo comenzó en Cádiz y siguió en Gibraltar, donde permaneció hasta finales de 1824, cuando embarcó hacia Londres. Allí, la familia inició un negocio de libros, pero en 1830 decidieron mudarse a la capital francesa para mantener un mayor contacto con sus actividades comerciales en Valencia. Pese al cambio, el negocio no acabó de cuajar y la situación económica de la familia se resintió.96
La situación de los exiliados en Francia no era mejor que la que pudieran tener en Inglaterra, y aun así iniciarán ese viaje Joaquina Sitjes (o Sitches), que, desde Inglaterra, se dirigía sin pasaporte a París,97 o Rosa Aché de Tacón, que sí consiguió un pasaporte para ella y sus dos hijos.98 Como pudo comprobar María de Lázaro, la situación en Francia también era muy dura. Habiendo perdido a su marido y a su padre por su relación con el general Riego y temiendo las represalias por sus conexiones liberales, decidió exiliarse. En 1833, tras la promulgación de la amnistía que a partir de 1832 permitió la vuelta a España de la mayoría de los liberales exiliados, María decidió regresar y solicitar un subsidio. En su exposición afirmaba que, a pesar de su difícil situación, no importunó a sus compañeros de infortunio y se mantuvo en Inglaterra y Francia trabajando «con sus manos».99 Fue parecido el caso de Antonia Fernández, quien también trabajó desde el inicio de su emigración como sirvienta, pero en 1832 solicitó un subsidio para volver a España aludiendo a su situación de extrema miseria.100
Como es de esperar, el deseo de volver al país de origen se convirtió en uno de los sustentos vitales de los exiliados. Es fácil suponer que quizás soportaran las penurias de su situación pensando en que algún día regresarían a su hogar y se reunirían con sus familias. Por esta razón, pasado el peligro, a partir de la amnistía, aumentaron notoriamente las demandas de las refugiadas que solicitaban ayuda a los Gobiernos francés y británico para su viaje de vuelta a España.101
Algunas de ellas, como María Luisa López, casada con Benito Mayordomo, interventor de Aduanas en Madrid, argumentaban que su marido se había marchado para participar en las insurrecciones liberales y que no había vuelto a tener noticias de él, razón por la que manifestaba encontrarse en la más absoluta miseria y viviendo gracias a la misericordia del resto de emigrados españoles, como Romero Alpuente —quien según su relato se mostraría especialmente generoso con ella—.102 Parecidos son los acontecimientos que vivió Rita Janer, esposa de Paul Janer, consejero de la Municipalidad de Barcelona y condenado a pena de muerte por haber defendido la plaza de Barcelona junto con Espoz y Mina: Rita solicitó una compensación utilizando su nombre de soltera, Badia, y en su escrito explicaba que había tenido que dejar a su hijo pequeño en la Casa de la Caridad de Marsella por la falta de medios.
Estos casos ponen de relieve que, pese a la buena voluntad de la sociedad británica y a la proximidad geográfica de Francia, la situación de los exiliados fue en la mayoría de ocasiones dramática.
6. CONCLUSIONES
Como hemos podido ver a lo largo de estas páginas, a pesar del retorno de un absolutismo duro y represivo, el liberalismo tuvo firmes defensoras entre el sexo femenino. Ya fuera por la urgencia o por el devenir de los acontecimientos, la lucha contra Fernando VII ni se dejó únicamente en manos masculinas ni fue desatendida.
Muchas mujeres fueron perseguidas y condenadas por su relación con el liberalismo o por su pasado afrancesado, una afinidad que en muchas ocasiones vino marcada por una convicción ideológica firme y en otras fue fruto de vínculos familiares. No obstante, y al margen de la motivación que situara a muchas de ellas en el bando liberal, el absolutismo no dudó en castigarlas y condenarlas de la misma manera que sucediera con sus compañeros varones. Este hecho ya demuestra por sí solo que los realistas, pese a mantener un discurso abiertamente conservador donde el papel de la mujer era irrelevante en cuestiones públicas, eran conscientes de su capacidad para abogar por la causa liberal y del peligro que suponía obviar las consecuencias de sus acciones. De lo contrario resulta imposible explicar hechos como la vigilancia a la que sometían a las exiliadas, los juicios de purificación o las condenas judiciales de aquellas mujeres próximas a círculos liberales.
Ahora bien, esta disonancia en el discurso más conservador se inscribía en un marco ideológico que amparaba esa visión más tradicional de la mujer y pretendía desmerecer la aportación femenina a la causa liberal. A la hora de justificar la acción de estas mujeres se insistió en que su comportamiento era consecuencia, no de una actitud consciente y racional en defensa del proyecto liberal, sino de un verdadero amor a la causa o a sus seres queridos en peligro.103 Por todo ello, en ocasiones, no resulta fácil confirmar si algunas de las mujeres que padecieron prisión, juicios de purificación, vejación pública e incluso la muerte lo hicieron como defensoras explícitas del ideario liberal o como consecuencia de su relación particular con personalidades de ese ámbito.
En cualquier caso, ya fuera por motivos familiares o por un compromiso activo con la causa, la conducta de dichas mujeres resultó casi siempre desinteresada, pues de sus iniciativas no derivó, salvo casos muy excepcionales, reconocimiento alguno.
Notas
1 Miguel Artola, Los afrancesados, Madrid, Alianza Editorial, 1989, págs. 262-263.
2 Juan B. Vilar, La España del exilio, Madrid, Síntesis, 2006, pág. 124.
3 Juan Francisco Fuentes y Pilar Garí, Amazonas de la libertad. Mujeres liberales contra Fernando VII, Madrid, Marcial, Pons, 2013; Juan L. Bachero, «La represión en el absolutismo: entre la ley y la arbitrariedad», en Marieta Cantos y Alberto Ramos (eds.), La represión absolutista y el exilio, Cádiz, Universidad de Cádiz, 2015, pág. 78, y Christiana Brennecke, Von Cádiz nach London. Spanischer Liberalismus in Spannungsfeldvonnationalerselbstbestimmung, Internationalität und exil (1820-1833), Gotinga, Vandenhoeck & Ruprecht, 2010.
4 Archivo Histórico Nacional (en adelante, AHN), Consejos, leg. 12.276, Superintendencia General de Policía del Reyno, «Estado que manifiesta el número de personas de ambos sexos que en los índices inversos remitidos por los Intendentes del Ramo resultan con las notas de más o menos adictas al abolido sistema