más naturales.
Canon 5D Mark IV, Canon 135 mm f/2, ISO 800, f/5, 1/250 s.
Peculiaridades de la fotografía de niños
Una sesión fotográfica con niños puede ser muy imprevisible, tanto en sentido positivo como negativo. Es posible que se encuentre con un niño que se expresa de forma muy natural ante la cámara y permita que la sesión fluya fácilmente; pero también que al pequeño no haya forma de mantenerlo quieto por ser hiperactivo o, simplemente, porque no le gusta el entorno del estudio del fotógrafo.
La planificación previa de una sesión fotográfica con niños puede ahorrarle mucho tiempo. Empiece por ofrecer a sus padres una serie de sugerencias sobre el descanso previo que debería haber tenido el niño, la hora ideal para las fotografías, etc., en función de la edad del pequeño. Expréseles también que siempre hay que contar con factores imponderables, desde aquellos niños que vienen aterrorizados por experiencias cercanas desagradables, por ejemplo visitas al médico, a otros que se enojan cada vez que se les propone cambiar de vestuario.
Sobre todo busque establecer una buena comunicación con el niño; entonces observará cómo fotografiarlo se convertirá en una experiencia estimulante por la cantidad de sorpresas que puede ofrecerle. Esté muy atento a la inocencia con que le pueden proponer ideas divertidas y emocionantes. Muchas veces no necesitará más que sugerirle el inicio de una historia, preguntándole por el nombre de su muñeco o indicándole que agite la caña con la bandera pirata, para que el niño le sorprenda con toda una aventura de conquista improvisada en su estudio o en el bosque donde se encuentre.
A excepción de los recién nacidos, ¡o cuando duermen la siesta!, le resultará difícil mantener quietos a los niños que fotografíe. Por naturaleza los niños están en constante movimiento: desde los pocos meses y hasta los tres años necesitan practicar constantemente el control de sus movimientos para agarrar cosas, andar, etc.; después, simplemente por explorar y aprender del entorno. Además muchos de ellos no paran de gesticular y hacer mohines cuando están frente a una cámara.
Tendrá que acostumbrarse a esa dinámica por parte de los pequeños e intentar reconducir la sesión hacia una atmósfera de colaboración. Si el niño se siente escuchado y comprendido, si observa que usted le habla en un tono tranquilo y pausado, que le ofrece posibilidades de jugar, mantendrá una actitud más reposada y colaborativa. Por el contrario, si aprecia que usted no le presta atención o que le habla en un tono imperativo, el niño rápidamente lo captará, se sentirá solo y demandará mayor atención llorando o moviéndose agitadamente. Para Pepa Valero “la paciencia es la madre de la ciencia en este tipo de fotografía. A mí me llegan muchos niños llorando y pataleando, pero con paciencia he conseguido calmarlos a todos. No hay más secreto que darles su tiempo y espacio para que el niño te sienta como alguien cercano, como un amigo, y eso requiere tiempo. Lo mínimo que se necesita es una hora, incluso cuando son pequeñas sesiones requieren ese tiempo, no puedes hacerlas en quince minutos. Si coloco una sesión cada quince minutos, no hay suficiente tiempo para que el niño pueda adaptarse”.
Busque calmarlos y no sobreexcitarlos con sus propuestas de juego. Tómese su tiempo para sentarse con ellos en el suelo, dejar que le cuenten sus aventuras con sus muñecos y conseguir que se relajen con usted. Propóngale tareas sencillas pero que requieran de una cierta atención para realizarlas, al objeto de que concentre todos sus sentidos en ello y relaje la atención hacia usted y la cámara. Si todavía el niño se encuentra demasiado nervioso, quizás por timidez o miedo al entorno del estudio, deje que se calme en brazos de su madre o padre mientras aprovecha para tomar algunas fotografías de ellos juntos. Y si incluso eso falla, siempre le queda el recurso de la chocolatina y esperar a que haga efecto el poder ‘sedante’ de la golosina.
Aunque la sesión se desarrolló en exteriores, Alba Soler recurrió al flash para conseguir detener el movimiento constante de este niño. Le propuso diversos juegos sobre esta traviesa de ferrocarril, retándole a abrirse de piernas sobre el puente improvisado. Para que el bosque al fondo no distraiga, usó un objetivo tele corto de 85 mm y un diafragma bastante abierto de f/2, lo que le permitió una profundidad de campo muy reducida y que únicamente el plano del niño estuviera enfocado con nitidez.
Canon 5D Mark III, Canon 85 mm f/1,2, ISO 200, f/2, 1/160 s.
Hay ocasiones en que no le quedará más remedio que disparar en ráfaga para poder captar movimientos, gestos y expresiones rápidas. Si el niño es un apasionado de su bicicleta, el columpio es su sitio preferido o no para de saltar a la comba… ajuste su exposición y dispare en ráfaga. También resulta muy útil esta técnica cuando fotografíe a un preadolescente que empieza a tener demasiada consciencia de su propia imagen, porque así podrá captarlo en los intervalos entre momentos demasiado posados.
Nuestros tres fotógrafos coinciden en que las sesiones con niños tienen que desarrollarse en algo menos que una sesión equivalente con adultos; aunque si se suma el tiempo que hay que darles a los pequeños para acostumbrarse a un nuevo entorno y para descansar entre tomas en realidad el tiempo requerido viene a ser muy similar. Si una sesión de retrato de adultos con tres o cuatro cambios de ropa viene a durar una hora y media, calcule que tendrá alrededor de una hora si se trata de un niño pero añada al menos otra media hora para aclimatación y descanso entre tomas. Si parte de esa hora de trabajo real en estudio y considera en unos cinco minutos el tiempo necesario para realizar cada cambio de vestuario, el tiempo real que le quedará para fotografiar será de unos cuarenta y cinco minutos o sea unos 10 a 15 minutos para cada atuendo.
Para Alba Soler, la clave es no agobiar al niño con el tiempo: “No voy acelerada haciendo la sesión, así que me tomo de una hora y media a dos horas y media máximo. Prefiero ir con tiempo, porque a lo mejor nada más llegar el niño necesita adaptarse al entorno o exige parar un cierto tiempo la sesión, porque necesite descansar, merendar o jugar sin que nadie le esté diciendo donde colocarse todo el tiempo. Mucha gente piensa que dos horas es mucho para un niño; pero es al contrario, el niño se estresa menos si vamos con más tiempo”.
Manuel González, lógicamente bajo su criterio y experiencia de trabajar en fotografía infantil desde hace muchos años, opina que “los niños de 1 a 4 años aproximadamente no aguantan más de una hora metidos en el estudio. Pasado este tiempo el crío va perdiendo la energía y el consiguiente interés por todo lo que le rodea. Por regla general mis sesiones infantiles tienen una duración de una hora, exceptuando recién nacidos que van de 3 a 5 horas”.
Algunos fotógrafos, como Pepa Valero, han diseñado varios tipos de sesiones con distinta duración dependiendo de la edad: “Puedo ir de una sesión mínima de 45 minutos hasta 4 o 5 horas. Si los padres quieren algo muy extenso, en estudio y exteriores, con y sin familia, hay veces que divido la sesión en dos días. Ese tipo de sesiones largas únicamente son posibles a partir de los siete años en adelante. Hay muchos niños que se cansan y entonces es conveniente saber parar la sesión, para quizás continuar al día siguiente si es necesario”.
Los niños son criaturas fascinantes, aproveche los momentos mágicos que seguro le brindarán, por ejemplo cuando tienen menos de 10 años todavía no son completamente conscientes de su propia imagen y, por tanto, son mucho más espontáneos y menos reservados a la hora de disfrazarse o actuar. Con muy pocos elementos que usted aporte y una oportuna sugerencia de aventura podrá activar su imaginación. Alba Soler indica “la importancia