Sebastián Blaksley

Elige solo el amor


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por crear. Estáis viviendo en los tiempos finales, los tiempos de la reunión del amor.

      ¡Amados del cordero! Tenéis una dulce misión que llevar a cabo, cumplirla será vuestra plenitud en el tiempo y hará que seáis un puente entre el cielo y la tierra, a través del cual fluirá la gracia divina. Nosotros, el coro de ángeles de Dios, estamos inmensamente agradecidos por permitirnos formar parte de vuestra misión y de vuestra realidad como profetas del advenimiento.

      Nosotros sabemos que alcanzamos la plenitud de nuestro ser al darnos, tal como lo hace toda la creación. Servirlos a cada uno de vosotros es servir al amor, esta es la razón por la que colaborar con vosotros es causa de alegría. Servir es unir. Es incluir.

      Dicho llanamente, alma enamorada, gracias por incluirnos en tu vida.

      II. Dios uno

      ¡Luz de luz verdadera! Que alegría recorrer juntos un camino que nos permitirá trascender definitivamente las polaridades. Para ello, reconocemos la dualidad que hemos proyectado sobre Dios.

      La idea de un Dios-padre era perfecta para la etapa en que aún no estabas preparado para aceptar el hecho de que tu padre y tú eran uno.

      Ahora vamos dejando a un lado la idea de un Dios que era casi exclusivamente paternidad, y nos sumergimos en la verdad de la maternidad divina. No para que una reemplace a la otra, sino para que se unan en tu mente y corazón, y desde esa unión surja la verdad del Dios uno en ti.

      Dado que para realizar esta trascendencia tenemos que comenzar por algún lado, comenzaremos por unirnos al hecho de que no existe en todo el universo físico una relación de mayor intimidad que la de una madre con un hijo, cuando este vive en su vientre. En esa relación, uno no puede vivir sin el otro. Esto se debe a que son una unidad, del mismo modo en que lo es la relación de Dios con Cristo tu ser.

      Tú vives dentro de Dios, él te contiene, abraza y embebe todo lo que eres. Literalmente hablando, podríamos decir que la vida de Dios es el vientre donde existes, creces y te desarrollas en paz y bendición. Dada esta verdad, es justo reconocer también que Dios es madre de todos los vivientes.

      Una vez que aceptas el hecho de que eres uno con la vida, porque eres uno con Dios (y esto se debe a que ambos son una unidad, tal como lo es un niño dentro del vientre de su madre) puedes comenzar a vivir en la realidad del seno de Dios.

      Retornar a la Madre divina es retornar a Dios. Regresar al vientre de la madre de la vida es regresar al hogar, es decir, al reino de los cielos.

      Comencemos ahora con los primeros pasos del último tramo del camino hacia la toma de consciencia, o restauración en la memoria, de la unicidad en la que somos tal como Dios nos creó para ser. Para ello, tienes un camino corto para poder seguir. Ese camino directo y seguro para llegar a Dios es el que te invito a recorrer ahora. Ese camino consiste en retornar al seno maternal de Dios en unos de sus aspectos más visibles para ti, la madre tierra.

      En la madre tierra puedes observar y experimentar el aspecto providencial de la maternidad divina, su belleza y armonía. Observa como, por medio de la tierra que te ha sido dada, y en ella, la Madre nutre al hijo. Experimenta cómo la vida te abraza por todas partes.

      Así como un niño lactante es alimentado por la madre, del mismo modo la Madre divina te alimenta con los frutos de la tierra. Por medio del sol te provee calor y alegría. Las aguas sacian tu sed. Los árboles que crecen desde la tierra te regalan la sombra que necesitas cuando andas por los caminos, o simplemente para disfrutar de un plácido descanso. La hierba cuida tus pies al andar y el viento acaricia tu cuerpo. La belleza de la Madre de los vivientes se manifiesta en el vuelo de las aves y los perfumes de las flores que, con sus fragancias y colores alegran la vida del hijo.

      III. La tierra de Dios

      Honrar la tierra, y a las criaturas que viven en ella, es honrar a la Madre divina, es amar a Dios. Si observas con amor y verdad todo lo que te rodea en el universo físico, podrás ver como Dios-madre ha previsto y provisto todo lo necesario para la vida del hijo, incluso en esa dimensión. ¿De verdad creías que tu Madre divina te abandonaría por el hecho de que te hayas auto-excluido del paraíso?

      Recuerda cuando hablamos de que tu dolor es el de Dios, y de que tu decisión de estar separado del amor es el desgarro del corazón de Cristo. Con esto queremos recordarte que no existe ninguna posibilidad de que algo que hagas no genere efectos sobre Dios. La suerte del creador de la vida y la tuya están tan unidas como lo están la suerte de una madre con el hijo de su vientre, e incluso más aún.

      El día que decidiste alejarte de los brazos del amor, y tu Madre celestial no tuvo otra opción que dejarte partir, ella hizo lo que toda madre amorosa hace en esas circunstancia: asegurarse de que tendrías todo lo necesario para que estés sano y salvo, y que puedas regresar sin complicaciones cuando así lo dispusieras.

      Recuerda que no puedes viajar a ningún lado que no sea parte de Dios, pues este el todo de todo. En razón de esta verdad, la Madre no solo proporcionó las providencias necesarias, sino que también te acompañó en ese viaje e hizo acto de presencia en esa tierra, aunque se vio obligada a respetar la distancia prudencial que tu decisión le exigía al amor.

      ¿Acaso creías que aquella que te llamó a la existencia y te dio la vida, te abandonaría a tu suerte? Puedes exigirle a la creadora de la vida que respete tus decisiones, pero no puedes exigirle que te abandone, pues el amor no abandona jamás.

      Hermano, hasta el aire que respiras es un regalo de la Madre divina, porque ella está en él.

      Comienza a bendecir a la creación en la tierra que te es dada, porque al hacer eso bendices a la Madre de los vivientes, bendices a Dios.

      Todos los seres de la tierra son tus hermanas y hermanos. ¿Acaso no comparten un mismo hogar y proceden de la misma tierra que los alimenta a todos? Todo lo que forma parte de un aspecto de la creación, forma parte de ti, esto también es verdad en el cuerpo.

      El hecho de que aquello de lo que está formado todo ser viviente sea algo en común con lo que forma parte del aspecto corporal de tu ser es, debería decirte algo.

      Hijo mío, no eres tan diferente con los animales, las plantas, y la atmósfera. Tampoco lo eres de los ángeles de Dios, ni de Dios mismo. Eres uno con todo lo creado y ellos contigo. Esta realidad también se refleja en la naturaleza física. Todos se necesitan, unos a otros.

      No puedes vivir si no te alimentas, y no puedes alimentarte sin esa parte de la tierra que tiene la función de que te alimentes saludablemente. Esos aspectos de la creación física que permiten tu alimentación saludable son como la sangre que fluye desde la madre hacia el hijo en su vientre. Este fluir desde la tierra hacia sus hijos, los seres vivientes animados e inanimados que forman parte de ella, no existiría de no ser por el flujo del amor de Dios que va hacia sus hijos.

      ¿Puedes ver la analogía que existe entre el flujo de la vida que procede de Dios hacia ti en espíritu y verdad, y el fluir continuo de la vida de la tierra, la cual igualmente nutre tu existencia mientras permaneces en el tiempo?

      ¿Quién te provee el aire que respiras? ¿Quién hace salir el sol cada mañana? ¿Qué es lo que hace que los grillos canten? ¿Qué cosa es eso que le da vida y movimiento a todo lo que está vivo? ¿Quién les da a los átomos la inteligencia para unirse de un modo determinado, formando incontables formas, y todo en perfecto orden? La Madre de los vivientes, es decir, Dios.

      ¡Hermanos de todo el mundo! Amad vuestro planeta y todo lo que forma parte de él, tal como si fuera el hogar de Dios, pues allí donde vosotros moráis, está también vuestro creador. Dios ama todas las cosas. Haced lo mismo vosotros.

      Amad la vida temporal por lo que es, un medio amoroso y perfecto que se os ha dado por amor, para llegar a lo eterno. Amad la vida eterna por lo que es, vuestro destino, vuestra herencia y la realidad de vuestro ser.

      3

       El sueño de Dios

      Un